El derecho a comprar contra el derecho a la ciudad

Recientemente se ha hecho pública la creación del registro nacional de barrios populares en Argentina. Asimismo, se ha anunciado que esto inicia un proceso orientado a regularizar la relación jurídica de los habitantes con sus viviendas. A este respecto, la posición del gobierno parece decantarse claramente por favorecer el acceso a la propiedad de las familias.

En el pasado siglo, en muchos países de América Latina, se desarrollaron políticas de acceso a la propiedad en barrios nacidos de la ocupación irregular de suelos estatales. En Europa ha sido más común la entrega de títulos en edificios de viviendas públicas. El acceso a un hogar estable y regularizado debe ser un derecho perseguido por cualquier gobierno. Sin embargo, a veces se ignora que la integración social y urbanística no implica necesariamente la entrega de títulos de propiedad. Algunas de estas políticas han sido espoleadas asegurando que redundan en un aumento del patrimonio de las familias, contribuyendo a reducir la pobreza (pueden facilitar el acceso al crédito privado, por ejemplo). Por otro lado, el ánimo del agente público a la hora de promover este tipo de políticas, a menudo, más que perseguir la mejora de las condiciones de vida, busca desprenderse de una responsabilidad. La privatización de suelos y vivienda pública es una manera muy común de no desarrollar una verdadera política de vivienda.

Existen otros problemas. Si nos vamos a la experiencia internacional, la privatización masiva de viviendas públicas en el Reino Unido de Thatcher provocó en el medio plazo que, en los barrios más céntricos o mejor situados, las familias de clase trabajadora fueran desplazadas por habitantes con mayor poder adquisitivo, como resultado de la propia lógica del mercado. Por lo tanto, contribuyó a fomentar las dinámicas de segregación social que una política pública de vivienda debería combatir. Hay otros casos similares. No es descabellado pensar que esto mismo podría pasar en el caso de barrios con ubicaciones estratégicas (como la Villa 31 o la Rodrigo Bueno en Buenos Aires). Más allá de esto, la entrega de títulos de propiedad podría implicar fuertes procesos especulativos, que previsiblemente generarían grandes beneficios para agentes privados a costa de suelos públicos y ante la ausencia de mecanismos que permitan que los municipios recuperar estas plusvalías para la comunidad.

La regularización e integración de barrios como los mencionados supone una oportunidad para contribuir a una ciudad menos segregada y en la que grupos menos favorecidos puedan acceder a un recurso tan preciado como es la centralidad. Para ello existen alternativas (derecho real de superficie en lugar de propiedad, restricciones a la venta de inmuebles y otros) que permitirían evitar que, en barrios con localizaciones estratégicas, las propias dinámicas de mercado acaben desplazando a los habitantes originales, combatiendo al mismo tiempo la previsible especulación inmobiliaria.

Virgen de los Reyes, elitización de barrios y privatización del deporte

La piscina cubierta del Centro Deportivo Virgen de los Reyes (Sevilla) lleva cerrada ya más de 3 años, lo que ha motivado recientemente la creación de una plataforma vecinal para promover su apertura y gestión pública. El incumplimiento de las empresas privadas subcontratadas ha llevado al deterioro de las instalaciones y al despilfarro del erario público. A su vez, el problema generado por la privatización se pretende solucionar y conduce a la privatización. Este círculo vicioso de mala gestión y privatización no es un caso excepcional, sino que es una forma de gestionar por parte de las administraciones, o más bien de no gestionar o de dejar de gestionar.

El Instituto Municipal de Deportes del Ayuntamiento (IMD) de Sevilla es un buen ejemplo de este extremo. El modo de operar de la empresa pública en la última década ha sido externalizar, como forma de no gestionar lo público. Esto se ha hecho cediendo la gestión de los espacios a asociaciones o individuos que supuestamente responden a la comunidad y sobre los que no siempre se tiene un control suficiente para asegurar que las instalaciones públicas sean accesibles a todos los ciudadanos y no tengan un uso privativo. La segunda opción preferida del IMD han sido las concesiones por medio siglo a empresas privadas, grandes cadenas del negocio de los gimnasios a las que se proporciona suelo y cuyas instalaciones se cuentan como dotaciones deportivas.

La localización de estas instalaciones no es inocente. En la reestructuración de la zona de Santa Justa, por ejemplo, que supuso una privatización masiva de suelos públicos, algunas de las principales cesiones de espacio para dotaciones han ido para mega-gimnasios privados. Es notorio el caso de Sato Sport sobre antiguos terrenos de la empresa pública de ferrocarriles o el más reciente Viding en medio de la zona residencial de Nueva Rosaleda. En ambos casos, dentro de un sector que antes de la construcción de Santa justa era predominantemente obrero, la construcción de zonas residenciales privadas y caras ha venido acompañada de la privatización de las dotaciones deportivas públicas. La elitización del deporte acompaña a la elitización de los barrios. Por supuesto, si se construyen las dotaciones para los nuevos vecinos, queda plantearse qué pasa con los viejos. El impacto de estos mega complejos privados no es totalmente inocua. Por un lado, una parte de la población queda excluida del servicio por una cuestión de precios. Por otro lado, los pequeños gimnasios no pueden competir y no es casualidad que hayan prácticamente desaparecido de esta zona. Finalmente, el que pueda y quiera utilizar un gimnasio no tiene más remedio que dirigirse a este tipo de instalaciones. Se genera un consumidor cautivo.

El caso de Virgen de los Reyes es similar, aunque quizás más doloso, en la medida en que no se trata simplemente de suelos públicos no construidos, sino que hay un equipamiento deportivo preexistente que ahora se quiere convertir en parte de una cadena de gimnasios privados. De nuevo, esto no es ajeno a la localización. En los últimos treinta años el norte centro histórico se ha transformado en una zona turística y de clase media y media-alta, de donde las clases populares han sido prácticamente erradicadas. Este proceso ha saltado en la última década a la primera orla del Distrito Macarena. Los arrabales históricos al norte de la Ronda Histórica ya fueron afectados por la reestructuración de la ciudad en el 92. Pero en los últimos años ha sido notable el traslado de la presión inmobiliaria incluso a los viejos barrios de bloques de pisos tan característicos del distrito, en especial aquellos más próximos al centro. Aquí, de nuevo, la elitización residencial parece justificar la elitización de las instalaciones deportivas. Sin embargo, de nuevo, no se tiene en cuenta ni a aquellos vecinos que no pueden pagarse un gimnasio privado, ni a los pequeños empresarios que pueden verse amenazados por este tipo de cadenas con las que no pueden competir.

La cuestión de fondo aquí es que los suelos y las dotaciones públicas deben dirigirse a toda la población, no a una demanda solvente, y si hay que hacer alguna diferenciación debería ser aportar dotaciones para aquellos que menos recursos tienen, en aquellos sectores más necesitados. Este tipo de políticas se dirigen en la dirección contraria, a facilitar lujosas instalaciones privadas en áreas progresivamente centrales y con vecinos cada vez más pudientes, mientras que otros se ven obligados a vivir en barrios alejados con dotaciones públicas infra-mantenidas.

La mala gestión pública, como en muchos otros casos, sirve aquí para justificar la privatización y para ocultar bajo un manto de gestión lo que son decisiones políticas. Privatizamos para que las instalaciones se deterioren y el deterioro sirve para justificar la privatización. Con esto se demuestra que la gestión pública es ineficiente y que el mercado lo hace mejor. Sin embargo, podríamos extraer otra conclusión. Si un equipo de gobierno no es capaz de gestionar lo público, debería renunciar y dejar a alguien que si esté dispuesto a hacerlo.

En El Salto: https://elsaltodiario.com/privatizaciones/virgen-de-los-reyes-elitizacion-de-barrios-y-privatizacion-del-deporte

¿Es posible un centro social autogestionado en un barrio obrero?

La pregunta anterior queda excesivamente abierta si no especificamos que hablamos de Sevilla en la actualidad. En otros momentos ha sido más frecuente que lo que podríamos denominar “trabajo territorial” o los espacios políticos alternativos se localizasen en sectores periféricos. Esto podría ser cierto con las asociaciones de vecinos en los setenta y primeros ochenta o incluso más adelante, cuando polígonos de vivienda obrera como San Diego o Parque Alcosa eran los principales referentes del activismo urbano en Sevilla (quedan muchos de estos espacios en la ciudad, con menor o mayor grado de vitalidad). Sin embargo, desde bien entrada la década de los años noventa hasta la actualidad, pareciese que el activismo urbano solo fuese posible en el centro de la ciudad, en los viejos barrios bohemios hoy gentrificados y propios de una clase media profesional y progresista.

La anterior pregunta cobra aún otra dimensión ante el cierre en este mes de octubre del centro social La Soleá. Este no deja de ser un hecho relevante, en la medida en que supone un cierre (uno de muchos, pero que también tiene su relevancia) del ciclo de luchas que se inició en mayo del 2011. El centro social La Soleá fue el producto material más notorio de la asamblea del 15M San Pablo, en el polígono de viviendas sociales de igual nombre y que previsiblemente cerrará con el centro social. Esta era la última asamblea del 15M que seguía activa en la ciudad, aproximadamente seis años después de que se creasen de forma multitudinaria en muchos barrios de Sevilla.

El 15M abrió la posibilidad a que se renovara en algunos casos o se creara en otros un trabajo territorial en muchos barrios de la ciudad, fuera del casco norte donde había predominado este tipo de activismo durante la primera década del siglo XX (con frutos muy notables, por otra parte). El movimiento de vivienda consolidó esta especie de proletarización de los movimientos de la ciudad, con el conocido episodio de Las Corralas, protagonizado mayoritariamente por mujeres de clases populares. Por otro lado, el reflujo político de los últimos años ha conducido a que el activismo urbano y los centros sociales estén probablemente más ceñidos que nunca a los barrios bohemios y de clase medio del centro de la ciudad. El cierre de La Soleá confirma esta tendencia.

Un centro social en un barrio obrero es posible, aunque, con las actuales tasas de desempleo y marginalidad, debería orientar sus actividades en mayor medida a la satisfacción de las necesidades materiales de la población. No es de extrañar que la única actividad de La Soleá que consiguiera cuajar y que siguiese llevando semanalmente un grupo numeroso de personas, muchas del barrio, fuese la oficina de asesoría sobre vivienda (que seguirá en el centro social de la Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía). La última vez que estuve allí me sorprendió la cantidad de niños que venían acompañando a sus madres, a menudo ocupantes irregulares de viviendas. Actividades como algunas horas de guardería o ayudas escolares hubieran sido muy bienvenidas. El hecho de realizarlas en un barrio obrero, le hubiera otorgado un sentido político que no tiene en otras partes de la ciudad. Sin embargo, el centro social siempre estuvo falto de activistas, volcado sobre pocos hombros que apenas podían lidiar con las responsabilidades con las que ya cargaban.

No creo que pueda decirse este tipo de activismo sea necesariamente asistencial. Solo lo es si no se vincula a ningún proyecto de transformación política. Y este vínculo es parte del trabajo activista. Tampoco estoy de acuerdo con la idea de que un militante no puede ir a un barrio que no es el suyo a realizar trabajo territorial. Que solo el que sufre la opresión tiene la legitimidad para luchar contra ella. Esta afirmación niega la propia posibilidad de la política. Y lo hace, si se me permite el atrevimiento, en una manera muy manejable para la democracia liberal capitalista.

 

Consejos para el mantenimiento del Centro Social

Este mes de abril de 2013 abrió sus puertas el centro social La Soleá en el barrio de San Pablo. En la ciudad de Sevilla, durante la década anterior han tenido cierta relevancia los centros sociales okupados y autogestionados (CSOAs), inmersos en su mayor parte en lo que ha venido a denominarse fenómeno okupa y que tuvo su mayor repercusión social en la década de los noventa. Este nuevo centro social debe entenderse en parte como herencia del mismo, al tiempo que rompe con determinadas tendencias desarrolladas hasta ahora. Por un lado, parte de la ocupación de un espacio abandonado por sus propietarios y fuertemente deteriorado, entrando en la lógica del reciclaje de instalaciones en desuso, además de apuntar modos de gestión ya suficientemente experimentados: órgano soberano en la asamblea y autogestión del espacio. Por otro lado, no parte de un grupo de jóvenes de tendencia libertaria que ocupan en el centro de la ciudad, sino de una asamblea de barrio, de carácter heterogéneo, que lleva un año y medio desarrollando una labor social y política en un polígono periférico e inconfundiblemente obrero de la ciudad. En este marco, no es baladí ordenar algunas de las lecciones que se han podido aprender en el ámbito de la creación y gestión de centros sociales, con la esperanza de que puedan ser de utilidad a las personas que se enfrentan a la aventura de llevar un proyecto de estas características a cabo.

Desmitificar los centros sociales

Para empezar, creo que una labor hasta cierto punto necesaria es la de desmitificar los centros sociales. Esto es así, porque en la época de mayor relevancia de los CSOAs, entre la gente vinculada de una forma u otra a ellos, se ha tendido a una cierta mistificación de este tipo de espacios e incluso a la generación de cierta ideología de la okupación, con sus discursos, anatemas y patrones estéticos, que no siempre ha sido beneficiosa. Los centros sociales no han de ser de una determinada manera, pueden adoptar muchas configuraciones y, precisamente, estas están relacionadas con el contexto en el que se desarrollan.

Los centros sociales han sido una herramienta útil de los movimientos sociales desde mucho antes de los años ochenta. El ejemplo más relevante es sin duda el caso de las asociaciones de vecinos en el periodo de la Transición, que aún hoy cuentan con una vasta red de espacios de actividad. Estos locales, a menudo eran cedidos o alquilados, pero en otras ocasiones eran ocupados para ser legalizados posteriormente, aunque aún podemos encontrar casos de viejas instalaciones que siguen en una situación irregular, incluso en Sevilla. También hay ejemplos más lejanos, como serían las tabernas obreras en el periodo anterior a la Guerra Civil: espacios de encuentro de las clases trabajadoras que, en nuestro ámbito geográfico, tendrían tanta importancia para el movimiento anarcosindicalista. Los centros sociales okupados y autogestionados entre finales de los ochenta y principios del siglo XXI son otro ejemplo, asociado a una juventud contracultural nacida de la Transición, que se volcaba en crear algunos de los pocos espacios fuera del consenso de la democracia liberal y de la deriva conservadora de la sociedad en los años del boom inmobiliario. Finalmente, puede que las ocupaciones que se están desarrollando, a raíz del panorama posterior al 15M supongan una nueva fase en el uso de este instrumento. En cualquier caso, todos los ejemplos mencionados coinciden en instrumentalizar una infraestructura física y localizada para la lucha política, lo cual ha demostrado ser muy útil en diferentes sentidos.

Actualmente, en la ciudad de Sevilla, conviven centros sociales de muy diverso carácter. Muchos locales de asociaciones de vecinos han acabado convirtiéndose en simples bares mientras otros han mantenido una actividad, más o menos variada, prestando servicios a la comunidad (talleres, cursos, biblioteca, guardería, etcétera). No obstante, en términos generales, han acabado siendo extremadamente dependientes de las subvenciones de la administración pública, de tal forma que es cuestionable hasta que punto podrían seguir funcionando si estas desaparecieran (algo tan factible en este contexto). Por su parte, los CSOAs más claramente indentificados con el movimiento okupa han tendido a funcionar como proyectos autogestionarios desarrollados por colectivos declaradamente libertarios y politizados, partiendo de una completa autonomía con respecto a cualquier institución. A pesar de la gran diferencia entre el primero y el segundo, en ambos modelos se han dado casos en los se ha podido acabar conformando espacios muy cerrados y dirigidos a la autoafirmación de un grupo muy restringido de activistas. Además, en los CSOAs locales, el rechazo a mantener cualquier trato con la administración pública ha terminado generalmente con el desalojo del espacio, a pesar de lo cual algunos han podido desarrollar su actividad durante mucho tiempo (el de San Bernardo lleva ocupado 9 años) y otros han intentado convertir el propio desalojo en una acción de desobediencia política con sentido en sí misma (CSOA Casas Viejas).

Generalmente, todos los espacios han buscado que un sujeto amplio, más allá del grupo que inicia el proyecto, se apropiase del espacio. En el caso de los espacios ocupados esto es clave, dado que es lo que en mayor medida justifica y legitima la toma del edificio. En el caso de los locales de las asociaciones de vecinos el sujeto amplio lo conformaban, como resulta lógico, los vecinos del barrio. En el caso de los CSOAs ha sido por lo general un colectivo más o menos grande de jóvenes y jóvenes adultos, con tendencias contraculturales y procedentes de distintos puntos de la ciudad. Otros centros sociales no encajan por completo en su estrategia en ninguno de estos dos modelos. Por ejemplo, en el Huerto del Rey Moro (barrio de San Julián), el reducido grupo de activistas que inició el proyecto ocupando un solar abandonado en 2004 (más próximo al perfil de joven contracultural que frecuenta los CSOAs), tras muchos años, consiguió dejar de ser necesario y que fueran los vecinos los que gestionasen un enclave que hoy cuenta con una enorme actividad, aunque esto ha supuesto que el espacio se haya acabado convirtiendo en una infraestructura despolitizada y muy alejada del proyecto de sus primeros promotores. El Centro Vecinal del Pumarejo parte de un grupo ciertamente heterogéneo en cuanto a edades y procedencias y con una aspiración clara de integrar al vecindario tradicional. Sin embargo, probablemente, su mayor éxito ha consistido en la atracción de un colectivo amplio de tendencias políticas alternativas y no necesariamente residente en el entorno inmediato del local. También ha habido diferencias con respecto de la participación en las instituciones o a los objetivos para con el espacio. De nuevo, el Huerto del Rey Moro consiguió varias concesiones de la administración local y tiene una situación hoy bastante normalizada. Por su parte, uno de los grandes hitos del Centro Vecinal del Pumarejo fue la expropiación del edificio por parte del Ayuntamiento, a pesar de lo cual, hoy, varios años y un cambio de gobierno después, se encuentra amenazado de desalojo.

Todos los casos han tenido sus propios problemas y sus aciertos. Con esto quiero señalar que no existe un único modelo y es necesario experimentar en función de nuestras expectativas, siempre partiendo del sentido común y del conocimiento de la realidad a la que nos enfrentamos, que varía tanto como puede variar el tipo de barrio, el tipo de edificio tomado o el grupo que inicie la actividad.

La necesidad de definir un modelo consciente

En Sevilla son conocidos los beneficios que han proporcionado los centros sociales. En primer lugar, han sido infraestructuras de una utilidad evidente para los movimientos autogestionarios, proporcionado soluciones a las necesidades de espacio de reunión o a la hora de realizar actividades para generar una caja de resistencia o similares. En segundo lugar, han ofrecido posibilidades a la hora de desarrollar proyectos de colectivos políticos concretos, ya que las ideas solo se pueden materializar en el espacio y para hacerlo hay que controla un ámbito concreto (el centro social es la mínima expresión de esto). Por último, como espacio de confluencia, los centros sociales han sido a menudo un faro para gente con inquietudes que no encontraba donde volcaras o espacios de consenso para grupos diversos. No obstante los centros sociales se encuentran también amenazados por derivas poco recomendables.

La imposición de un modelo rígido desde un principio, y más de un modelo ideologizado y que no tenga en cuenta el contexto real en el que se encuentra, suele conducir a tremendas frustraciones por parte de los activistas. A pesar de esto, hay determinadas cuestiones que hay que definir y es mejor hacerlo pronto que tarde, siempre tendiendo en cuenta que son aspectos que se pueden reconsiderar más adelante. Es conveniente definir qué estrategia se va a llevar con el centro social. Qué objetivos se van a plantear para con el mismo y cómo se va a conseguir llevarlos a cabo. A este respecto es común que surjan los temas sobre si se pretende que alguna administración expropie, si se va a intentar buscar un convenio de cesión con la propiedad, o si por el contrario se parte de la inevitabilidad del desalojo y se pretende sacar el mayor partido mientras dure. Esto va a condicionar mucho el tipo de relación que se pretenda tener con una diversidad de agentes, como son la administración, la propiedad, el tejido asociativo de la zona o incluso los medios de comunicación.

Igualmente importante es definir cómo va a ser la organización interna del espacio, lo cual depende mucho de QUIÉN forma el centro social. Un centro social puede ser el espacio de un colectivo político que existía previamente y que pretende perpetuarse más allá de la vida del local, también puede pretender ser una infraestructura utilizada por un conjunto de colectivos más o menos diversos que cooperan y comparten lugar o puede ser un único colectivo identificado con el propio centro social, en formación y que va agregando a los individuos que se van acercando y quieren desarrollar actividades. Por ejemplo, si se pretende que un sujeto colectivo amplio como el vecindario se apropie del centro social, esto se tiene que ver reflejado en la estructura organizativa y se tienen que disponer cauces para ello, para que la gente participe y eventualmente tome como suyo el espacio. Aquí se debe valorar si se pretende la continuidad del grupo político que inició el proyecto o su disolución en los nuevos órganos creados, porque esto último es muy factible y a veces inevitable. También hay que tener cuidado a la hora de crear espacios de decisión, duplicar asambleas o generar conflictos de competencias que tienden a generar problemas a medio plazo. A este respecto es necesario definir dónde se toman las decisiones y quién puede participar de ellas. Generalmente es conveniente que quede clara la existencia de un solo espacio soberano sobre el centro social, pero al mismo tiempo disponer otros instrumentos que puedan facilitar la participación con distintos niveles de compromiso al mismo tiempo que descargan de trabajo a la asamblea, tales como comisiones u otros.

Clubes sociales y centros cívicos

La indefinición de partida, a menudo, facilita el caer en dinámicas gregarias por un lado o asistencialistas por otro, o incluso en una combinación de ambas. Por lo general, un centro social es iniciado por un grupo con unas características bastante definidas y que al mismo tiempo pretende dirigirse a un sujeto más amplio. Esto genera no pocas contradicciones. De partida, van a existir niveles diversos de implicación que van desde el compromiso absoluto a la visita esporádica, esto, en un centro social más o menos abierto y no demasiado sectario es prácticamente inevitable. Esta diversidad en el compromiso no tiene porque ser negativa en sí misma si se es consciente de ella y se gestiona adecuadamente. No obstante, es habitual que se genere una polarización entre un grupo más o menos cerrado con un compromiso total con el centro y una diversidad de grupos que se relacionan con él de forma más laxa. Es la conocida separación entre gestores y usuarios que puede desembocar en situaciones diversas. La negación de los diferentes niveles de implicación y de politización de los participantes suele derivar en la frustración a medio plazo, en la medida en que la respuesta de la gente no cubre las expectativas del activista más comprometido. Esto conduce fácilmente al abandono del proyecto o a la aceptación cínica y acrítica de la separación.

Cuando la asamblea del centro social se identifica con un grupo muy cerrado de personas con una elevada complicidad, la integración de nuevos miembros en el centro tiende a bloquearse. En estos casos podemos pasar de estar gestionando un centro social a un club social, donde el principal objetivo es la reproducción de ciertas relaciones. Así, el centro acaba siendo la casa de un grupo reducido de personas y más tarde o más temprano se pierden las perspectivas políticas que son sustituidas por dinámicas endogámicas y gregarias. Casos de autoconsumo que pueden acabar teniendo una repercusión social más bien escasa y son víctimas fáciles de los ataques estigmatizadores de agentes conservadores, tanto a nivel de barrio como de ciudad. Un caso en principio opuesto a la deriva del club social es el de la actitud voluntarista y sacrificada de un grupo que acaba convertido en simple gestor de actividades. El centro social pasa a convertirse en centro cívico, al que la gente llega incluso reclamando una serie de servicios, porque es la forma en que está acostumbrada a relacionarse con los espacios colectivos (del mercado o de la administración). Esto conduce fácilmente a que el centro social pierda sentido, pierda el contenido político y esto a costa del desgaste de los activistas más abnegados que reciben un pago escaso por su sacrificio.

Recapitulando

Algunos de estos problemas son prácticamente inevitables y se van a seguir repitiendo en espacios de similares características. No obstante, se pueden gestionar de la mejor manera para que el centro social tenga el mayor grado de éxito.

En primer lugar, hay que entender que no existen unas tablas de la ley ni respecto de la ocupación ni respecto de los centros sociales. En este sentido, creo que es un error asumir ciertos comportamientos y prácticas propios de lo que ha venido a denominarse fenómeno okupa como si fueran dogmas de fe. Es muy fácil caer en el sectarismo, más en espacios como los centros sociales, tan dados al gregarismo. Frente a esto, cada espacio tiene que construir su identidad en función del edificio, del barrio, del grupo y del contexto político amplio en el que se enmarca.

No es lo mismo desarrollar un local social de un determinado colectivo que un centro social de carácter más abierto. Ambas opciones son factibles y pueden ser muy útiles para la lucha, cada una a su manera. Ahora bien, dependiendo del modelo que se elija habrá que asumir una forma de gestión u otra. Además, es importante que la forma de gestión elegida sea sensata y acorde con la realidad del centro. Demasiadas veces ya nos hemos obcecado en aplicar nuestros modelos ideales a realidades que no encajaban, conduciendo esto a peleas, frustraciones y rencores.

En relación con lo anterior, en la medida en que no se renuncia a que un sujeto amplio se apropie del espacio, pues este es el mayor potencial de un centro de cualquier tipo, es importante ser conscientes de la necesidad de que existan diversos niveles de implicación. Para ello se pueden buscar diversos cauces. Es tan importante mantener el espacio organizativo de carácter más politizado como espacios prácticos donde la gente pueda acercarse y encontrar cosas útiles que hacer sin tener que pasar por asambleas eternas. Diferenciar espacios, procurando que no se solapen, puede ser una buena táctica.

La gestión del centro social puede ser muy pesada y en determinados momentos serán muy pocos los que le hagan frente. Ante esto hay que procurar no quemarse, mantener el centro social requiere el esfuerzo de muchos, no puede hacerse con el sacrificio de dos o tres personas, porque esto va a conducir a su abandono en un plazo medio. La lucha es muy larga y no empieza ni acaba en el centro social que demanda compromiso y esfuerzo, pero no sacrificios humanos.

Por último, hay que tener siempre en mente el marco político más amplio y no perder la perspectiva de que el centro es un instrumento para la lucha y no un fin en sí mismo. 

Políticas del lugar. Empresarialismo urbano y rentas de monopolio.

Dentro del marco general de su materialismo histórico-geográfico, en el libro Espacios del Capital, David Harvey profundiza en algunos aspectos, ya introducidos en otras obras, referentes a la renovada importancia económica y política de lo local y del lugar en el capitalismo posterior a la crisis de los setenta. Por un lado retoma la cuestión de las nuevas políticas urbanas y, en concreto, el concepto de gobernanza y el paradigma de la ciudad emprendedora, aparentemente desideologizados y asumidos de forma acrítica desde la segunda mitad de los ochenta por los políticos de distintas geografías e ideologías. Por otro lado el concepto de rentas de monopolio, en una nueva apuesta por analizar el giro cultural desde una perspectiva estructuralista. Ambos conceptos, ciudad emprendedora y rentas de monopolio apuntan a la revalorización de lugar en el contexto postfordista. El primer término refleja como ciertos tipos de actividad económica están fuertemente localizados y como las características de lo local son tremendamente importantes en el contexto neoliberal de competición feroz por los recursos. El segundo apunta como la lógica de acumulación del capital tiene modos de apropiarse y extraer los excedentes producidos por las variaciones culturales geográficas, sea cual sea el origen.

El paradigma de la ciudad emprendedora

El interés de las nuevas políticas urbanas y el nuevo significado de la ciudad en el capitalismo posterior a la crisis de los años setenta es uno de los grandes temas de Harvey, especialmente a partir del cierto quiebro que se produce en su obra con el libro La Condición de la Postmodernidad. Si bien la cuestión de la gobernanza, como una forma de gobierno local con dimensión estratégica en la que cooperan todo un conjunto de agentes públicos y privados, es un tema tratado por diferentes autores (los trabajos de los geógrafos Bob Jessop y Peter Hall son recomendables en este sentido), la particularidad de Harvey quizás sea su posicionamiento inequívocamente crítico y la asociación que realiza de estas fórmulas con los intereses de acumulación de capital. Esto frente a otros autores, a menudo declaradamente de izquierdas, que se empeñan en ver en la nueva gobernanza la búsqueda de fórmulas de gestión de la ciudad más democráticas a la vez que eficientes.

Existe consenso en situar el origen de este cambio de orientación en las políticas locales de la segunda mitad de los ochenta y en vincularlo al declive del régimen de acumulación fordista-keynesiano. Para Harvey la crisis fiscal de muchas grandes ciudades occidentales en los setenta (generalmente utiliza el ejemplo de la quiebra de Nueva York) permitió que a mediados de los ochenta existiera un consenso a propósito de que las administraciones debían ser muchos más innovadoras y emprendedoras. Esto habría implicado el paso de una lógica de administración de impuestos locales y acción redistributiva mediante servicios públicos y subsidios al paradigma de la ciudad emprendedora. Como resulta evidente, este cambio de la política pública es el resultado de la progresiva implantación de la hegemonía del pensamiento político neoliberal. Así, la profundización en una economía globalizada y sin barreras generaría un marco de competición entre las ciudades por conseguir recursos, trabajo y capital. Las ciudades lucharían entre sí por mejorar su posición en la división internacional del trabajo y del consumo generando infraestructuras, eventos, espectáculos, imágenes de marca, etcétera. Todo esto, por lo general, a cargo inversiones con un importante peso del capital público (instrumentalizado para asumir la mayor parte de los riesgos) donde los beneficios irían a parar en gran medida a manos privadas.

Harvey desarrolla tres proposiciones generales sobre lo que (en la edición española de Akal) se denomina “empresarialismo urbano”, como patrón de comportamiento predominante en la nueva gobernanza urbana. En primer lugar, tendría como pieza central la noción de paternariado público-privado, que representarían el tránsito de un gobierno local que pasa de cumplir una función de redistribución de la riqueza (en el marco fordista-keynesiano) a ser promotor y soporte de los emprendimientos privados. En segundo lugar, señala la dimensión consustancialmente especulativa de los proyectos diseñados desde este tipo de políticas “estratégicas” (recordemos los muchos estadios olímpicos infrautilizados) en contraposición a la racionalización y planificación en la construcción de ciudad. Por último, Harvey señala como estas políticas tienden a centrarse en el lugar en vez de en el territorio. El territorio sería el ámbito de la planificación racional, mientras que en los proyectos estratégicos del urbanismo emprendedor, se tiende a la construcción de lugares (centros cívicos, museos, plaza) confiando en un efecto sobre el entorno que es muy cuestionable en la escala territorial.

Rentas de monopolio y capital simbólico colectivo

En el libro Urbanismo y Desigualdad Social, en la década de los setenta, Harvey comenzaba a tratar la cuestión de la renta urbana, que posteriormente desarrollaría en sus obras más estructuralistas, The Limits to Capital y The Urbanization of Capital. En el primer texto mencionado, siguiendo a Marx, Harvey diferenciaba renta de monopolio y renta absoluta, ganancias obtenidas por los propietarios del suelo como compensación por el control de ciertas porciones del espacio. En el primer tipo, la existencia de precios monopolistas de la producción generaría la renta, mientras que en la segunda, sería la renta la que permitía generar dichos precios monopolistas. Sin embargo, en el más reciente Espacios del Capital, Harvey pasa a hablar exclusivamente de rentas de monopolio, como ganancias suplementarias permitidas por el control en exclusiva de un artículo único e irreproducible, es decir por el monopolio sobre dicho artículo. Estas ganancias suplementarias se producirían a su vez en dos situaciones, equiparable a los dos tipos de renta anteriormente mencionados. La primera, cuando el rentista controla un recurso (por ejemplo, el suelo) que en relación con una actividad económica genera ganancias extraordinarias (Harvey pone el ejemplo de cierto viñedos asociados a ciertas comarcas). La segunda, cuando se comercializa el suelo o recurso (un cuadro, por ejemplo) directamente con un valor suplementario en base a su singularidad o emplazamiento generando ganancias especulativas. En base a esta cuestión el autor explica desde el punto de vista de la producción la mercantilización de la cultura y del lugar (como depositario por excelencia de la cultura, pensemos en los centros históricos), precisamente lo que otros muchos autores tratan desde el punto de vista del consumo, utilizando a Bourdieu, y refiriendo la categoría de capital cultural en su versión de acopio de bienes que garantizan la distinción y el buen gusto, entre los cuales uno de los más relevantes es la vivienda y su localización, por su puesto. De esta forma, las reivindicaciones de singularidad, autenticidad, particularidad y especialidad determinarían la capacidad para captar rentas de monopolio y un terreno óptimo para ello serían los entornos sociales y culturales construidos.

La búsqueda de rentas de monopolio y el incremento del capital simbólico colectivo de la ciudad sería una de las estrategias clave del empresarialismo urbano. Los proyectos de creación de lugares, con elevado carácter especulativo y con un fuerte peso del capital inmobiliario, se dirigirían en gran medida a generar este tipo de rentas. En su búsqueda de beneficios, el capitalismo buscaría generar rentas de monopolio en lugares específicos, basándose en las virtudes geográficas (físicas y humanas), en la especifidad de una mercancía (mercancía-lugar) certificada por un nombre o marca. Pensemos en los ejemplos del barrio del Pelourinho en Bahía, Condesa en México DF o el esperpéntico Palermo Hollywood, en la que el nombre de un barrio (a veces travestido) se transforma en marca comercial. Esta oleada fetichizadora de las culturas locales encuentra pocos límites. Así, la marginalidad o el carácter contracultural de determinados estilos de vida y significados estéticos locales (los gitanos de Jeréz, las comunidades negras de Nueva Orleans o los gays de San Francisco) pueden acaban siendo las mejores oportunidades de mercantilización del lugar y comercialización de la cultural. Este tipo de comunidades arraigadas en el espacio produciría lo que Harvey, siguiendo de nuevo a Bourdieu, refiere como “capital simbólico colectivo”, que proporciona una marca distintiva vinculada al lugar, al barrio y o a la ciudad, susceptible de atraer flujos de capital.

Sin embargo, esto no se encuentra exento de contradicciones y: “cuanto más comercializables se vuelven dichos artículos, menos singulares y especiales parecen. En algunos casos, la propia comercialización tiende a destruir las cualidades singulares…en la medida en que dichos artículos o acontecimentos son fácilmente comericalizables (y están sujetos a reproducción mediante falsificación, imitación o simulacros), menos base ofrecen para la renta de monopolio” (p. 419). Es por esto que, a menudo, cuando visitamos el viejo barrio histórico rehabilitado y mercantilizado, para el cual se reivindica precisamente la mayor singularidad y autenticidad, si rascamos un poco

En defensa de las asambleas de barrio (II): Las asambleas de base y las alternativas políticas.

La necesidad de una propuesta política transformadora a una escala superior.

El lustro de depresión económica ha desembocado en una crisis social que no hace sino profundizarse con el tiempo y que no ha alcanzado aún hoy su mayor dimensión. El desempleo prolongado y el agotamiento de las prestaciones llevan una situación extrema, más allá de la amenaza de pérdida de la vivienda, para una parte importante de las clases populares. El proceso de pauperización ha venido acompañado de una profunda deslegitimación, en primer lugar de las instituciones económicas y del mercado como piedra angular de la sociedad y, en segundo lugar, de las instituciones y de la clase política en su conjunto. Es la forma de regulación político-económica de la sociedad la que se encuentra totalmente desacreditada. La democracia liberal surgida de La Transición, basada en el bipartidismo y en el discurso del “no hay alternativa al capitalismo”, está debilitada por el derrumbe de una economía de casino basada en la especulación y la deuda, que ha funcionado durante más de un cuarto de siglo pero que en los últimos años se ha demostrado insostenible a medio plazo. La misma deslegitimación que sufren los bancos y los partidos políticos tradicionales se torna en legitimación de los movimientos sociales, siendo los ejemplos más evidentes el movimiento por la vivienda, la PAH y el 15M. Además, los movimientos actuales tienen la ventaja de haber superado los sectarismos y la autorreferencialidad que los distinguían en el periodo previo. Existe en los mismos una cierta madurez y una conciencia de la importancia de la coyuntura actual. No obstante, la situación sigue marcada por la ausencia de alternativas claras y por la desesperanza de las víctimas del sistema. Así, el escepticismo en la posibilidad de un giro radical permite que el régimen se mantenga y siga aplicando sus soluciones, en las que ya solo creen los neoliberales más ideologizados.

La situación actual genera un vacío importante de referencias políticas para la población. Un contexto en el que es muy factible, y casi inevitable, que acaben surgiendo de forma exitosa nuevos proyectos políticos, que pueden tener un carácter extremadamente diverso. La amenaza más evidente es el nacimiento de iniciativas de extrema derecha. No obstante, igual de peligroso es el surgimiento de iniciativas renovadoras de “la izquierda” que encaucen el descontento, recuperen a los movimientos sociales y relegitimen el sistema ofreciendo una nueva versión de lo mismo. La falta de planteamientos políticos alternativos desde los movimientos sociales, la reducción de la radicalidad y de la actividad militante a lo más local y lo más inmediato y la falta de reflexión estratégica pueden facilitar esta última opción. La experiencia de Argentina en la última década creo que es el mejor ejemplo de esta posible deriva. Si los movimientos sociales no plantean alternativas alguien lo hará por ellos, de ahí la necesidad de reflexionar sobre estas cuestiones por incómodo que les resulte a muchos.

El cómo plantear alternativas políticas a una escala más allá de lo local, desde los movimientos de base, es un reto difícil en este momento. Al menos podemos estar de acuerdo en cómo no deben plantearse. Ya conocemos los resultados cuando se plantean las cosas de arriba abajo, ya sabemos lo que ocurre cuando hay un exceso de delegación. Se crean clases de políticos profesionales en busca de despachos y los movimientos y el trabajo de base dejan de interesarles cuando adquieren cuotas de poder. Al contrario, cualquier cosa que pretenda ser realmente nueva y cubrir nuestras expectativas de cambios radicales en la gestión de las necesidades y en la forma de organizarnos como sociedad, tendrá que surgir de abajo arriba, de un movimiento de base amplia y con objetivos transformadores. Esto, lógicamente requeriría no solo de organismos locales, sino de instituciones mediadoras entre lo local y otras escalas. Estructuras organizativas que funcionen al mismo tiempo que mantengan la orientación asamblearia y autónoma del movimiento. Además, para que esto tenga una incidencia real en la sociedad y se pueda generar contrapoder supralocal, hace falta una base, un abajo mucho más amplio, fuerte y bien organizado del que hemos tenido hasta el momento. Hace falta un movimiento social de base amplia y carácter transformador, que no tiemble al plantear la raíz de los conflictos económicos y políticos de esta sociedad y con una realidad social, cotidiana e inmediata, una realidad que no es la parlamentaria. Difícilmente pueden encontrarse atajos efectivos para ello.

Construyendo alternativas desde abajo

Un movimiento social puede engendrar distintos tipos de estructura organizativa. No obstante, el problema al que nos enfrentamos no es parcial, abarca a toda la sociedad y tiene múltiples aspectos inseparables. Los planteamientos sectoriales pueden ser útiles tácticamente pero encuentran sus límites rápidamente. Por otro lado, las iniciativas parlamentarias, por sí solas, siempre corren el riesgo de absorber el trabajo militante en un único frente que ya ha generado suficientes fracasos y decepciones. Parto de la convicción de que todo movimiento social de base amplia y estabilidad en el tiempo nace del territorio inmediato. Allí donde se generan solidaridades y se reconocen los problemas comunes. En las grandes ciudades el movimiento transformador a construir debe apoyarse en una estructura territorial, ha de basar su poder en el espacio inmediato, llamémosle barrio. El movimiento por la vivienda en Sevilla señala un camino bastante factible en el contexto actual, partir por un lado de las necesidades de la gente, de la organización de las víctimas del sistema, y por otro del propio barrio, de la proximidad geográfica y de las solidaridades que esta posibilita.

No todo el activismo de base fundamentado en la gestión de las necesidades engendra políticas progresistas. En el periodo anterior a la crisis, en una sociedad aburguesada e individualista surgieron conatos racistas y las demandas de las organizaciones barriales, en muchos casos, se dirigían exclusivamente a reclamar mayor vigilancia y represión sobre los adolescentes, los pobres y/o los inmigrantes extranjeros. Hoy, el incremento de la exclusión social puede ser visto de nuevo con el terror que engendra el odio para una parte de la población, aquella que conserva trabajo y un cierto nivel de vida en los barrios obreros. No obstante, el contexto actual es aún más propicio para que la gestión común de las necesidades propicie desarrollar aspectos como la solidaridad y la cooperación. El abandono del mercado y la deserción del Estado paternalista dejan poco menos que huérfana a una población que se ha alienado y aislado, encerrada en sus viviendas y sin los fuertes vínculos sociales con los que contaban las generaciones anteriores. Frente a esta situación, hay que recuperar las redes de solidaridad, las formas de colaboración y autogestión del territorio común. Las asambleas del 15 M apuntan en esta dirección, aunque con muchas carencias.

La situación puede ser propicia en Sevilla. Nunca hemos tenido tantos grupos militantes, cubriendo tantos territorios y (más o menos) coordinados: asambleas de barrios y pueblos, corralas, grupos de afectados por la hipoteca, PIVEs, (…). Ese puede y debe ser el germen de una mejor estructura territorial para un movimiento transformador por construir, no limitado a la vivienda ni mucho menos, sino centrado en la gestión colectiva y asamblearia de los diferentes aspectos de nuestra realidad social. Para ello hace falta fortalecer las asambleas, crearlas donde no existen, consolidarlas donde son débiles y ampliarlas donde están consolidadas y hace falta que estas asambleas trasciendan el reducido grupo militante y aglutinen cada vez a más vecinos. Podemos apoyarnos en las herramientas que ya hemos desarrollado como los PIVEs o las alianzas con las asociaciones de vecinos, pero al mismo tiempo han de propiciarse otras nuevas. En este sentido, no existe una buena razón para que no se estén creando asambleas de parados y centros autogestionados de recursos para el vecindario en los diferentes barrios y pueblos del área metropolitana. En definitiva, se deben crear organizaciones barriales que puedan hacerse fuertes en el territorio y ser referentes indiscutidos para el vecindario. Al mismo tiempo, se debe trabajar en la búsqueda de esas instituciones mediadoras que nos permitan trabajar a una escala superior, empezando por fortalecer los instrumentos de coordinación existentes, recuperar los que se encuentran en decadencia o inventar otros nuevos. Si se quiere construir ese movimiento transformador es inevitable discutir mucho más de lo que lo hemos hecho hasta ahora. Creo que podemos coincidir en gran medida en los análisis, no obstante, falta trabajar sobre objetivos comunes y estrategias para alcanzar esos objetivos. Estos pasos son esenciales a la hora de crear un movimiento social de base transformadora, que ha de ser la piedra angular a partir de la cual debe construirse la alternativa política a la precariedad y la mediocridad existentes.

No pretendo ser desmotivador, sin duda es hora de experimentar y de tener iniciativa, no de ser conservador. No obstante, a la hora de intentar introducir una perspectiva estratégica en nuestro activismo nos asaltan muchas preguntas y no tenemos todas las respuestas. Por ello, sería conveniente que estuviéramos dispuestos a tener un debate urgente, amplio y sin sectarismo sobre el camino que debemos seguir a partir de ahora.

Asambleas de barrio y movimiento por la vivienda en Sevilla

Tanto el 15M como el movimiento por la vivienda se encuentran en un momento clave, tanto en Sevilla como en el resto del Estado. En los cerca de dos años de trayectoria de las asambleas de barrio del 15M, estas se han convertido en grupos militantes más o menos reducidos y más o menos coordinados. Al mismo tiempo, y en especial gracias a la lucha contra los desahucios, el movimiento ha alcanzado unos niveles importantes de reconocimiento y de madurez. Esto coincide con un contexto sociopolítico de crisis que supone, no solo el terrible sufrimiento de las clases populares, sino también un galopante proceso de deslegitimación de las principales instituciones políticas y económicas del Estado. Un movimiento transformador de base amplia es más necesario y posible que nunca en la ciudad y en consecuencia, en distintos foros, se están desarrollando o se van a desarrollar en los próximos meses discusiones en este sentido.

La siguiente compilación de textos refleja parte de los debates que se han venido teniendo en los dos últimos años y podrían ofrecer alguna pista sobre las lineas de trabajo que se podrían seguir en el caso de Sevilla:

1. El movimiento ¿estratégico? de descentralización en comités de barrio. Mayo de 2011. Ver artículo.

2. Ocupación y vivienda. Distopía y utopía. Mayo de 2012. Ver artículo.

3. Experiencias de autogestión en Argentina. Lecciones para el caso español. Ver artículo.

4. Un año de avances en la lucha por la vivienda en Sevilla. Septiembre de 2012. Ver artículo.

5. En defensa de las asambleas de barrio (I): Las asambleas de base y el movimiento por la vivienda digna en Sevilla. Ver artículo.

6. En defensa de las asambleas de barrio (II): Las asambleas de base y las alternativas políticas. Ver artículo.

7. El fetiche del Estado, el fetiche de lo local y el 15M. Ver artículo.

El movimiento ¿estratégico? de descentralización en comités de barrio (Mayo de 2011)

El 13 de Abril, a punto de cumplir dos años el movimiento 15M, se pretende realizar un encuentro de las asambleas de base de los barrios y pueblos de Sevilla. Desde que en junio de 2011 se abandonó la acampada en las setas de la Encarnación y se crearon las asambleas barriales, coordinadas mediante una reunión de portavoces, este va a ser el primer encuentro general de dichas asambleas. Una reflexión se hace necesaria sobre el proceso que se ha desarrollado en estos dos años. A ello puede contribuir el presente texto, que se escribió en algún momento a finales de mayo de 2011 y que era una reflexión sobre las ventajas de la formación de asambleas barriales, justo en el momento en que se producía la descentralización. El documento es un ejemplo de los debates y las dudas que se tenían en aquel momento y puede ser punto de partida para una evaluación que está por realizarse.

El movimiento ¿estratégico? de descentralización en comités de barrio (Mayo de 2011)

La difusión del movimiento hacia los barrios y pueblos desde los espacios centrales (plazas mayores) de las principales ciudades españolas, que han tenido el protagonismo hasta ahora, es algo que parece haberse repetido en todas las acampadas que han conservado cierta fuerza con el paso de las primeras dos semanas después del 15M. Imitación, difusión o coincidencia han de existir una serie de problemáticas comunes a la coyuntura generada por el 15 M en las distintas ciudades que ha exigido este movimiento estratégico. Por otro lado, plantea una serie de problemas comunes que también hay que resolver.

Sería necesario analizar bien que oportunidades reales presenta la descentralización para el movimiento, que tipo de continuidad puede tener a través de los proliferantes comités de barrio y qué tipo de estructura organizativa implica.

Sin tener nada clara ningunas de estas cuestiones, pongo por escrito algunas ideas para la reflexión colectiva.

¿Qué elementos de la coyuntura generada por el 15M empujan a una descentralización del movimiento masivo?

Partamos de que, a pesar del fuerte componente “virtual” del movimiento, tanto en su génesis como en su desarrollo, las acampadas han reflejado y han ido generando la necesidad de tener espacios físicos de referencia.

Las plazas mayores como espacios estratégicamente simbólicos dentro de la ciudad han permitido una visibilización continua del movimiento y una proyección social, al tiempo que suponen una declaración de intenciones al convertir espacios fundamentalmente comerciales en foros ciudadanos.

Al mismo tiempo, la toma de las plazas se ha convertido en una herramienta para georreferenciar el movimiento, un espacio “material” donde confluir, acercarse, informarse o donde empezar a participar. Espacios que además se han convertido en enclaves a partir de las cuales se organiza parte del movimiento. Estas ventajas de las acampadas, si bien pueden ser efímeras, parecen lejos de haber agotado todas sus posibilidades, de ahí una parte de las reticencias a “abandonar el campamento”.

Sin embargo, las acampadas como espacios organizativos muestran algunas limitaciones claras que se han podido observar a lo largo de este tiempo. En primer lugar, la confluencia de toda la población de una gran ciudad en un único foro es inviable en un cierto plazo. El elevadísimo número de miembros y la elevada rotación de los mismos, unida a la inexperiencia de la mayor parte de los participantes, ha hecho que las asambleas generales fueran poco operativas.

Por otro lado, se generan graves desigualdades de los individuos en la relación con el espacio, algo por otro lado inevitable. Gran parte de la gente que se siente partícipe del movimiento tiene que compaginar esto con su vida diaria y, conforme pasa el tiempo, acude al espacio central de forma cada vez más testimonial. También varía mucho la facilidad de desplazamiento al enclave central dependiendo del carácter más o menos periférico del barrio en el que se viva. La desigual relación con el espacio se convierte en una participación desigual en el movimiento por el elevado peso de las acampadas. De esta forma se generan grupos de gente joven y con un perfil de estudiantes que son los que guardan la relación más estrecha con el espacio, con riesgo de acabar conformando grupúsculos.

Si bien la organización interna se ha podido mejorar sustancialmente conforme ha avanzado el tiempo, el seguimiento de las concentraciones ha ido reduciéndose. Esto no hace sino conducir a un segundo problema. La acampada no puede sostenerse de forma indefinida y corre el riesgo de convertirse en marginal si se prolonga mucho en el tiempo. En este sentido, claramente, las acampadas no plantean una solución al problema de la necesidad de una estructuración del movimiento si este quiere tener una presencia constante en ciudades y pueblos a medio o largo plazo.

Frente a esta situación ¿Qué beneficios conlleva la estrategia de descentralización?

Enlazando con la necesidad de espacios materiales de referencia, el barrio, el entorno más cercanamente vivido, es el principal espacio común de referencia para la población en general donde identificarse como vecinos, ciudadanos o la palabra que se prefiera. El barrio permite continuar el espíritu de ágora que define las acampadas. La toma del espacio público, la autonomía innata del proceso o la gestión de los comunes son elementos que se pueden desarrollar mejor en un espacio reconocible, conocido y abarcable.

Además, la idea de la descentralización, creo que, coincide con el espíritu y los principios del proceso que estamos viviendo. De una forma que parece casi instintiva, el movimiento parece intentar adoptar las formas más horizontales y asamblearias posibles, lo que podría interpretarse como una aspiración a radicalizar la democracia realmente existente en este sentido. Por otra parte, la centralización del poder de decisión es contraria a una profundización en formas más horizontales.

Sin ser la panacea, la descentralización en barrios supone una oportunidad a nivel organizativo. En primer lugar supone una cierta propuesta de estructura organizativa en sí misma. Una estructura conformada por asambleas o consejos de barrio que se coordinan de alguna forma (¿cuál?) entre sí. Este tipo de estructura descentralizada puede conllevar algunas ventajas como es la posibilidad de trabajar en asambleas menos numerosas y más operativas. Podríamos plantearnos si los comités de barrio permiten realmente una mayor identificación con el espacio-agora, mayor proximidad entre los individuos agregados en una asamblea o si permite la concreción y la identificación de los problemas generales en el espacio más inmediato.

Sea como fuere, si la estrategia fuese fructífera, existe una mayor posibilidad mantener en el tiempo comités coordinados entre sí anclados en un trabajo concreto en un espacio concreto.

Ahora bien, ¿Qué tipo de trabajo deberían hacer los comités de barrio?

Sin contenidos y objetivos claros y concretos los comités de barrio no se llegarán a establecer y durarán lo que dure el primer empujón que ha propiciado el 15M. Sin embargo, el contenido concreto de los comités puede variar mucho según el planteamiento que hagamos.

Puede pensarse (y se piensa) en las asambleas de barrio como comités de apoyo a las acampadas, encargados de difundir las decisiones y las reivindicaciones de las asambleas generales, propiciar una mayor expansión de las ideas fundamentales del movimiento y permitir que más gente se acerque a él. Esto, aunque puede ser necesario coyunturalmente, implica una supeditación de los comités de barrio a la asamblea central, que podría estar en la acampada o en otro espacio. En este sentido las asambleas de barrio serían más instrumento que un pilar del movimiento.

Si se pretende que las asambleas de barrio sean pilares, necesitan tener una mayor autonomía, ser capaces de desarrollar un trabajo propio y de diseñar desde la base sus propias iniciativas. Esto sin perder la conexión con el movimiento que las genera. En este sentido, las asambleas deberían evidenciar y debatir sobre las problemáticas puestas sobre la mesa. Esto es, los problemas de “democracia” o autogestión del espacio común propio; problemas de vivienda; problemas de desempleo; problemas de carencias sociales en términos más generales y plasmar sobre espacios concretos estas problemáticas.

Sería interesante que, en la medida de sus posibilidades, las asambleas se planteasen intervenir directamente sobre las problemáticas tratadas apoyando la acción social ya existente en los barrios, las estructuras organizativas de base o actuando sobre conflictos muy concretos y localizados (por ejemplo desalojos que vaya a ocurrir en el propio barrio). Todo ello generando por el camino estructura organizativa de base.

Eso está muy bien pero ¿Qué formas organizativas implica la descentralización por barrios más allá de la asamblea del propio barrio?

Los comités de barrio tienen sentido dentro de una estructura más amplia. En este sentido, una estructura fundamentada en los comités de barrio asumiría estos como unidad fundamental de la organización y una asamblea general representativa de los diferentes comités como estructura a escala de ciudad. Esto puede parecer (y es) extremadamente ambicioso y supondría una estrategia de construcción organizativa a largo plazo.

Otra opción, quizás más plausible, es tratar los comités de barrio como grupos de trabajos al mismo nivel que otros con un carácter transversal. En este sentido se tendería a pequeños grupos ubicados en distintos sectores de la ciudad que se encargarían de difundir los contenidos generados en otras esferas.

La respuesta a estas cuestiones depende en gran medida de si este “movimiento hacia los barrios” va a convertirse en una opción estratégica o bien es un simple movimiento táctico ante la posibilidad del desmantelamiento de las acampadas. El caso es que si se busca una cierta estructura organizativa en algún momento hay que optar por una u otra u otra opción.

La recualificación urbana de Buenos Aires (V): Palermo

Palermo es un barrio suburbano, burgués. Notorio fruto de la expansión hacia el norte de la ciudad en el XIX, contando con la mayor densidad de espacios verdes. Gran parte de la actual comuna está ocupada por edificios funcionalistas de elevada densidad o por nuevas, flamantes y altísimas torres de pisos. El viejo Palermo, por su parte, es un ejemplo de obsolescencia de un barrio. La marcha de la burguesía a los cómodos pisos funcionalistas dejó tras de sí un precioso parque de viviendas unifamiliares modernistas y semiderruídas. La especulación ha privado a la ciudad de conservar la mayor parte del barrio suburbano y gran parte, si no la mayor, de la edificación original ha sido sustituida. En su lugar, pisos funcionales de hasta seis plantas y estrecha fachada muestran desnudas sus medianeras entre casita y casita. Frente a ellas, los imponentes plátanos de sombra flanquean las calles como recuerdo delo que debió ser un barrio bello.

La revitalización de la zona se ha dejado a una operación de marketing en la que los denominados Palermo Pacífico y Palermo Viejo, han sido rebautizados como Palermo Hollywood y Palermo Soho. Todo habría empezado en los noventa, con el barrio lleno de viejas estructuras industriales asociadas a la estación de ferrocarril y de una edificación desvalorizada, en la que se habían ido filtrando quizás grupos humildes e inmigrantes. Entonces, pequeñas productoras dedicadas a la industria cultural habrían empezado a aprovechar las bajas rentas del suelo en Palermo Pacífico, al tiempo que Palermo Viejo empezaba a ser frecuentado por artistas y bohemios de la vida que empezaban a abrir locales y a poner de moda el barrio.

Actualmente el sector ha evolucionado hacia un enclave comercial especializado con marca de lugar, precio de monopolio, explotado principalmente por un conjunto de empresarios de la hostelería. Así, en Palermo Hollywood, las esquinas achaflanadas de las manzanas han sido ocupadas masivamente por restaurante de diseño, transformando la zona en un enclave de ocio para la joven burguesía asalariada porteña. Restaurantes y discotecas, situados sobre la avenida que divide los dos Palermo, aprovechan las estructuras de viejos almacenes y pequeñas fábricas. También aparecen en este tipo de estructuras los mencionados locales de grabación y ensayo. Algún efecto ha tenido todo esto sobre el mercado de la vivienda, puesto que muchas casas en su entorno han sido rehabilitadas, a menudo en un horrible estilo de ladrillo visto, madera y pizarra en el tejado, como recordando a la arquitectura de Europa central. Berreta, que se dice aquí.

El Soho, por su parte, se dedica en mayor medida a una estética que en Sevilla denominaríamos hippy. El vintage y las subculturas musicales juveniles son gran parte del motivo estético aquí que se repite en bares, galerías de arte y tiendas de ropa de marca, sin llegar a convencer mucho y, probablemente, sin pretenderlo siquiera. Los comercios dedicados a la belleza certifican la mayor variedad del Soho. Grafitis, colores básicos y chillones en las fachadas, cámaras de seguridad, todos los tópicos están reunidos en unas pocas cuadras. También hay una importante movida nocturna. Los viandantes y consumidores destacan por su juventud, pero también por su blancura y su indisimulada adscripción a las clases medias, y son habituales los trajes elegantes y la ropa de diseño. También vi algunos andinos, trabajando en la rehabilitación del próximo bar de moda o en la vivienda del próximo profesional liberal que se va a mudar a la zona. En la plaza Julio Cortazar, sin embargo, se respira progresía y todos los bares de diseño tienen nombre cultos e izquierdistas. Utopía, Macondo,… Una bandera ondea uno de ellos marcando la zona como gay friendly. Un caso típico de gentrificación que dirían algunos. Un caso típico de desarrollo de enclave cultural artístico-bohemio asociado a actividades productivas y comerciales, diría yo, que tiene por resultado la revitalización de una vieja zona burguesa en declive.

En Palermo los hechos observados me indican la construcción de un enclave comercial-cultural. La existencia de un declive previo y una revitalización abren la puerta a pensar en gentrificación. El hecho de haber sido históricamente un barrio de clase media y de no existir claros indicios de hábitats especialmente humildes y eliminados, invita a descartarla. Algunos hablan de un flitrado previo y de desplazamiento. Intuyo que si este ha existido, ha sido muy localizado, puntual, difuso, no siendo el rasgo más destacado del proceso que ha acontecido en esta zona.

La recualificación urbana de Buenos Aires (IV): Boca

Boca es, probablemente, el más emblemático barrio popular de la ciudad de Buenos Aires. No solo es sede del popular equipo de futbol, también es zona característica de las típicas viviendas colectivas y espacio industrial y portuario. En la década de los noventa, fue objeto de de una de las operaciones urbanísticas más importantes desarrolladas por el agente público sobre la ciudad consolidada. A pesar de que la misma ha conllevado una cierta renovación urbana y tematización de una parte ínfima del barrio, la tugurización que había padecido durante la segunda mitad del siglo XX no parece haberse frenado.

La polarización histórica tradicional de Buenos Aires es la de un norte predominantemente de clase media y residencial y un sur industrial y obrero. Ambos sectores han sido históricamente segregados por el eje formado por las avenidas Mayo y Rivadabia. No obstante, con el crecimiento de la urbe durante el siglo XX, la polarización social iría adquiriendo un claro componente centro periferia, con los sectores con menor poder adquisitivo ubicados preferentemente en el cono urbano y con una progresiva elitización de la capital federal. Hoy día, gran parte del municipio de Buenos Aires parece ser un conjunto de barrios de clase media, salpicados de bolsas de inmigración económica y pequeñas villas. No obstante, el extremo sur sigue siendo marcadamente popular y nada cosmopolita, especialmente entre el límite municipal marcado por el Riachuelo y la autovía 25 de Mayo. Esta es una de las famosas carreteras urbanas de la dictadura que interrumpen la continuidad de la urbe, barrera interna que sirvió para eliminar sectores populares en el centro fruto de la propia obra (hubo desalojos por la fuerza) y quizás también para fragmentar el típico sur obrero. Hoy día el sector al sur de esta autovía agrupa el mayor continuo de barrios populares de la ciudad: Constitución, Boca, Barracas, Nueva Pompeya, Villa Lugano, Villa Soldati, etcétera. Formada por barrios históricos degradados en su extremo oriental, suburbios de autoconstrucción con importantes contingentes de inmigrantes andinos, algún ocasional polígono de viviendas, unas cuantas extensas villas miseria en el extremo occidental y en las márgenes del Riachuelo y estructuras industriales, a menudo obsoletas y muchas abandonadas.

De este particular sur bonaerense, Boca supone su extremo oriental. Arrabal histórico de la ciudad y separado del centro urbano en su origen, recibe su nombre por encontrarse en la boca del Riachuelo. Tiene su origen en el puerto pesquero y crece durante todo el XIX como barrio de estibadores y jornaleros. Conforme se fue acercando el 1900, el asentamiento de población inmigrante (españoles e italianos) hizo que creciese el barrio y el hacinamiento y que pronto fuera engullido por el continuo urbano de la ciudad. Su carácter obrero viene dado tanto por ser parte del primer distrito industrial de la ciudad, junto al vecino barrio de Barracas, como por la relación con el río, siendo un sector insalubre e inundable y por ello denostado por las clases medias. Al igual que San Telmo, es hogar de las emblemáticas viviendas colectivas en alquiler, conventillos, que acogían a finales del XIX a un tercio de la población del barrio, siendo conocidas la frecuencia de los desalojos y las huelgas de inquilinos. Las viviendas aquí adoptan un tipo autóctono, de chapa y madera, que las aproxima estéticamente a una villa de lata con instalaciones más elaboradas. También de forma similar a San Telmo, iniciaría su decadencia demográfica en los años cincuenta, con un éxodo sostenido prácticamente hasta la actualidad. Aquí el declive tiende a relacionarse no solo con la desinversión, sino también con la reconversión industrial posterior a la década de los setenta, decadencia del puerto y desempleo de los trabajadores del mismo.

Su intervención comienza en la segunda mitad de los noventa, dirigida por el gobierno de la ciudad Buenos Aires. Una operación consistente en la construcción de defensas costeras contra las inundaciones y ajardinamiento como paseo de río. Resulta increíble que dichas defensas tuvieran que esperar hasta tan reciente fecha, algo que sólo  se explica por la posición marginal y sin influencia política de los moradores del barrio. En cualquier caso, la operación implica la renovación intensa del paisaje en la zona de Vuelta de Rocha, antiguo astillero sobre el meandro del Riachuelo antes de desembocar en el rio de la Plata. En las manzanas colindantes al paseo de río se produce una intensa renovación urbana y terciarización en una operación de promoción del sector como enclave turístico.

A pesar de la intervención La Boca sigue siendo en su mayor parte un barrio humilde y terriblemente degradado. La mayor parte del paisaje lo conforma un cuantioso patrimonio industrial abandonado, diminutas villas creciendo en solares abandonados, edificios modernistas de viviendas colectivas en muy mal estado y las típicas viviendas de chapa y madera, de hasta tres pisos de altura, chabolas colosales. Todo ello en un espacio público también muy degradado y que transmite sensación de abandono institucional. Solo en el extremo occidental, próximo a Barracas, parece haber existido una cierta renovación del caserío. No obstante, llegando al arroyuelo, a la Vuelta de Rocha, aparece repentinamente una mezcla entre paseo de ría industrial y pequeño enclave turístico donde se tematiza el barrio portuario con bares de tango, tiendas de suvenires, figurantes disfrazados de chulo y conventillos de chapa, pintados en colores básicos  y visitables por los turistas. Aquí, la miseria se convierte en negocio, la chabola, la infravivienda, se transforma en atracción para el turista brasileño vía folclore. Un par de galerías de arte dan tapadera artística al despropósito. El absurdo de la pequeña simulación, flanqueada por el necesario despliegue policial, es mayor en cuanto que cruzando tres calles puede encontrarse el original y ver gente realmente viviendo en la miseria.