La construcción de vivienda protegida en Andalucía desde la crisis de 2008 ha venido reduciéndose hasta casi desaparecer. Entre 2019 y 2022 no se construyó ninguna nueva vivienda protegida en la comunidad según los datos del ministerio de Fomento. Aunque el problema no sea el déficit de vivienda sino la infrautilización del parque privado, el dato ejemplifica una tendencia de largo aliento en la administración pública a no intervenir sobre la cuestión de la vivienda. Esto no responde en ningún caso a la desaparición del problema. En 2022 hubo 6.718 desahucios en Andalucía (un 67% fueron desahucios de inquilinos), lo que supone un incremento del 49% desde 2020. El problema de la inflación de los precios del alquiler también es conocido por todos y reconocido en los documentos públicos. Si bien la proporción de hogares en alquiler sigue siendo minoritaria en relación con la propiedad, es un tipo de tenencia que tiende a aumentar su importancia.
Más allá de la escasa o nula producción de vivienda protegida en Andalucía, se trata de una política que, desde hace décadas, se preocupa más por proporcionar viviendas para una clase media solvente que para aquellos que realmente la necesitan. Los ingresos máximos para las viviendas de régimen general y para las viviendas protegidas de precio limitado podrían situares en el contexto andaluz en esa horquilla de ingresos medios (34.000 y 46.000 euros anuales por unidad familiar respectivamente). La elección del tipo de viviendas públicas recae sobre los ayuntamientos, que se enfocan a producir para clases medias con capacidad de endeudamiento porque es lo más rentable. Las empresas públicas de vivienda o las administraciones locales buscan con esto no ser deficitarias, cuando la realidad de la problemática de la vivienda exige una política deficitaria y de transferencia de recursos.
La cara b de esto es la ausencia de recursos para hacer frente a una crisis habitacional. Tras cuatro décadas privatizando y en muchos casos regalando el stock de viviendas públicas, ni la Junta ni las administraciones locales han tenido ni tienen recursos para hacer frente a crisis como la de las hipotecas o las derivadas del funcionamiento del mercado del alquiler. No hay una política de emergencia social con capacidad de reacción, porque no hay un parque de vivienda pública que merezca tal nombre y que pueda ser usado en esas coyunturas.
En la última década, esta situación ha empeorado. El plan de vivienda y rehabilitación de Andalucía 2016-2020 fracasó rotundamente en los programas que podrían haber ayudado a la población más vulnerable. El programa destinado a fomentar un parque público de vivienda en alquiler, indispensable, no llevó a cabo ninguna actuación en el periodo de implementación del plan. Lo mismo puede decirse del programa de intermediación, que buscaba mediar entre las entidades de crédito y las víctimas de desahucios, y de los programas de transformación y eliminación de infraviviendas.
Por su parte, el plan Vive 2020-2030, además de partir de un diagnóstico erróneo (presupone un mercado inmobiliario dinámico con bajos tipos de interés y una tendencia a la reducción del problema de los desahucios), no parece que vaya a implicar grandes cambios. Tiene como principal novedad el incrementar la construcción de viviendas protegidas, lo cual puede ayudar a dinamizar el sector de la construcción, sin embargo, sigue sin proponer una actuación sobre el problema real, que tiene su origen en un mercado de la vivienda rentista y extremadamente especulativo, que no satisface en ningún caso las necesidades de la población. En lugar de eso continúa la tendencia de incluir en los planes de viviendas actuaciones dirigidas al espacio público y al patrimonio, que dan un barniz verde a una política de vivienda que no tienen ninguna intención de intervenir realmente en el problema de la vivienda, además de redirigir fondos de la política sectorial de vivienda al fomento de la industria turística.
Para rizar el rizo, en 2022, la Junta de Andalucía introdujo modificaciones del plan por decreto, para incrementar los ingresos máximos por hogar para acceder a las viviendas protegidas en régimen especial (de 2,5 a 3 veces el IPREM). No es un gran incremento, pero lo demencial es este cambio se justifique en la necesidad de aumentar el número de personas que puedan acceder a una vivienda pública, e incluso permitir que se puedan beneficiar personas jóvenes. Eso cuando el problema real evidentemente es que la mayor parte de la población con problemas de vivienda no tienen solvencia para acceder a muchas de las promociones de vivienda. El decreto además abre la puerta a la posibilidad de que los futuros beneficiarios de los programas de vivienda no puedan haber sido sancionados previamente por ocupaciones ilegales. Con esto se pretende excluir algunos de los colectivos que más necesitan este tipo de programas. Con 7000 desahucios al año, para muchas familias la ocupación es la única forma de evitar quedarse en la calle. No obstante, en 2022 constan en Andalucía 688 denuncias por usurpación resueltas. Esto supone una reducción del -7% con respecto al año anterior. El alarmismo sobre esta cuestión es demagógico e interesado. Pero los últimos responsables de la ocupación de viviendas que pueda haber son las instituciones públicas, que tienen la obligación de garantizar el derecho a la vivienda a los hogares que no puedan cubrir esta necesidad en el mercado (artículo 25 del estatuto de autonomía y artículo 5 de la ley andaluza de vivienda), algo que incumplen sistemáticamente.