El nuevo proyecto de Ley de rehabilitación. ¿Se pretende volver a la época del boom inmobiliario?

El gobierno del Estado ha publicado recientemente un nuevo Proyecto de Ley de rehabilitación, regeneración y renovación urbanas. Es esta una medida muy demandada desde el perjudicado sector de la construcción y una de las pocas iniciativas dirigidas a la reactivación económica que ha realizado un gobierno centrado en las políticas de austeridad.

La promoción de la rehabilitación ha sido una estrategia utilizada en el pasado para promover o sostener el sector de la construcción en un contexto de crisis. El caso más reciente es el primer periodo de democracia liberal en la España posfranquista. En las década de los sesenta y setenta España había contado con un importante crecimiento económico, aún en el marco de recesión global propiciada por la conocida como crisis del petroleo. Contexto en el que se fragua la importante industria de la construcción española apoyada sobre el mercado de vivienda en propiedad y el turismo litoral. No obstante, desde finales de los setenta existe una desaceleración importante que coincide con el freno del crecimiento demográfico y de los procesos migratorios del campo a la ciudad. En este contexto, las políticas urbanas se dirigen en mayor medida a la rehabilitación de la ciudad construida, con especial atención a los enclaves históricos, completamente desinvertidos a principios de la década de los ochenta.

El fomento de la rehabilitación fue bastante exitoso a la hora de mantener la industria de la construcción y su mano de obra, algo que supuso una buena base para el posterior crecimiento de la misma en los dos ciclos inmobiliario-financieros que comienzan a partir de la entrada de España en la CEE en 1986. También es notablemente exitosa la rehabilitación conseguida en los centros históricos de las grandes ciudades españolas, ligadas a la potenciación de su función turístico-comercial y al aburguesamiento residencial de los mismos. La rehabilitación ha sido por lo tanto una parte importante de los sucesivos booms inmobiliarios entre 1987 y 1992 y entre 1997 y 2007.

La nueva ley pretende fomentar la rehabilitación y la renovación urbana operada por el mercado privado, tanto de la edificación como de los espacios públicos. Una intervención en la que tendría un papel importante la adaptación de la vieja edificación a los nuevos criterios de edificación sostenible y que recaería en cierta medida sobre los propietarios particulares y las comunidades de vecinos. Todo esto, implica un intento de restablecer uno de los elementos del anterior boom de la construcción, de forma similar a lo que hace la Ley de costas con la edificación de residencias para el turismo de sol y playa. Es obvio que para el actual gobierno resulta deseable un regreso al ciclo expansivo altamente especulativo que nos condujo a la actual depresión económica. Probablemente es deseable también para una parte importante de la población, que encuentra en esta posibilidad su principal esperanza de volver a la sociedad parcialmente opulenta que dejó atrás en 2007. No obstante existen serias dudas sobre la posibilidad de que esto sea factible.

En primer lugar, sigue existiendo un stock importante de vivienda vacías y sin vender, en diferentes modalidades y distribuidas por todo el territorio nacional. Ahora bien, el derribo de esas mismas viviendas puede ser una parte de la actividad constructora que se pretende fomentar, con el objetivo último de generar la escasez que permita al mercado volver a funcionar. En segundo lugar, existen serios obstáculos a una revitalización de la demanda, en la medida en que la demanda interior se ha visto y se va a seguir viendo seriamente castigada por la prolongación en el tiempo de elevadas tasas de desempleo, los recortes que afectan a los salarios indirectos y el saldo migratorio negativo. Asimismo, la demanda exterior encuentra sus limitaciones en la dimensión internacional de la crisis económica, que afecta inevitablemente a los clientes tradicionales (RU, Alemania y Francia), mientras que los nuevos mercados para el turismo y las segundas residencias (China o Rusia) por el momento no alcanzan a sustituir a los viejos. En tercer lugar, gran parte de la rehabilitación más rentable, en los enclaves históricos de las grandes ciudades, ya se ha llevado a cabo en los ciclos anteriores. Aunque todavía existan sectores degradados potencialmente atractivos para la inversión, estos siguen dependiendo de la existencia de una demanda. Así, la rehabilitación y adaptación a criterios de eficiencia ecológica afectaría en primer lugar a bolsas de infravivienda y comunidades de residentes en sectores urbanos afectados por cierta obsolescencia, graylands, que inevitablemente requerirían de importantes ayudas públicas que el gobierno está muy alejado de querer otorgar. Finalmente, el boom inmobiliario español, con sus desastrosas consecuencias por todos conocidas, se desarrolló en un contexto muy concreto y difícilmente repetible. Cualquier salida que pueda tener la crisis obliga a tomar otros caminos, sin que estos aseguren en absoluto el volver a la época de bonanza anterior.

La teoría de la solución espacial de Harvey

La mayor parte de la obra de David Harvey se ha dedicado a establecer las bases de lo que él denomina materialismo histórico-geográfico. En sus obras más conocidas, el autor señala la escasa atención que prestó Marx al espacio e intenta compensarlo, para lo que parte de sus textos originales y el método dialéctico. De las aportaciones realizadas por el autor en este sentido, una de las más conocidas es la teoría del ajuste o solución espacial a la crisis (spatial fix).

Aunque esta teoría se desarrolla fundamentalmente en su obra Limits to Capital, algunos elementos de la misma ya empiezan a intuirse en su obra anterior Urbanismo y Justicia Social (mucho más difundida en el ámbito hispanoparlante). De hecho la primera, en gran medida, se dedica a desarrollar aspectos de la teoría histórico-geografía introducidos en la segunda. En Urbanismo y Justicia Social, Harvey explica las ciudades en términos materialistas como una concentración geográfica de un producto social excedente, que en la sociedad capitalista sería el plusvalor. En las economías precapitalistas, la ciudad habría funcionado como un lugar de utilización de plus-producto a través de la arquitectura monumetal, siendo la versión moderna y capitalista la inversión de excedente en nuevos medios de producción y en la construcción de ciudad (en gran medida medio de producción), a menudo mediante un consumo de recursos despilfarrador y superfluo. Así, el proceso social del urbanismo requiere la articulación de una economía espacial suficientemente extensa como para facilitar la concentración geográfica del excedente (el puerto y su hinterland o la metrópolis y sus colonias, por ejemplo) lo que implica que la integración espacial de la economía y la evolución del urbanismo están inextricablemente relacionados.

En este punto Harvey utiliza a Lefebvre, para el cual la urbanización llega a dominar en el momento actual a la industrialización. El sociólogo francés realiza una distinción entre dos circuitos de circulación de plusvalor. Un primer circuito de actividad industrial y un segundo circuito de creación y extracción de plusvalor por la especulación con los derechos de propiedad y de los intereses procedentes de desembolsos anteriores en forma de inversiones de capital fijo. En su libro La revolución urbana Lefebvre afirmaba que la tendencia era a que el plusvalor formado y realizado en la especulación y mediante la construcción inmobiliaria superase al de la producción industrial. Es decir, el segundo circuito, formado por un conjunto de inversiones en capital fijo y construcción de ciudad, tiende a suplantar al principal.

El análisis del circuito secundario de circulación sería un elemento clave en la siguiente obra de Harvey, con un papel fundamental en el ajuste/arreglo/solución espacio-temporal. Aquí, de nuevo, el problema central es la tendencia a la crisis del capitalismo y el papel que podría jugar el circuito secundario de circulación y otras estrategias espaciales en prorrogarla. Según la teoría marxista el capitalismo tiende a generar crisis de sobreproducción en las cuales las posibilidades de inversión rentable se agotan, lo que conduce a una destrucción del capital existente mediante su devaluación o mediante la infrautilización de la mano de obra (desempleo). Frente a esto, las soluciones espaciales serían en principio dos, la reorganización espacial de un territorio o región económica y la exportación del capital y el trabajo sobrantes más allá de la región en la que se han generado. En el primer caso la solución pasa por inversiones a largo plazo en capital fijo e inmóvil (segundo circuito de acumulación) para facilitar la movilidad de otros capitales. Así, las inversiones en infraestructuras espaciales tienen la función de comprar tiempo, evitando la crisis de acumulación a un cierto plazo. Por supuesto, las infraestructuras de larga vida no devuelven su valor a la circulación hasta muchos años después, por lo que resulta en una estrategia dirigida por el Estado. Como afirmaba Topalov en La Urbanización Capitalista el capital privado no invierte en empresas que no incluyan condiciones de rentabilidad, lo que empuja a que el finaciamiento de las infraestructuras urbanas sea público o bien a que el Estado asegure las condiciones de rentabilidad. El segundo ajuste espacial haría referencia a una transformación externa que evita la destrucción de capital propia de la sobre-acumulación mediante la exportación de capital, mercancías y trabajo sobrante, al menos durante un periodo de tiempo, a otras regiones. Esto implica una expansión y reestructuración geográfica del mercado capitalista cuyo caso más notorio es el imperialismo de las potencias más desarrolladas con respecto a las economías periféricas. Harvey refiere también un ajuste temporal, que implicaría un desplazamiento temporal (hacia el futuro) de la crisis mediante el crédito y las financias. El crédito permite tanto las inversiones a largo plazo como la exportación de capital, mercancías y trabajo a zonas con falta del mismo.

Como se puede observar, el término ajuste (fix, que significa también fijar en inglés) se utiliza en dos sentidos. En primer lugar, en un sentido literal, como fijación durable del capital adoptando una forma física (capital fijo). En segundo lugar, un sentido metafórico, como solución temporal basada en estrategias espaciales que enfrentan las tendencias específicas a la crisis. Una crisis que solo puede evitarse por un tiempo, pudiendo ser el ajuste eventualmente un efecto engrandecedor de la misma, algo que hemos experimentado en la reciente crisis financiera de los países postindustriales. Las soluciones espaciales generan sus propios problemas.

La recualificación urbana de Buenos Aires (II): Puerto Madero

El centro comercial y financiero de Buenos Aires se estructura a través de un conjunto de grandes avenidas, paralelas y perpendiculares que jerarquizan el monótono trazado de cuadrícula de la ciudad. El espacio central está ocupado por la plaza de Mayo en la que confluyen dos diagonales y uno de los ejes de la grand croisse del ensanche bonaerense, la avenida de Mayo, cruzada por un extenso paseo tipo Castellana o Jardines Eliseos, avenida 9 de Julio. Alguna calle peatonal intensamente transitada rompe la monotonía de las grandes vías en damero. La arquitectura modernista, decó, noveau, neogótico, todos los órdenes y todos los motivos estéticos del típico ensanche europeo están presentes. También el colosalismo de las sedes bancarias y el inevitable palimptesto de épocas y estilos, notorio en la plaza de Mayor, donde el Cabildo supone el último vestigio de la arquitectura española colonial. Fuera de las avenidas principales, la decrepitud de algunos edificios insinúa una cierta decadencia de este centro, aunque la avenida Corrientes, con sus teatros y librerías, sea insistentemente transitada. En general, pareciese que no hay en la ciudad gente suficiente para llenar las numerosas y extensísimas avenidas.

Si el viejo centro denota un cierto declive, este tiene su correlato en la nueva área central generada a partir del redesarrollo de la dársena y antiguo puerto de la ciudad, producto estrella de la recualificación urbana local. El nuevo desarrollo encajona entre sus edificios y el centro urbano original un amplio parque de oficinas, combinado con hoteles y sedes de grandes empresas, que es el renovado centro financiero de la ciudad, dinamizado por la operación sobre el puerto. Un espacio que recuerda y mucho a la city londinense, contando incluso con una especie de Canary Warf y unos docklands. Estos últimos, forman ya parte de la gran operación de renovación urbana denominada Puerto Madero, producto de la remodelación del viejo puerto comercial, ahora desplazado al norte. Un espacio urbano que no aporta nada que no esté en las operaciones hermanas de los puertos de Londres o Dublín, siendo destacable su falta de originalidad. El reciclaje de los viejos puertos comerciales, almacenes, grúas y diques,  en paseos marítimos (o paseos de río), ofreciendo oportunidades al turismo y a la especulación inmobiliaria, parece haber sido la forma urbana más paradigmática en la que las grandes ciudades han plasmado su tránsito del capitalismo fordista al capitalismo financiero.

Tras una primera propuesta no ejecutada en tiempo de la dictadura militar, el proyecto de Puerto Madero se inicia en 1989. El marco es el de la administración neoliberal de Menem, de la desregulación económica, de la privatización de empresas y servicios públicos y de toda una serie de medidas monetarias que darían al traste con la economía algo más de una década después. La afluencia de inversión extranjera en estos años permitiría un ritmo de construcción de ciudad muy dinámico y especulativo, que afectaría a la estructura de la ciudad propiciando entre otras cosas la densificación, centralización y modernización del centro urbano. Su proyecto estrella, adoptó la forma de un plan estratégico y contó con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona, cuyo modelo parece haber pretendido imitarse en Buenos Aires durante las últimas dos décadas. El mecanismo principal fue la creación de una Corporación que se encargaría de privatizar los suelos públicos para una sucesión de proyectos privados de edificios de oficinas, comercios y viviendas de lujo en torno a la dársena, reconvertida de puerto comercial a puerto deportivo.

El nuevo barrio resultante se encuentra sobre una ínsula creada por el hombre a partir del relleno del mar,  fruto de un proyecto megalómano de finales del siglo XIX. De hecho, y paradójicamente, en la zona excluida de la operación, la isla artificial es hoy día un parque natural. Este particular emplazamiento confiere al a urbanización la propiedad de estar fuertemente segregada del resto de la ciudad. Las barreras que lo limitan hacia el oeste son varias y contundentes, de tal forma que entre el complejo y el viejo centro urbano se encuentran tres grandes avenidas de hasta diez carriles y el parque de oficinas ubicado entre las mismas. La propia dársena funciona en parte como foso tras el que se protegen las promociones residenciales. En la margen oeste de la dársena, una serie de viejas estructuras portuarias de factura típicamente inglesa, en ladrillo rojo y madera, ahora reconvertidos en oficinas y locales comerciales con una cantidad apabullante de restaurantes de lujo, conforman la primera fachada del barrio. Así, el barrio de lujo, el enclave de élite, se ve flanqueado por la naturaleza y el patrimonio, entre el parque natural y la arquitectura catalogada. La persistente presencia de la policía portuaria, encargada en exclusiva de la vigilancia del enclave, y las viejas grúas aumentan la impresión exótica e histórica. La explotación estética de equipamientos productivos, que nada tienen que ver con el consumo hedonista que abandera la nueva configuración del puerto, es otra obvia paradoja del proyecto.

Tras los docks y sus diques, se encuentran los edificios residenciales de lujo, algunos de ellos torres de gran altura, personalizados y con nombres petulantes, como el Aleph, Zencity o Madero Plaza. Junto a ellos, más edificios de oficinas, hoteles (incluido un Hilton) y museos privados (Museo Forabat y Faena Arts Center). También más restaurantes de lujo, con lo que queda claro que la cocina es uno de los grandes valedores del turismo aquí. Paseando por las calles, turistas brasileños y mejicanos, ejecutivos con trajes de diseño, adultos jóvenes haciendo jogging y, esporádicamente, niños con uniforme de colegio privado. Un buque insignia para la clase media-alta bonaerense. No obstante, a pesar de todo su lujo, por el momento, el nuevo barrio tiene que compartir espacio con la pequeña villa Rodrigo Bueno. Asentamiento ilegal enclavado entre el parque natural y el entorno a uno de los diques de Puerto Madero.

La recualificación urbana de Buenos Aires

Este es el primero de una serie de ensayos sobre la recualificación urbana reciente de Buenos Aires. Con este título me refiero a la intervención urbanística sobre piezas claves de la ciudad consolidada, obsoletas funcionalmente o con sus estructuras en declive por su antigüedad.  Actuaciones que en esta ciudad se han concentrado en el centro urbano y, especialmente, a partir de la década de los noventa del siglo XX. Este periodo se diferencia claramente del anterior funcionalismo-desarrollismo, muy característico del periodo que va desde el gobierno de Perón hasta la dictadura militar. En este, fue característica la mayor actividad constructiva en los frentes de expansión, la proliferación de asentamientos informales por las clases populares y la creación de grandes infraestructuras viarias. Especialmente relevantes habrían sido las grandes autopistas que legó el gobierno militar y que fraccionan el centro urbano de la ciudad impunemente. De estos últimos años del periodo, también es destacable la mayor atención que empieza a prestársele al centro de la ciudad, y son varios los procesos que en el interior del mismo se desencadenan.

En torno a 1980, todavía en un contexto de crisis estatal, la ciudad contaba con un centro urbano con claros signos de declive. Esto sería notorio en el sector residencial del casco histórico original de la ciudad, ubicado al sur (San Telmo-Montserrat), y en los extensos arrabales contiguos que alcanzan hasta el límite de la ciudad (Constitución, Boca y Barracas). También en parte de los barrios burgueses suburbanos e históricos del norte. Allí donde la renovación urbana funcionalista no había actuado de forma más contundente. Ante esta situación, con la dictadura se plantea lo que podría verse como un primer asalto a este centro urbano en decadencia. Los elementos fundamentales de esta estrategia serían diversos y actuarían en distintos ámbitos de la ciudad. En primer lugar, la liberalización de los alquileres (en 1979), que profundizaría en la indefensión de los inquilinos, generalmente los sectores más pobres de la población y muy vinculados al centro histórico. En segundo lugar, una importante política de desarrollo de autopistas urbanas, que permitiría la eliminación de bolsas de pobreza interiores vía desplazamiento masivo. Por último, la creación de una política activa sobre el sur del centro histórico y arrabales, mediante la promoción de la agregación de parcelas para promover la renovación urbana privada y una relevante ordenanza de protección, de un carácter sorprendentemente conservacionista, pero que se reformaría rápidamente en función de los intereses de los propietarios. La consecuencia primera y más relevante sería la aceleración del vaciamiento del sur histórico de la ciudad y su progresiva terciarizacion.

A posteriori, con la democracia, en los noventa, llegarían los gobiernos con un carácter más marcadamente neoliberal, en especial el de Menem. La desregulación económica y la privatización de servicios públicos vendría acompañada por un tremendo incremento de la inversión extranjera directa que iría dirigida en una buena parte al negocia de la creación de ciudad. Este capital se fue dirigiendo progresivamente a alimentar el negocio de la construcción, proliferando en este periodo los barrios cerrados, los centros comerciales, los hoteles, los restaurantes de lujo, etcétera. En general, los servicios suntuarios y la especulación inmobiliaria van ganando terreno a la economía productiva. En este marco, la puesta en valor del suculento centro urbano vendría liderada por el proyecto estrella de la administración en el que tendría mucha importancia este capital extranjero: Puerto Madero.

Megaproyectos: especulación y otros espejismos

Recientemente ha acabado un ciclo económico fuertemente especulativo y fundamentado en la construcción. Desde la situación de crisis, desempleo e incertidumbre en la que ha dejado al país, parece un buen momento para echar la vista atrás y valorar la terrible devastación que ha dejado tras de sí la depredación de un sistema fundamentado en el cemento, la especulación y las obras faraónicas. Con el litoral, las cuencas fluviales y el territorio cubiertos de ladrillo, se diría que nos encontramos en un momento de parálisis de la economía en el que esta cuestión tiene menor relevancia o, al menos, actualidad. Sin embargo, también merece la pena y es necesario mirar hacia delante para intentar ver a donde nos dirigimos ahora.

En el contexto actual de estancamiento y con una previsible recesión a las puertas, el joven gobierno del Estado anuncia iniciativas tales como incentivos fiscales al mercado inmobiliario, recuperación de viejas ideas de trasvase entre cuencas, regadíos, modificación de la Ley de Costas para flexibilizar la actividad económica en este territorio tan machacado y otras medidas de corte similar. Pareciera que la única esperanza fuese  repetir el último ciclo hiperespeculativo, probablemente de forma aún más violenta, con regresiones en materia de protección ambiental que traen a colación un desarrollismo que parecía en parte superado.

De forma similar, las propuestas de carácter más progresista con respecto a la crisis, aquellas que conceden un mayor papel al Estado, parecen condenadas a reclamar una intervención del mismo en infraestructuras que revirtiera la actual espiral de destrucción de empleo y regresión de la demanda. Un tipo de políticas que hoy día supondrían más desarrollismo en un territorio donde  queda ya poco por construir.

Así, nos encontramos en una fase sustancialmente diferente en cuanto al debate sobre el carácter desarrollista y depredador del sistema, donde la influencia social de la crítica se hace difícil ante una población asustada y acosada por los efectos de la crisis. Ante esta situación, es más necesario que nunca revisar estas cuestiones, plantear los debates y construir y reconstruir un discurso crítico que necesita hacerse oír.

Las jornadas Stop Megaproyectos se realizaron entre el 23 de febrero y el 15 de marzo de 2012 en el hoy desalojado CSOA La Huelga. http://stopmegaproyectos.wordpress.com/

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE II)

De la crisis de los setenta surgiría un nuevo modelo para el capitalismo occidental y, paulatinamente, una nueva estructura geopolítica y geoeconómica. Así, una parte importante de los problemas de la rigidez del fordismo y de los crecientes costes de una fuerza de trabajo organizada fue la reconversión industrial, que fue en parte automatización, en parte deslocalización y en parte pura y simple desindustrialización durante las décadas de los setenta y ochenta. Por su parte, los grandes centros urbanos occidentales se irían especializando en una economía terciaria fundamentada en un sector financiero cada vez más determinante y sobredimensionado. Creo que un buen ejemplo de esto es el caso de Reino Unido. Aquí, mientras la industria naval y automovilística se desplazaba al sureste asiático y el norte industrial y minero de Gran Bretaña se hundía y su característica clase obrera se lumpenproletarizaba, el centro financiero de Londres no hacía sino crecer hasta convertirse en la base de la economía del Estado. El proyecto de renovación urbana de los docklands resulta paradigmático en este sentido, eliminando los históricos astilleros de Londres y su principal enclave industrial histórico para sustituirlo por un parque de oficinas, el nuevo centro financiero de Canary Wharf. Un nuevo modelo económico en el que se multiplicaban los directivos y profesionales bien pagados, pero también un proletariado del sector servicios sometido a una precariedad extrema, una sociedad cada vez más dualizada, término que empezó a popularizarse en este contexto.

Uno de las bases del nuevo modelo fue la desregulación del sistema financiero, que había estado rigurosamente controlado por el estado desde 1930. A partir de la crisis de 1973 la presión para la desregulación financiera ganó fuerza y para la segunda mitad de los ochenta era un hecho. La desregulación y la innovación financiera se convirtieron en ese momento en una condición de supervivencia para cualquier centro financiero mundial dentro de un sistema global altamente integrado, resultando además fundamental para incentivar el endeudamiento a través de formulas para la financiación de viviendas y créditos para el consumo, al mismo tiempo que crecían los nuevos mercados de acciones, divisas o futuros de deuda. La consecuencia ha sido una economía sometida a ciclos cortos cada vez más violentos y muy vinculados a los vaivenes del mercado inmobiliario. Así, el ciclo hiperespeculativo de la segunda mitad de los ochenta acabaría con el estallido de la burbuja inmobiliario financiera de EEUU, Reino Unido y Japón en 1990, que en este último país daría lugar a la que se conoce como década perdida. En España el estallido se prorrogó un poco más, gracias a los macreventos de 1992 que permitieron seguir canalizando inversiones especulativas en el mercado inmobiliario y creando oportunidades de inversión a través de la creación de las grandes infraestructuras que requerían eventos como la Exposición Universal o las Olimpiadas de Barcelona. Tras esto, un periodo de estancamiento y vuelta a empezar en 1997 y hasta el nuevo estallido, infinitamente más violento, 10 años después. De esta forma, la actual crisis encuentra su detonante precisamente en los disparatados productos financieros desarrollados para permitir que el endeudamiento familiar de los estadounidenses, contra toda razón, siguiera incrementándose. Un dato que evidencia la necesidad de seguir ampliando mercado y seguir firmando hipotecas para que los precios siguieran subiendo y no explotase la enorme burbuja de especulación y deuda que se había conformado en los tres lustros anteriores.

Quizás la interpretación de la crisis como una crisis esencialmente urbana y de la vivienda no sea válida para todos los países, pero al menos resulta evidente en los casos de algunas de las economías más importantes del mundo, como Reino Unido o EEUU, o de algunas de las economías que han sufrido el hundimiento más acelerado desde 2007 como Grecia, Irlanda o España. Actualmente, los países que están en una mejor situación son precisamente aquellos que han desarrollado una economía productiva en el contexto postfordista y que, en la última década, han llegado a desarrollar un cierto mercado interno. No obstante, los efectos sobre la economía mundial del hundimiento del consumo en los países occidentales no pasan desapercibidos para nadie. De poco sirve que ciertos países mantengan una poderosa economía productiva si sus principales clientes no pueden seguir comprándoles.

En definitiva, resulta evidente que los salarios indirectos que pagaba el Estado, y que lo hacían deficitario, y la seguridad y estabilidad laboral, fruto del poder de los sindicatos y de la negociación colectiva, han venido siendo sustituidos en occidente por créditos e hipotecas, por un terrible endeudamiento familiar que ha permitido hasta ahora el continuo incremento del consumo, los precios y las plusvalías. Así que, esta es, de nuevo, una crisis de los instrumentos dispuestos para evitar la crisis de sobreproducción. Y lo peor de todo es que dentro del discurso hegemónico no se atisba ninguna esperanza más allá de poder repetir en un futuro próximo otro violento ciclo especulativo que nos lleve a una crisis aún mayor. Visto esto, deberíamos estar pensando en cómo acabar con este sistema antes de que él acabe con nosotros.

Entrevista con David Harvey

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE I)

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE I)

En los últimos años he oído hablar de que la causa de la crisis es el sistema financiero, las hipotecas basura, la codicia de los mercados, la mala gestión de los políticos y las instituciones reguladoras, etcétera, etcétera. Probablemente todas esta tienen parte de razón, algunas bastante más que otras. Sin embargo, como decía hace algún tiempo David Harvey, parece que lo último que se les ha pasado por la cabeza a la mayor parte de economistas y/u opinadores profesionales es que la causa de la crisis sea el propio sistema, que se trate de una crisis estructural. También hace años, alguien preguntó en un grupo de discusión en el que participaba si la crisis que entonces empezaba a vislumbrarse era una típica crisis de producción. Entonces consideraba que sí, y es una opinión que sigo manteniendo.

La teoría clásica de la crisis

En la teoría marxista clásica las crisis capitalistas tienen su origen en empresas que no encuentran mercado para su producción, sobreproducción por lo tanto que tiende a coexistir con una situación de desempleo, que no es en conjunto sino capital y fuerza de trabajo (otro tipo de capital) que no encuentran oportunidades para ser invertidos y generar beneficios. Esto no quiere decir que no haya escasez. La sobreproducción implica excedentes de mercancías y las mercancías no se dirigen a cubrir las necesidades humanas sino la demanda solvente. Así, podemos encontrar un stock de mercancías, por ejemplo mercancía-vivienda, que no encuentra salida al mercado y por lo tanto se acumula sin ser utilizado. ¿A alguien le suena esto? En este país hay 3.5 millones de viviendas vacías y, sin embargo, en un contexto de destrucción de empleo, miles de familias encuentran problemas para solucionar una necesidad tan básica como es la de tener un techo.

La causa de que el sistema capitalista tienda a desembocar en este tipo de crisis es que, tras un periodo de expansión, la diferencia entre la capacidad de producción y la demanda solvente se hace cada vez más profunda, así que la demanda cae, los precios se estancan y bajan, caen las ganancias, las empresas quiebran y los trabajadores se quedan en el paro. Así que, para enfrentarse a la crisis o para evitarlas, hay que crear oportunidades donde invertir capital y mano de obra y/o incrementar la demanda solvente. Ambas cosas están íntimamente relacionadas, dado que si se destruyen puestos de trabajo, la demanda solvente se reduce y viceversa.

Así las cosas, diría que las últimas crisis del capitalismo global, desde la década de los setenta, han sido crisis de las soluciones para evitar la crisis de sobreproducción. Estas soluciones han sido, primero, la intervención del Estado sobre la economía y, segundo, la liberalización del sistema financiero y la creación de complejos sistemas de deuda. En ambos casos la cuestión de la vivienda y la urbanización en general han jugado un papel fundamental y esta última es una idea que tomo directamente de David Harvey.

La solución estatal

Vamos con la crisis de los setenta. Esta fue una crisis del sistema de regulación fordista-keynesiano, que se habría desarrollado a su vez como respuesta a la terrible crisis del 29 y a la depresión de los años 30 del siglo XX. El problema era alcanzar un conjunto de estrategias que pudieran estabilizar el capitalismo en las cuales la intervención del Estado, frente al liberalismo predominante con anterioridad, iba a jugar un papel crucial. Frente a la crisis de sobreproducción Keynes propugnaba la intromisión del Estado en la gestión de la relación entre las fuerzas de trabajo y acumulación del capital. El principal problema a solucionar era mantener el poder adquisitivo, distribuir salario y renta para conseguir un alto nivel de consumo y la salida de la crisis. Tras una crisis de la actividad en la que economía se estanca, la única forma de salir del circulo vicioso de “reducción del consumo=reducción de la producción=desempleo= reducción del consumo” es incrementar el consumo mediante la intervención del Estado en la economía.

En este periodo el Estado asumió varias obligaciones. En la media en que la producción en masa fordista (que ya venía desarrollándose antes de la crisis, pero que alcanza su madurez tras la IIGM) exigía fuertes inversiones en infraestructuras y necesitaba a su vez condiciones de demanda relativamente estables para ser rentable. Así, durante el período de posguerra el Estado trató de dominar los ciclos de los negocios por medio de una mezcla apropiada de políticas fiscales y monetarias. Estas políticas estaban dirigidas hacia aquellas áreas de inversión pública (transporte, servicios públicos, etc.) que eran vitales para el crecimiento de la producción y del consumo masivo, y que también garantizarían el pleno empleo. Los gobiernos también se dedicaron apuntalar fuertemente el salario indirecto a través de desembolsos destinados a la seguridad social, al cuidado de la salud, la educación, la vivienda y cuestiones semejantes. Además, el poder estatal afectaba, de manera directa o indirecta, los acuerdos salariales y los derechos de los trabajadores. Esta fue base para el prolongado boom de posguerra, en el que los países capitalistas avanzados alcanzaron fuertes tasas de crecimiento económico, se elevaron los niveles de vida y se frenaron las tendencias a la crisis.

Un elemento al que Harvey concede un gran peso en esta ola de expansión es el crecimiento urbano y, para el caso anglosajón, la suburbanización. El auge de los espacios residenciales suburbanos, se produce en EEUU y RU especialmente tras la IIGM. Este modelo de urbanización se basaba en la compra de viviendas en propiedad y la construcción de zonas residenciales de bajas densidades, dando lugar a un inmenso mercado del suelo y la vivienda, además del desarrollo de potentes sistemas de crédito a las familias. Además otros aspectos fundamentales de la misma era el automóvil privado como solución primordial al desplazamiento y la construcción de autopistas. Así que los crecientes capitales y la mano de obra eran absorbidos por la fábrica fordista, pero también por la construcción de grandes infraestructuras y por la construcción y reconstrucción de ciudad. En la Europa continental, la suburbanización tiene un peso menor y su desarrollo es más tardío, de hecho su verdadero auge comienza a partir de la década de los setenta. No obstante, el mismo papel que juegan los suburbios en el caso estadounidense, lo juegan los barrios funcionalistas promovidos por el sector público y la intensa renovación urbana de los centros urbanos, tan necesaria en una Europa castigada por la guerra.

No obstante, este modelo colapsaría en los años setenta, cuando empezaron a aflorar los problemas de rigidez de la industria de tipo fordista, basada en inversiones a largo plazo y a gran escala, que daba por supuesto el crecimiento estable del consumo. Surgieron también problemas de rigideces en los mercados de la fuerza de trabajo y todo intento de superar estas rigideces chocaba con la fuerza de los sindicatos y de la clase obrera organizada en general, poco dispuesta a ceder la estabilidad y el nivel de vida que había alcanzado en las décadas anteriores. En este contexto, la competencia de los nuevos países industrializados empezaba a hacer mella en la industria occidental. Además, las rigideces de los compromisos estatales también se agravaron cuando el gasto en salarios indirectos (seguridad social, pensiones, sanidad,…) creció por la presión de mantener una cierta legitimidad en el contexto de recesión. Ante esta situación, el único instrumento con capacidad de dar una respuesta flexible era la política monetaria, por su capacidad de imprimir moneda cuando hacía falta para mantener la estabilidad de la economía. Y de este modo comenzó la ola inflacionaria que pondría fin al boom de la posguerra cuyos hitos fundamentales para Harvey (ver Breve historia del neoliberalismo, editado por AKAL) fueron las quiebras de Reino Unido y de Nueva York.

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE II)

Más de lo mismo. Sobre la política de vivienda del actual gobierno

El problema de la vivienda se ha transformado en la actualidad en el gran problema de las clases trabajadoras, unido y en intima relación con la cuestión del desempleo. Las dificultades de acceso a la vivienda, en un mercado en el que la construcción pública ya solo queda en el recuerdo y con unos precios inflados por la especulación durante tres lustros, continúan en la situación actual de crisis, acrecentadas por las dificultades de acceso al mercado laboral de los jóvenes y la pérdida generalizada de puestos de trabajo. A esto se le suma la alarma social generada por el terrible incremento de los desahucios de familias que, en la coyuntura actual, se ven imposibilitadas para seguir cumpliendo con el pago de sus hipotecas.

 

Ante esta situación, en los primeros meses del nuevo gobierno del Estado empieza a perfilarse cual va a ser la política “popular” a este respecto. Esta política se evidencia tanto en las medidas que se han anunciado, como en las medidas que ni se anuncian ni se van a tomar. Respecto de las primeras, los planteamientos del gobierno pasan por reducir impuestos e incentivar activamente a los agentes privados del mercado de la vivienda, con la esperanza de reactivar el negocio inmobiliario. En esta misma dirección se encuentran las reformas sobre la legislación medioambiental. En concreto, la modificación de la Ley de Costas, anunciada recientemente por el ministro Airas Cañete, pretende flexibilizar la construcción y la actividad económica en el litoral, sabiendo que este territorio, en relación con el turismo, es el principal motor que podría volver a poner en marcha el mercado inmobiliario.

 

Así, en un contexto de crisis provocado por una economía basada en el ladrillo y en la especulación, de lo que dan cuenta las cientos de miles de viviendas vacías, incluidas las promociones enteras que han quedado sin vender en manos de los bancos, la apuesta del gobierno pasa por intentar reproducir el ciclo especulativo del mercado inmobiliario que nos ha llevado a la situación actual. Pero lo más interesante es lo que no van a hacer. No va expropiar las viviendas vacías para dedicarlas a la provisión de las necesidades de alojamiento, no van establecer la dación en pago y no van a mover, en definitiva, un solo dedo por hacer efectivo el derecho a la vivienda. De esta forma, se hace evidente, una vez más, como los intereses que defiende este gobierno (en igual medida que el anterior) no son los de la gente sino los de las entidades financieras, los grandes promotores y los especuladores.