El 13 de Abril, a punto de cumplir dos años el movimiento 15M, se pretende realizar un encuentro de las asambleas de base de los barrios y pueblos de Sevilla. Desde que en junio de 2011 se abandonó la acampada en las setas de la Encarnación y se crearon las asambleas barriales, coordinadas mediante una reunión de portavoces, este va a ser el primer encuentro general de dichas asambleas. Una reflexión se hace necesaria sobre el proceso que se ha desarrollado en estos dos años. A ello puede contribuir el presente texto, que se escribió en algún momento a finales de mayo de 2011 y que era una reflexión sobre las ventajas de la formación de asambleas barriales, justo en el momento en que se producía la descentralización. El documento es un ejemplo de los debates y las dudas que se tenían en aquel momento y puede ser punto de partida para una evaluación que está por realizarse.
El movimiento ¿estratégico? de descentralización en comités de barrio (Mayo de 2011)
La difusión del movimiento hacia los barrios y pueblos desde los espacios centrales (plazas mayores) de las principales ciudades españolas, que han tenido el protagonismo hasta ahora, es algo que parece haberse repetido en todas las acampadas que han conservado cierta fuerza con el paso de las primeras dos semanas después del 15M. Imitación, difusión o coincidencia han de existir una serie de problemáticas comunes a la coyuntura generada por el 15 M en las distintas ciudades que ha exigido este movimiento estratégico. Por otro lado, plantea una serie de problemas comunes que también hay que resolver.
Sería necesario analizar bien que oportunidades reales presenta la descentralización para el movimiento, que tipo de continuidad puede tener a través de los proliferantes comités de barrio y qué tipo de estructura organizativa implica.
Sin tener nada clara ningunas de estas cuestiones, pongo por escrito algunas ideas para la reflexión colectiva.
¿Qué elementos de la coyuntura generada por el 15M empujan a una descentralización del movimiento masivo?
Partamos de que, a pesar del fuerte componente “virtual” del movimiento, tanto en su génesis como en su desarrollo, las acampadas han reflejado y han ido generando la necesidad de tener espacios físicos de referencia.
Las plazas mayores como espacios estratégicamente simbólicos dentro de la ciudad han permitido una visibilización continua del movimiento y una proyección social, al tiempo que suponen una declaración de intenciones al convertir espacios fundamentalmente comerciales en foros ciudadanos.
Al mismo tiempo, la toma de las plazas se ha convertido en una herramienta para georreferenciar el movimiento, un espacio “material” donde confluir, acercarse, informarse o donde empezar a participar. Espacios que además se han convertido en enclaves a partir de las cuales se organiza parte del movimiento. Estas ventajas de las acampadas, si bien pueden ser efímeras, parecen lejos de haber agotado todas sus posibilidades, de ahí una parte de las reticencias a “abandonar el campamento”.
Sin embargo, las acampadas como espacios organizativos muestran algunas limitaciones claras que se han podido observar a lo largo de este tiempo. En primer lugar, la confluencia de toda la población de una gran ciudad en un único foro es inviable en un cierto plazo. El elevadísimo número de miembros y la elevada rotación de los mismos, unida a la inexperiencia de la mayor parte de los participantes, ha hecho que las asambleas generales fueran poco operativas.
Por otro lado, se generan graves desigualdades de los individuos en la relación con el espacio, algo por otro lado inevitable. Gran parte de la gente que se siente partícipe del movimiento tiene que compaginar esto con su vida diaria y, conforme pasa el tiempo, acude al espacio central de forma cada vez más testimonial. También varía mucho la facilidad de desplazamiento al enclave central dependiendo del carácter más o menos periférico del barrio en el que se viva. La desigual relación con el espacio se convierte en una participación desigual en el movimiento por el elevado peso de las acampadas. De esta forma se generan grupos de gente joven y con un perfil de estudiantes que son los que guardan la relación más estrecha con el espacio, con riesgo de acabar conformando grupúsculos.
Si bien la organización interna se ha podido mejorar sustancialmente conforme ha avanzado el tiempo, el seguimiento de las concentraciones ha ido reduciéndose. Esto no hace sino conducir a un segundo problema. La acampada no puede sostenerse de forma indefinida y corre el riesgo de convertirse en marginal si se prolonga mucho en el tiempo. En este sentido, claramente, las acampadas no plantean una solución al problema de la necesidad de una estructuración del movimiento si este quiere tener una presencia constante en ciudades y pueblos a medio o largo plazo.
Frente a esta situación ¿Qué beneficios conlleva la estrategia de descentralización?
Enlazando con la necesidad de espacios materiales de referencia, el barrio, el entorno más cercanamente vivido, es el principal espacio común de referencia para la población en general donde identificarse como vecinos, ciudadanos o la palabra que se prefiera. El barrio permite continuar el espíritu de ágora que define las acampadas. La toma del espacio público, la autonomía innata del proceso o la gestión de los comunes son elementos que se pueden desarrollar mejor en un espacio reconocible, conocido y abarcable.
Además, la idea de la descentralización, creo que, coincide con el espíritu y los principios del proceso que estamos viviendo. De una forma que parece casi instintiva, el movimiento parece intentar adoptar las formas más horizontales y asamblearias posibles, lo que podría interpretarse como una aspiración a radicalizar la democracia realmente existente en este sentido. Por otra parte, la centralización del poder de decisión es contraria a una profundización en formas más horizontales.
Sin ser la panacea, la descentralización en barrios supone una oportunidad a nivel organizativo. En primer lugar supone una cierta propuesta de estructura organizativa en sí misma. Una estructura conformada por asambleas o consejos de barrio que se coordinan de alguna forma (¿cuál?) entre sí. Este tipo de estructura descentralizada puede conllevar algunas ventajas como es la posibilidad de trabajar en asambleas menos numerosas y más operativas. Podríamos plantearnos si los comités de barrio permiten realmente una mayor identificación con el espacio-agora, mayor proximidad entre los individuos agregados en una asamblea o si permite la concreción y la identificación de los problemas generales en el espacio más inmediato.
Sea como fuere, si la estrategia fuese fructífera, existe una mayor posibilidad mantener en el tiempo comités coordinados entre sí anclados en un trabajo concreto en un espacio concreto.
Ahora bien, ¿Qué tipo de trabajo deberían hacer los comités de barrio?
Sin contenidos y objetivos claros y concretos los comités de barrio no se llegarán a establecer y durarán lo que dure el primer empujón que ha propiciado el 15M. Sin embargo, el contenido concreto de los comités puede variar mucho según el planteamiento que hagamos.
Puede pensarse (y se piensa) en las asambleas de barrio como comités de apoyo a las acampadas, encargados de difundir las decisiones y las reivindicaciones de las asambleas generales, propiciar una mayor expansión de las ideas fundamentales del movimiento y permitir que más gente se acerque a él. Esto, aunque puede ser necesario coyunturalmente, implica una supeditación de los comités de barrio a la asamblea central, que podría estar en la acampada o en otro espacio. En este sentido las asambleas de barrio serían más instrumento que un pilar del movimiento.
Si se pretende que las asambleas de barrio sean pilares, necesitan tener una mayor autonomía, ser capaces de desarrollar un trabajo propio y de diseñar desde la base sus propias iniciativas. Esto sin perder la conexión con el movimiento que las genera. En este sentido, las asambleas deberían evidenciar y debatir sobre las problemáticas puestas sobre la mesa. Esto es, los problemas de “democracia” o autogestión del espacio común propio; problemas de vivienda; problemas de desempleo; problemas de carencias sociales en términos más generales y plasmar sobre espacios concretos estas problemáticas.
Sería interesante que, en la medida de sus posibilidades, las asambleas se planteasen intervenir directamente sobre las problemáticas tratadas apoyando la acción social ya existente en los barrios, las estructuras organizativas de base o actuando sobre conflictos muy concretos y localizados (por ejemplo desalojos que vaya a ocurrir en el propio barrio). Todo ello generando por el camino estructura organizativa de base.
Eso está muy bien pero ¿Qué formas organizativas implica la descentralización por barrios más allá de la asamblea del propio barrio?
Los comités de barrio tienen sentido dentro de una estructura más amplia. En este sentido, una estructura fundamentada en los comités de barrio asumiría estos como unidad fundamental de la organización y una asamblea general representativa de los diferentes comités como estructura a escala de ciudad. Esto puede parecer (y es) extremadamente ambicioso y supondría una estrategia de construcción organizativa a largo plazo.
Otra opción, quizás más plausible, es tratar los comités de barrio como grupos de trabajos al mismo nivel que otros con un carácter transversal. En este sentido se tendería a pequeños grupos ubicados en distintos sectores de la ciudad que se encargarían de difundir los contenidos generados en otras esferas.
La respuesta a estas cuestiones depende en gran medida de si este “movimiento hacia los barrios” va a convertirse en una opción estratégica o bien es un simple movimiento táctico ante la posibilidad del desmantelamiento de las acampadas. El caso es que si se busca una cierta estructura organizativa en algún momento hay que optar por una u otra u otra opción.