El nuevo proyecto de Ley de rehabilitación. ¿Se pretende volver a la época del boom inmobiliario?

El gobierno del Estado ha publicado recientemente un nuevo Proyecto de Ley de rehabilitación, regeneración y renovación urbanas. Es esta una medida muy demandada desde el perjudicado sector de la construcción y una de las pocas iniciativas dirigidas a la reactivación económica que ha realizado un gobierno centrado en las políticas de austeridad.

La promoción de la rehabilitación ha sido una estrategia utilizada en el pasado para promover o sostener el sector de la construcción en un contexto de crisis. El caso más reciente es el primer periodo de democracia liberal en la España posfranquista. En las década de los sesenta y setenta España había contado con un importante crecimiento económico, aún en el marco de recesión global propiciada por la conocida como crisis del petroleo. Contexto en el que se fragua la importante industria de la construcción española apoyada sobre el mercado de vivienda en propiedad y el turismo litoral. No obstante, desde finales de los setenta existe una desaceleración importante que coincide con el freno del crecimiento demográfico y de los procesos migratorios del campo a la ciudad. En este contexto, las políticas urbanas se dirigen en mayor medida a la rehabilitación de la ciudad construida, con especial atención a los enclaves históricos, completamente desinvertidos a principios de la década de los ochenta.

El fomento de la rehabilitación fue bastante exitoso a la hora de mantener la industria de la construcción y su mano de obra, algo que supuso una buena base para el posterior crecimiento de la misma en los dos ciclos inmobiliario-financieros que comienzan a partir de la entrada de España en la CEE en 1986. También es notablemente exitosa la rehabilitación conseguida en los centros históricos de las grandes ciudades españolas, ligadas a la potenciación de su función turístico-comercial y al aburguesamiento residencial de los mismos. La rehabilitación ha sido por lo tanto una parte importante de los sucesivos booms inmobiliarios entre 1987 y 1992 y entre 1997 y 2007.

La nueva ley pretende fomentar la rehabilitación y la renovación urbana operada por el mercado privado, tanto de la edificación como de los espacios públicos. Una intervención en la que tendría un papel importante la adaptación de la vieja edificación a los nuevos criterios de edificación sostenible y que recaería en cierta medida sobre los propietarios particulares y las comunidades de vecinos. Todo esto, implica un intento de restablecer uno de los elementos del anterior boom de la construcción, de forma similar a lo que hace la Ley de costas con la edificación de residencias para el turismo de sol y playa. Es obvio que para el actual gobierno resulta deseable un regreso al ciclo expansivo altamente especulativo que nos condujo a la actual depresión económica. Probablemente es deseable también para una parte importante de la población, que encuentra en esta posibilidad su principal esperanza de volver a la sociedad parcialmente opulenta que dejó atrás en 2007. No obstante existen serias dudas sobre la posibilidad de que esto sea factible.

En primer lugar, sigue existiendo un stock importante de vivienda vacías y sin vender, en diferentes modalidades y distribuidas por todo el territorio nacional. Ahora bien, el derribo de esas mismas viviendas puede ser una parte de la actividad constructora que se pretende fomentar, con el objetivo último de generar la escasez que permita al mercado volver a funcionar. En segundo lugar, existen serios obstáculos a una revitalización de la demanda, en la medida en que la demanda interior se ha visto y se va a seguir viendo seriamente castigada por la prolongación en el tiempo de elevadas tasas de desempleo, los recortes que afectan a los salarios indirectos y el saldo migratorio negativo. Asimismo, la demanda exterior encuentra sus limitaciones en la dimensión internacional de la crisis económica, que afecta inevitablemente a los clientes tradicionales (RU, Alemania y Francia), mientras que los nuevos mercados para el turismo y las segundas residencias (China o Rusia) por el momento no alcanzan a sustituir a los viejos. En tercer lugar, gran parte de la rehabilitación más rentable, en los enclaves históricos de las grandes ciudades, ya se ha llevado a cabo en los ciclos anteriores. Aunque todavía existan sectores degradados potencialmente atractivos para la inversión, estos siguen dependiendo de la existencia de una demanda. Así, la rehabilitación y adaptación a criterios de eficiencia ecológica afectaría en primer lugar a bolsas de infravivienda y comunidades de residentes en sectores urbanos afectados por cierta obsolescencia, graylands, que inevitablemente requerirían de importantes ayudas públicas que el gobierno está muy alejado de querer otorgar. Finalmente, el boom inmobiliario español, con sus desastrosas consecuencias por todos conocidas, se desarrolló en un contexto muy concreto y difícilmente repetible. Cualquier salida que pueda tener la crisis obliga a tomar otros caminos, sin que estos aseguren en absoluto el volver a la época de bonanza anterior.

La recualificación urbana de Buenos Aires (V): Palermo

Palermo es un barrio suburbano, burgués. Notorio fruto de la expansión hacia el norte de la ciudad en el XIX, contando con la mayor densidad de espacios verdes. Gran parte de la actual comuna está ocupada por edificios funcionalistas de elevada densidad o por nuevas, flamantes y altísimas torres de pisos. El viejo Palermo, por su parte, es un ejemplo de obsolescencia de un barrio. La marcha de la burguesía a los cómodos pisos funcionalistas dejó tras de sí un precioso parque de viviendas unifamiliares modernistas y semiderruídas. La especulación ha privado a la ciudad de conservar la mayor parte del barrio suburbano y gran parte, si no la mayor, de la edificación original ha sido sustituida. En su lugar, pisos funcionales de hasta seis plantas y estrecha fachada muestran desnudas sus medianeras entre casita y casita. Frente a ellas, los imponentes plátanos de sombra flanquean las calles como recuerdo delo que debió ser un barrio bello.

La revitalización de la zona se ha dejado a una operación de marketing en la que los denominados Palermo Pacífico y Palermo Viejo, han sido rebautizados como Palermo Hollywood y Palermo Soho. Todo habría empezado en los noventa, con el barrio lleno de viejas estructuras industriales asociadas a la estación de ferrocarril y de una edificación desvalorizada, en la que se habían ido filtrando quizás grupos humildes e inmigrantes. Entonces, pequeñas productoras dedicadas a la industria cultural habrían empezado a aprovechar las bajas rentas del suelo en Palermo Pacífico, al tiempo que Palermo Viejo empezaba a ser frecuentado por artistas y bohemios de la vida que empezaban a abrir locales y a poner de moda el barrio.

Actualmente el sector ha evolucionado hacia un enclave comercial especializado con marca de lugar, precio de monopolio, explotado principalmente por un conjunto de empresarios de la hostelería. Así, en Palermo Hollywood, las esquinas achaflanadas de las manzanas han sido ocupadas masivamente por restaurante de diseño, transformando la zona en un enclave de ocio para la joven burguesía asalariada porteña. Restaurantes y discotecas, situados sobre la avenida que divide los dos Palermo, aprovechan las estructuras de viejos almacenes y pequeñas fábricas. También aparecen en este tipo de estructuras los mencionados locales de grabación y ensayo. Algún efecto ha tenido todo esto sobre el mercado de la vivienda, puesto que muchas casas en su entorno han sido rehabilitadas, a menudo en un horrible estilo de ladrillo visto, madera y pizarra en el tejado, como recordando a la arquitectura de Europa central. Berreta, que se dice aquí.

El Soho, por su parte, se dedica en mayor medida a una estética que en Sevilla denominaríamos hippy. El vintage y las subculturas musicales juveniles son gran parte del motivo estético aquí que se repite en bares, galerías de arte y tiendas de ropa de marca, sin llegar a convencer mucho y, probablemente, sin pretenderlo siquiera. Los comercios dedicados a la belleza certifican la mayor variedad del Soho. Grafitis, colores básicos y chillones en las fachadas, cámaras de seguridad, todos los tópicos están reunidos en unas pocas cuadras. También hay una importante movida nocturna. Los viandantes y consumidores destacan por su juventud, pero también por su blancura y su indisimulada adscripción a las clases medias, y son habituales los trajes elegantes y la ropa de diseño. También vi algunos andinos, trabajando en la rehabilitación del próximo bar de moda o en la vivienda del próximo profesional liberal que se va a mudar a la zona. En la plaza Julio Cortazar, sin embargo, se respira progresía y todos los bares de diseño tienen nombre cultos e izquierdistas. Utopía, Macondo,… Una bandera ondea uno de ellos marcando la zona como gay friendly. Un caso típico de gentrificación que dirían algunos. Un caso típico de desarrollo de enclave cultural artístico-bohemio asociado a actividades productivas y comerciales, diría yo, que tiene por resultado la revitalización de una vieja zona burguesa en declive.

En Palermo los hechos observados me indican la construcción de un enclave comercial-cultural. La existencia de un declive previo y una revitalización abren la puerta a pensar en gentrificación. El hecho de haber sido históricamente un barrio de clase media y de no existir claros indicios de hábitats especialmente humildes y eliminados, invita a descartarla. Algunos hablan de un flitrado previo y de desplazamiento. Intuyo que si este ha existido, ha sido muy localizado, puntual, difuso, no siendo el rasgo más destacado del proceso que ha acontecido en esta zona.

La recualificación urbana de Buenos Aires (IV): Boca

Boca es, probablemente, el más emblemático barrio popular de la ciudad de Buenos Aires. No solo es sede del popular equipo de futbol, también es zona característica de las típicas viviendas colectivas y espacio industrial y portuario. En la década de los noventa, fue objeto de de una de las operaciones urbanísticas más importantes desarrolladas por el agente público sobre la ciudad consolidada. A pesar de que la misma ha conllevado una cierta renovación urbana y tematización de una parte ínfima del barrio, la tugurización que había padecido durante la segunda mitad del siglo XX no parece haberse frenado.

La polarización histórica tradicional de Buenos Aires es la de un norte predominantemente de clase media y residencial y un sur industrial y obrero. Ambos sectores han sido históricamente segregados por el eje formado por las avenidas Mayo y Rivadabia. No obstante, con el crecimiento de la urbe durante el siglo XX, la polarización social iría adquiriendo un claro componente centro periferia, con los sectores con menor poder adquisitivo ubicados preferentemente en el cono urbano y con una progresiva elitización de la capital federal. Hoy día, gran parte del municipio de Buenos Aires parece ser un conjunto de barrios de clase media, salpicados de bolsas de inmigración económica y pequeñas villas. No obstante, el extremo sur sigue siendo marcadamente popular y nada cosmopolita, especialmente entre el límite municipal marcado por el Riachuelo y la autovía 25 de Mayo. Esta es una de las famosas carreteras urbanas de la dictadura que interrumpen la continuidad de la urbe, barrera interna que sirvió para eliminar sectores populares en el centro fruto de la propia obra (hubo desalojos por la fuerza) y quizás también para fragmentar el típico sur obrero. Hoy día el sector al sur de esta autovía agrupa el mayor continuo de barrios populares de la ciudad: Constitución, Boca, Barracas, Nueva Pompeya, Villa Lugano, Villa Soldati, etcétera. Formada por barrios históricos degradados en su extremo oriental, suburbios de autoconstrucción con importantes contingentes de inmigrantes andinos, algún ocasional polígono de viviendas, unas cuantas extensas villas miseria en el extremo occidental y en las márgenes del Riachuelo y estructuras industriales, a menudo obsoletas y muchas abandonadas.

De este particular sur bonaerense, Boca supone su extremo oriental. Arrabal histórico de la ciudad y separado del centro urbano en su origen, recibe su nombre por encontrarse en la boca del Riachuelo. Tiene su origen en el puerto pesquero y crece durante todo el XIX como barrio de estibadores y jornaleros. Conforme se fue acercando el 1900, el asentamiento de población inmigrante (españoles e italianos) hizo que creciese el barrio y el hacinamiento y que pronto fuera engullido por el continuo urbano de la ciudad. Su carácter obrero viene dado tanto por ser parte del primer distrito industrial de la ciudad, junto al vecino barrio de Barracas, como por la relación con el río, siendo un sector insalubre e inundable y por ello denostado por las clases medias. Al igual que San Telmo, es hogar de las emblemáticas viviendas colectivas en alquiler, conventillos, que acogían a finales del XIX a un tercio de la población del barrio, siendo conocidas la frecuencia de los desalojos y las huelgas de inquilinos. Las viviendas aquí adoptan un tipo autóctono, de chapa y madera, que las aproxima estéticamente a una villa de lata con instalaciones más elaboradas. También de forma similar a San Telmo, iniciaría su decadencia demográfica en los años cincuenta, con un éxodo sostenido prácticamente hasta la actualidad. Aquí el declive tiende a relacionarse no solo con la desinversión, sino también con la reconversión industrial posterior a la década de los setenta, decadencia del puerto y desempleo de los trabajadores del mismo.

Su intervención comienza en la segunda mitad de los noventa, dirigida por el gobierno de la ciudad Buenos Aires. Una operación consistente en la construcción de defensas costeras contra las inundaciones y ajardinamiento como paseo de río. Resulta increíble que dichas defensas tuvieran que esperar hasta tan reciente fecha, algo que sólo  se explica por la posición marginal y sin influencia política de los moradores del barrio. En cualquier caso, la operación implica la renovación intensa del paisaje en la zona de Vuelta de Rocha, antiguo astillero sobre el meandro del Riachuelo antes de desembocar en el rio de la Plata. En las manzanas colindantes al paseo de río se produce una intensa renovación urbana y terciarización en una operación de promoción del sector como enclave turístico.

A pesar de la intervención La Boca sigue siendo en su mayor parte un barrio humilde y terriblemente degradado. La mayor parte del paisaje lo conforma un cuantioso patrimonio industrial abandonado, diminutas villas creciendo en solares abandonados, edificios modernistas de viviendas colectivas en muy mal estado y las típicas viviendas de chapa y madera, de hasta tres pisos de altura, chabolas colosales. Todo ello en un espacio público también muy degradado y que transmite sensación de abandono institucional. Solo en el extremo occidental, próximo a Barracas, parece haber existido una cierta renovación del caserío. No obstante, llegando al arroyuelo, a la Vuelta de Rocha, aparece repentinamente una mezcla entre paseo de ría industrial y pequeño enclave turístico donde se tematiza el barrio portuario con bares de tango, tiendas de suvenires, figurantes disfrazados de chulo y conventillos de chapa, pintados en colores básicos  y visitables por los turistas. Aquí, la miseria se convierte en negocio, la chabola, la infravivienda, se transforma en atracción para el turista brasileño vía folclore. Un par de galerías de arte dan tapadera artística al despropósito. El absurdo de la pequeña simulación, flanqueada por el necesario despliegue policial, es mayor en cuanto que cruzando tres calles puede encontrarse el original y ver gente realmente viviendo en la miseria.

¿Revitalización sin gentrificación? El caso de la Ciudad Vieja de Montevideo

Quiero volver sobre algunas cuestiones que se han esbozado en la entrada anterior (Montevideo. Ciudad Vieja, Ciudad Nueva). El caso de Montevideo plantea algunas cuestiones realmente interesantes a propósito de la recualificación de los centros históricos. De forma excepcional, el programa de cooperativas de vivienda parece ser una apuesta por la revitalización de la Ciudad Vieja, manteniendo la función residencial para las clases populares. Si este fuera el único vector de cambio podríamos estar hablando de una revitalización de un barrio histórico, céntrico y demandado, sin gentrificación. No obstante, este extremo es muy discutible.

En el pasado contexto de crecimiento económico y, sobretodo, de hegemonía neoliberal en la política urbana, pareció existir una aceptación tácita de que la recualificación y la renovación de zonas históricas degradadas de carácter popular implicaba su gentrificación, el desplazamiento de la población humilde y su sustitución por clases medias. Esto no ha sido algo exclusivo de Europa y EEUU. Las grandes ciudades de Latinoamérica han sufrido procesos semejantes. Si bien, en estas últimas, parece haber primado la tematización de los barrios históricos sobre el aburguesamiento de antiguos sectores populares. En mi opinión esto ha sucedido, más que por la falta de clases medias (que las hay), por la mayor parálisis que  provoca el miedo al delito y a los pobres en este ámbito geopolítico (probablemente con cierta razón). En cualquier caso, el resultado ha sido, en muchos casos, la transformación del típico barrio viejo en enclave comercial, parada en el recorrido turístico dispuesto para el consumo. En este sentido, es curioso que la revitalización haya pasado generalmente por la destrucción de toda vida y su sustitución por una simulación. El caso del Pelourinho quizás sea el más paradigmático de Sudamérica, aunque no el único. El caso de la Ciudad Vieja bien podría ser otro y sin embargo no lo es, al menos todavía o en el mismo grado que el primero. Todas las características que presentaban los barrios que han sufrido fuertes procesos de gentrificación en el mundo hispanoparlante concurren en el centro de Montevideo: es un sector histórico con una inmensa carga patrimonial y una fuerte identidad en el conjunto de la urbe; es un espacio residual, castigado, vaciado y reservado para un mejor contexto de intervención; el perfil predominante entre sus vecinos es el de una población humilde, en algunos casos marginal, con predominio de inquilinos y con no pocos ocupantes irregulares, fácilmente desplazables. Y sin embargo no se gentrifica. Pero si se renueva. Poco a poco. Bloque a bloque

Uruguay tiene una rica tradición de cooperativismo por ayuda mutua y propiedad colectiva. Son decenas de miles las familias que viven en este particular régimen, impensable para un europeo occidental, y que así han accedido a lo que ni el mercado ni el Estado les proporcionaban. A finales de los ochenta, vecinos de Ciudad Vieja empezaron a plantearse utilizar esta fórmula en el centro de la ciudad, reciclando edificios en lugar de construirlos ex- novo. Contaron con la colaboración y el empuje de técnicos con experiencia en construcción por ayuda mutua, que empezaban a ver la necesidad de volcarse en la rehabilitación de la ciudad consolidada. Contaron también con la voluntad política del gobierno municipal, primer gobierno de izquierdas tras la dictadura, a principios de la década de los noventa. Este dispuso parcelas y edificaciones de propiedad pública para desarrollar las cooperativas y en 1998 se terminó COVICIVI1. 32 viviendas bajo el lema del freno al desplazamiento de las clases populares y a la decadencia de la edificación y el patrimonio. Pronto, el gobierno estatal, en sus planes de vivienda, incluyó este tipo de intervenciones como línea de trabajo. Hoy son más de dos decenas las cooperativas de vivienda en Ciudad Vieja, terminadas, en construcción o en proyecto, y se expanden a otros barrios históricos degradados.

Esta cuestión viene a colación porque los edificios están siendo rehabilitados por población humilde. Inquilinos que vivían previamente en el barrio (al menos en las primeras cooperativas) y, casi en su totalidad, de extracción humilde, con gran peso de los oficios manuales. Con este tipo de proyecto, las clases populares no están siendo desplazadas para que la especulación haga su trabajo y tampoco están siendo realojados en una vivienda periférica. Están viviendo dignamente en el barrio y manteniendo este vivo y digno a su vez. Así, difícilmente la Ciudad Vieja podría transformarse en un parque temático o en un barrio burgués.

No obstante, COVICIVI también plantea dudas. En primer lugar, el sistema cooperativo no vale para los grupos más pobres. Vecinos antiguos y pobres o incluso marginales, no han podido integrarse en las cooperativas existentes por falta de ingresos, de capital cultural o de una mezcla de ambos. Estos han sido relocalizados en la periferia por la administración pública. Se ha dado el caso de cooperativas creadas con grupos vulnerables de la zona, incluidas prostitutas (COVIFU), que han fracasado por la insolvencia económica de los miembros. Respecto a esto, el hecho de que las viviendas ocupadas desalojadas vuelvan a ser reocupadas y deban ser tapiadas para evitarlo, o que los realojados en la periferia traten de regresar al barrio en situaciones de alojamiento precario, demuestra que hay una voluntad de permanencia por parte de grupos económica y socialmente marginales que no es satisfecha con la fórmula de las cooperativas. En segundo lugar, cabe la posibilidad de aburguesamiento de las cooperativas. El sistema de ayuda mutua es un obstáculo para las clases medias a la hora de entrar en el grupo inicial en este tipo de proyectos, pero pueden costear su ingreso en la medida en que surjan vacantes a posteriori (se han dado casos). También se están incrementando las cooperativas que no implican este modelo, es decir, que subcontratan la construcción. Esto, unido al incremento de los precios del suelo y de los costes de edificación para las cooperativas, podría conducir a un cierto aburguesamiento de los cooperativistas. En este sentido, en las cooperativas el tope máximo de ingresos es poco relevante, no hay una voluntad de utilizarlo para excluir grupos con mayor poder adquisitivo. Finalmente hay que considerar la posibilidad de estar focalizando casos con un peso relevante pero con una capacidad de expansión limitada mientras el resto del barrio sufre procesos radicalmente diferentes. Las dimensiones del proceso cooperativo en el centro, con los actuales precios del suelo, no son comparables a las que podría tener un mercado de la vivienda privada y libre dirigida a grupos con elevado poder adquisitivo en un futuro próximo.

Respecto de la gentrificación, la iniciativa de las cooperativas de vivienda en Ciudad Vieja parece tener una doble condición. Por un lado es una fórmula que, reproducida en dimensión suficiente, podría asegurar la existencia de un centro vivo y popular, independientemente de la revalorización del espacio o de la explotación de su potencial turístico. Por otro lado, puede ser vista como cabeza de puente de la inversión inmobiliaria y bisagra con las clases acomodadas, palanca de la revalorización generadora de expectativas sobre el barrio que quizás acabe contribuyendo a generar efectos contrarios a los que en principio se declaraban. La solución a este dilema no es sencilla. La crítica tampoco quita valor al caso, del que muchas administraciones podrían aprender. Quizás, incluso la propia administración de Montevideo podría aprender de sí misma. No hay nada más insulso y monótono que otro barrio histórico convertido en mausoleo o en zona de copas. La copia, el producto en serie, es lo más opuesto al espacio con identidad, historia y carácter. La transformación del segundo en lo primero, al largo plazo, ni siquiera beneficia los mezquinos intereses en base a los cuales opera el inversor privado. La administración debe afrontar no solo los posibles beneficios económicos inmediatos, también los riesgos que entraña la recualificación de Ciudad Vieja.

Sobre la deslegitimación del Estado y el antagonismo existente

El contexto actual es, sin duda, óptimo para el crecimiento de fuerzas antagonistas y para planteamientos radicales que unos años atrás contaban con muchas menos posibilidades de encontrar eco. Esta nueva situación viene dada, en gran medida, por la acelerada pérdida de legitimidad de las principales instituciones que rigen la vida política y económica y por el desprestigio y debilitamiento de los discursos hegemónicos respecto de cómo debe funcionar la sociedad.

El funcionamiento de una economía fundamentada en la acumulación, la propiedad y el egoísmo, más allá de juicios morales, ha encontrado su justificación en la proporción de niveles progresivamente altos de consumo a una buena parte de la ciudadanía y posibilidades de promoción social para las clases bajas. Sin embargo, el actual sistema encuentra cada vez más dificultades para mantener determinados estándares de vida, al tiempo que la idea de progreso se ha desmoronado y se acepta tácitamente una pauperización de la calidad de vida de las generaciones futuras. El hecho de que esta pauperización conviva con el actual sistema de privilegios conduce a una situación de ignominia, en la que se evidencia la acumulación por parte de las grandes instituciones económicas de recursos básicos mientras que cada vez más familias tienen dificultades para acceder a los mismos, siendo el caso de la vivienda paradigmático en este sentido. Es en momentos como este cuando las contradicciones e injusticias más flagrantes del sistema se hacen evidentes a ojos de la población, y el desprestigio de las instituciones financieras es en gran medida el desprestigio de un modelo económico que se ha fundamentado en ellas. Si este es el mejor mundo posible, nuestra imaginación debe encontrarse muy limitada.

La legitimidad del Estado y de las instituciones políticas en general está resultando igualmente dañada por los acontecimientos. Es notorio el desprestigio de las principales instituciones de la democracia. Al igual que sucede con la economía, la población en gran medida intuía la verdad enmascarada tras el fetiche de la democracia liberal, pero aceptaba su tremendo cinismo mientras mantuviera unos estándares de vida determinados. Los acontecimientos de los últimos años han desenmascarado el patético papel del parlamentarismo y su cada vez más limitado margen de maniobra. La falta de autonomía de los estados soberanos frente a los agentes económicos a escala global ha quedado en evidencia y la intervención de gobiernos, la sustitución de profesionales de la política por tecnócratas procedentes de organizaciones supranacionales, es el máximo ejemplo de esto. Además, dentro de su limitada capacidad de decisión real, el gobierno estatal se ha dedicado, por un lado a suprimir los principales elementos que se basaban en una cierta solidaridad de nuestro sistema socioeconómico (sanidad, educación y seguridad social). Al mismo tiempo, ha llevado a empeñar al conjunto del Estado y a sus contribuyentes para cubrir las pérdidas del sistema financiero. En este contexto, la población humilde de este país solo percibe ya al Estado cuando la policía nacional viene a desalojarla de sus casas. Inevitablemente esto genera una cierta desafección por el parlamentarismo que se puede traducir en abstención pero también en la irrupción de opciones radicales de izquierda y de derecha.

En este contexto, la acelerada depauperización de la vida ha empezado fundamentalmente por los estratos sociales más bajos. Estos se encuentran en una situación en la que el acceso al salario es complicada cuando no imposible y donde las instituciones públicas no cuentan con ningún tipo de política social que permita aliviar su situación. El ejemplo de la ocupación de viviendas no solo indica la falta de opciones y la necesidad de determinadas familias, indica también la desaparición del mercado y del Estado como medios para satisfacer necesidades básicas, lo que implica su desprestigio y la aparición de formas de acción directa y solidaridad grupal como alternativa. No obstante, y evidentemente, hasta que la crisis no afecte realmente a las clases medias, la crisis social no se tornará en crisis política, aunque nada induce pensar que esto no vaya a suceder relativamente pronto y el empeoramiento de la precariedad entre los estratos laborales más cualificados y el incremento de la polarización social son un hecho hoy día.

Es este un contexto ideal para el surgimiento de alternativas sociopolíticas. Por qué no, anticapitalistas y libertarias. Esto no quiere decir que el Estado liberal y el capitalismo vayan a saltar en pedazos por si solos o que la gente repentinamente vaya a empezar a hacer su vida de forma independiente. La realidad es que resulta difícil imaginar un panorama más desolador en cuanto a alternativas políticas al que vivimos en el Estado español. Esto no hace referencia solo al parlamentarismo, que también, sino a cualquier forma de alternativa política concretada en formas de organización social con una repercusión real en el conjunto de la sociedad.

Un nuevo escenario se ha ido abriendo paulatinamente en los últimos años de crisis estructural del capitalismo y es un escenario en el que, en contraposición con el anterior, se multiplican las posibilidades respecto del destino que puede tomar la sociedad en la que vivimos. No obstante, las oportunidades que se presentan actualmente en la arena política no van a durar siempre y las fuerzas opuestas al cambio siguen manteniendo sus posiciones. Esta no es una realidad que deba provocar desesperanza sino que debe hacernos comprender las tareas ineludibles que deben llevarse a cabo.

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE II)

De la crisis de los setenta surgiría un nuevo modelo para el capitalismo occidental y, paulatinamente, una nueva estructura geopolítica y geoeconómica. Así, una parte importante de los problemas de la rigidez del fordismo y de los crecientes costes de una fuerza de trabajo organizada fue la reconversión industrial, que fue en parte automatización, en parte deslocalización y en parte pura y simple desindustrialización durante las décadas de los setenta y ochenta. Por su parte, los grandes centros urbanos occidentales se irían especializando en una economía terciaria fundamentada en un sector financiero cada vez más determinante y sobredimensionado. Creo que un buen ejemplo de esto es el caso de Reino Unido. Aquí, mientras la industria naval y automovilística se desplazaba al sureste asiático y el norte industrial y minero de Gran Bretaña se hundía y su característica clase obrera se lumpenproletarizaba, el centro financiero de Londres no hacía sino crecer hasta convertirse en la base de la economía del Estado. El proyecto de renovación urbana de los docklands resulta paradigmático en este sentido, eliminando los históricos astilleros de Londres y su principal enclave industrial histórico para sustituirlo por un parque de oficinas, el nuevo centro financiero de Canary Wharf. Un nuevo modelo económico en el que se multiplicaban los directivos y profesionales bien pagados, pero también un proletariado del sector servicios sometido a una precariedad extrema, una sociedad cada vez más dualizada, término que empezó a popularizarse en este contexto.

Uno de las bases del nuevo modelo fue la desregulación del sistema financiero, que había estado rigurosamente controlado por el estado desde 1930. A partir de la crisis de 1973 la presión para la desregulación financiera ganó fuerza y para la segunda mitad de los ochenta era un hecho. La desregulación y la innovación financiera se convirtieron en ese momento en una condición de supervivencia para cualquier centro financiero mundial dentro de un sistema global altamente integrado, resultando además fundamental para incentivar el endeudamiento a través de formulas para la financiación de viviendas y créditos para el consumo, al mismo tiempo que crecían los nuevos mercados de acciones, divisas o futuros de deuda. La consecuencia ha sido una economía sometida a ciclos cortos cada vez más violentos y muy vinculados a los vaivenes del mercado inmobiliario. Así, el ciclo hiperespeculativo de la segunda mitad de los ochenta acabaría con el estallido de la burbuja inmobiliario financiera de EEUU, Reino Unido y Japón en 1990, que en este último país daría lugar a la que se conoce como década perdida. En España el estallido se prorrogó un poco más, gracias a los macreventos de 1992 que permitieron seguir canalizando inversiones especulativas en el mercado inmobiliario y creando oportunidades de inversión a través de la creación de las grandes infraestructuras que requerían eventos como la Exposición Universal o las Olimpiadas de Barcelona. Tras esto, un periodo de estancamiento y vuelta a empezar en 1997 y hasta el nuevo estallido, infinitamente más violento, 10 años después. De esta forma, la actual crisis encuentra su detonante precisamente en los disparatados productos financieros desarrollados para permitir que el endeudamiento familiar de los estadounidenses, contra toda razón, siguiera incrementándose. Un dato que evidencia la necesidad de seguir ampliando mercado y seguir firmando hipotecas para que los precios siguieran subiendo y no explotase la enorme burbuja de especulación y deuda que se había conformado en los tres lustros anteriores.

Quizás la interpretación de la crisis como una crisis esencialmente urbana y de la vivienda no sea válida para todos los países, pero al menos resulta evidente en los casos de algunas de las economías más importantes del mundo, como Reino Unido o EEUU, o de algunas de las economías que han sufrido el hundimiento más acelerado desde 2007 como Grecia, Irlanda o España. Actualmente, los países que están en una mejor situación son precisamente aquellos que han desarrollado una economía productiva en el contexto postfordista y que, en la última década, han llegado a desarrollar un cierto mercado interno. No obstante, los efectos sobre la economía mundial del hundimiento del consumo en los países occidentales no pasan desapercibidos para nadie. De poco sirve que ciertos países mantengan una poderosa economía productiva si sus principales clientes no pueden seguir comprándoles.

En definitiva, resulta evidente que los salarios indirectos que pagaba el Estado, y que lo hacían deficitario, y la seguridad y estabilidad laboral, fruto del poder de los sindicatos y de la negociación colectiva, han venido siendo sustituidos en occidente por créditos e hipotecas, por un terrible endeudamiento familiar que ha permitido hasta ahora el continuo incremento del consumo, los precios y las plusvalías. Así que, esta es, de nuevo, una crisis de los instrumentos dispuestos para evitar la crisis de sobreproducción. Y lo peor de todo es que dentro del discurso hegemónico no se atisba ninguna esperanza más allá de poder repetir en un futuro próximo otro violento ciclo especulativo que nos lleve a una crisis aún mayor. Visto esto, deberíamos estar pensando en cómo acabar con este sistema antes de que él acabe con nosotros.

Entrevista con David Harvey

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE I)

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE I)

En los últimos años he oído hablar de que la causa de la crisis es el sistema financiero, las hipotecas basura, la codicia de los mercados, la mala gestión de los políticos y las instituciones reguladoras, etcétera, etcétera. Probablemente todas esta tienen parte de razón, algunas bastante más que otras. Sin embargo, como decía hace algún tiempo David Harvey, parece que lo último que se les ha pasado por la cabeza a la mayor parte de economistas y/u opinadores profesionales es que la causa de la crisis sea el propio sistema, que se trate de una crisis estructural. También hace años, alguien preguntó en un grupo de discusión en el que participaba si la crisis que entonces empezaba a vislumbrarse era una típica crisis de producción. Entonces consideraba que sí, y es una opinión que sigo manteniendo.

La teoría clásica de la crisis

En la teoría marxista clásica las crisis capitalistas tienen su origen en empresas que no encuentran mercado para su producción, sobreproducción por lo tanto que tiende a coexistir con una situación de desempleo, que no es en conjunto sino capital y fuerza de trabajo (otro tipo de capital) que no encuentran oportunidades para ser invertidos y generar beneficios. Esto no quiere decir que no haya escasez. La sobreproducción implica excedentes de mercancías y las mercancías no se dirigen a cubrir las necesidades humanas sino la demanda solvente. Así, podemos encontrar un stock de mercancías, por ejemplo mercancía-vivienda, que no encuentra salida al mercado y por lo tanto se acumula sin ser utilizado. ¿A alguien le suena esto? En este país hay 3.5 millones de viviendas vacías y, sin embargo, en un contexto de destrucción de empleo, miles de familias encuentran problemas para solucionar una necesidad tan básica como es la de tener un techo.

La causa de que el sistema capitalista tienda a desembocar en este tipo de crisis es que, tras un periodo de expansión, la diferencia entre la capacidad de producción y la demanda solvente se hace cada vez más profunda, así que la demanda cae, los precios se estancan y bajan, caen las ganancias, las empresas quiebran y los trabajadores se quedan en el paro. Así que, para enfrentarse a la crisis o para evitarlas, hay que crear oportunidades donde invertir capital y mano de obra y/o incrementar la demanda solvente. Ambas cosas están íntimamente relacionadas, dado que si se destruyen puestos de trabajo, la demanda solvente se reduce y viceversa.

Así las cosas, diría que las últimas crisis del capitalismo global, desde la década de los setenta, han sido crisis de las soluciones para evitar la crisis de sobreproducción. Estas soluciones han sido, primero, la intervención del Estado sobre la economía y, segundo, la liberalización del sistema financiero y la creación de complejos sistemas de deuda. En ambos casos la cuestión de la vivienda y la urbanización en general han jugado un papel fundamental y esta última es una idea que tomo directamente de David Harvey.

La solución estatal

Vamos con la crisis de los setenta. Esta fue una crisis del sistema de regulación fordista-keynesiano, que se habría desarrollado a su vez como respuesta a la terrible crisis del 29 y a la depresión de los años 30 del siglo XX. El problema era alcanzar un conjunto de estrategias que pudieran estabilizar el capitalismo en las cuales la intervención del Estado, frente al liberalismo predominante con anterioridad, iba a jugar un papel crucial. Frente a la crisis de sobreproducción Keynes propugnaba la intromisión del Estado en la gestión de la relación entre las fuerzas de trabajo y acumulación del capital. El principal problema a solucionar era mantener el poder adquisitivo, distribuir salario y renta para conseguir un alto nivel de consumo y la salida de la crisis. Tras una crisis de la actividad en la que economía se estanca, la única forma de salir del circulo vicioso de “reducción del consumo=reducción de la producción=desempleo= reducción del consumo” es incrementar el consumo mediante la intervención del Estado en la economía.

En este periodo el Estado asumió varias obligaciones. En la media en que la producción en masa fordista (que ya venía desarrollándose antes de la crisis, pero que alcanza su madurez tras la IIGM) exigía fuertes inversiones en infraestructuras y necesitaba a su vez condiciones de demanda relativamente estables para ser rentable. Así, durante el período de posguerra el Estado trató de dominar los ciclos de los negocios por medio de una mezcla apropiada de políticas fiscales y monetarias. Estas políticas estaban dirigidas hacia aquellas áreas de inversión pública (transporte, servicios públicos, etc.) que eran vitales para el crecimiento de la producción y del consumo masivo, y que también garantizarían el pleno empleo. Los gobiernos también se dedicaron apuntalar fuertemente el salario indirecto a través de desembolsos destinados a la seguridad social, al cuidado de la salud, la educación, la vivienda y cuestiones semejantes. Además, el poder estatal afectaba, de manera directa o indirecta, los acuerdos salariales y los derechos de los trabajadores. Esta fue base para el prolongado boom de posguerra, en el que los países capitalistas avanzados alcanzaron fuertes tasas de crecimiento económico, se elevaron los niveles de vida y se frenaron las tendencias a la crisis.

Un elemento al que Harvey concede un gran peso en esta ola de expansión es el crecimiento urbano y, para el caso anglosajón, la suburbanización. El auge de los espacios residenciales suburbanos, se produce en EEUU y RU especialmente tras la IIGM. Este modelo de urbanización se basaba en la compra de viviendas en propiedad y la construcción de zonas residenciales de bajas densidades, dando lugar a un inmenso mercado del suelo y la vivienda, además del desarrollo de potentes sistemas de crédito a las familias. Además otros aspectos fundamentales de la misma era el automóvil privado como solución primordial al desplazamiento y la construcción de autopistas. Así que los crecientes capitales y la mano de obra eran absorbidos por la fábrica fordista, pero también por la construcción de grandes infraestructuras y por la construcción y reconstrucción de ciudad. En la Europa continental, la suburbanización tiene un peso menor y su desarrollo es más tardío, de hecho su verdadero auge comienza a partir de la década de los setenta. No obstante, el mismo papel que juegan los suburbios en el caso estadounidense, lo juegan los barrios funcionalistas promovidos por el sector público y la intensa renovación urbana de los centros urbanos, tan necesaria en una Europa castigada por la guerra.

No obstante, este modelo colapsaría en los años setenta, cuando empezaron a aflorar los problemas de rigidez de la industria de tipo fordista, basada en inversiones a largo plazo y a gran escala, que daba por supuesto el crecimiento estable del consumo. Surgieron también problemas de rigideces en los mercados de la fuerza de trabajo y todo intento de superar estas rigideces chocaba con la fuerza de los sindicatos y de la clase obrera organizada en general, poco dispuesta a ceder la estabilidad y el nivel de vida que había alcanzado en las décadas anteriores. En este contexto, la competencia de los nuevos países industrializados empezaba a hacer mella en la industria occidental. Además, las rigideces de los compromisos estatales también se agravaron cuando el gasto en salarios indirectos (seguridad social, pensiones, sanidad,…) creció por la presión de mantener una cierta legitimidad en el contexto de recesión. Ante esta situación, el único instrumento con capacidad de dar una respuesta flexible era la política monetaria, por su capacidad de imprimir moneda cuando hacía falta para mantener la estabilidad de la economía. Y de este modo comenzó la ola inflacionaria que pondría fin al boom de la posguerra cuyos hitos fundamentales para Harvey (ver Breve historia del neoliberalismo, editado por AKAL) fueron las quiebras de Reino Unido y de Nueva York.

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE II)

Barrios de Sevilla: LA CORZA

En los años veinte se presentó un proyecto municipal de casas “baratas y ultrabaratas” sobre la finca de Amate y unos terrenos propiedad de la Marquesa de La Corza, pensado para acoger a los chabolistas que afeaban la ciudad durante la Exposición Iberoamericana. El Patronato Municipal de Casas Baratas comenzaría a edificar el primer grupo de 60 viviendas baratas en la primera mitad de los años treinta sobre la huerta de La Corza, con una ubicación periférica y segregada de la ciudad por las vías del ferrocarril. Allí se realojaron en un principio hasta sesenta familias de obreros que vivían en las chozas de Amate. En los años treinta se pretenden obras para consolidar la barriada proporcionándole abastecimiento y desagüe y para reparar los desperfectos de la riada de 1936, no obstante todo queda paralizado por la guerra civil.

En 1945, se retoma la construcción de viviendas, proceso apremiado por la explosión del polvorín del Cerro del Águila, que deja a un gran número de familias sin vivienda. A partir de estos años se empieza a dignificar el barrio con obras de alcantarillado, abastecimiento y pavimentación. Aún así, todavía a finales de los años sesenta los vecinos reclamaban un alumbrado y una pavimentación digna.

Fue uno de los sectores más afectados por la riada de 1961. Tras este suceso la barriada quedó muy deteriorada. Unas 300 familias fueron desplazadas hacia el vecino barrio de las Huertas en 1980 y su hueco fue ocupado por desahuciados del centro histórico y de Triana una vez rehabilitadas las viviendas.

En 1982 el Ayuntamiento planteó la compraventa de los pisos, dejando abierta la posibilidad de canjear la vivienda por un piso de los Pajaritos para quien no pudiese pagarla. La asociación de vecinos denunció que el 80 % de los vecinos no podían comprar la vivienda e iniciaron una campaña de protestas cortando cada día la carretera Carmona hasta que la Junta de Andalucía (EPSA) adquirió las casas y las cedió a los vecinos en régimen de alquiler.

En la década de los ochenta se realiza la reforma que le da su aspecto actual, un proyecto que tuvo por objetivo la permanencia de la población. También se completa la supresión del ramal del ferrocarril que mejora su accesibilidad. A pesar de su proximidad a Santa Justa, sigue siendo un barrio obrero y humilde, al mismo tiempo que muy digno.

Barrios de Sevilla: SAN JOSÉ OBRERO

Hasta la segunda mitad de los cincuenta, el entorno de Santa Justa estaba todavía dominado por huertas y fábricas, junto a algunos barrios de autoconstrucción como El Fontanal y Árbol Gordo. A partir de estas fechas, la principal novedad es la construcción de la barriada de San José Obrero por parte del Instituto Nacional de la Vivienda en 1958, primera iniciativa de vivienda pública en bloques de pisos de la zona. Algunos años después, en torno a 1961, se construirían en similar estilo las edificaciones sobre la calle Filpo Rojas y Santo Domingo Sabio.

Junto a los cuatro grandes bloques que formaban la barriada se construyó la Iglesia de San José Obrero que quedaría abierta al culto en 1958 y que contaría con un colegio anexo, única instalación de este tipo hasta la década de los ochenta, con la construcción del colegio Al Andalus y el Instituto Antonio Machado. Otra instalación que acompañaría el conjunto sería el alberge municipal junto a la iglesia, hoy desaparecido.

Uno de los hechos más relevantes que aconteció en esta barriada en sus primeros años de vida, fue la inundación sufrida en el contexto de la riada provocada por el desbordamiento del Tamarguillo en noviembre de 1961. El acontecimiento fue especialmente grave en esta zona por hallarse la barriada construida sobre el cauce original del arroyo Tagarete, llegando el agua hasta la primera planta de los bloques de pisos y permaneciendo los vecinos atrapados durante varios días en sus viviendas.

Barrios de Sevilla: ÁRBOL GORDO

Árbol Gordo es un pequeño barrio de autoconstrucción junto a la carretera Carmona, uno de los primeros en colonizar la zona de Santa Justa. Su ocupación data de las primeras décadas del siglo XX, cuando Sevilla empieza a crecer fuera del recinto amurallado y los ejes de carretera Carmona y calle Arroyo comienzan a llenarse de fábricas. Junto a las fábricas nacen los primeros barrios obreros extramuros, como este, especialmente en el norte y noreste de la ciudad.

El barrio, como otros de su época fue construido por los propios vecinos. Nace de una parcelación ilegal sobre la antigua huerta de Árbol Gordo, y de esta toma prácticamente la particular forma que tiene el barrio. En un principio, el barrio no cuenta con ningún tipo urbanización, ni calles, ni abastecimiento de agua, ni saneamiento, etcétera, y los vecinos, en su mayoría inmigrantes del campo andaluz, construyen sus casas con la ayuda de familiares y vecinos, ladrillo a ladrillo, en el tiempo que les deja libre su trabajo.

En este sentido, en el periódico El Liberal de 1933 se afirmaba: “El Árbol Gordo se denominaba una huerta situada al borde de la carretera de Carmona, a unos quinientos metros de la línea del tranvía. Sin rasante previa, sin tener las calles trazadas, sin luz, sin agua, sin alcantarillado, sin el menor servicio urbano se vendieron allí parcelas de terreno a 16, 18, 20 y 22 pesetas el metro cuadrado, levantando cada propietario, según su mal saber y entender, cada casa con una altura distinta, y con los materiales que su bolsa le permitía emplear“ (MELERO, F. 2005).

Todavía en la década de los cincuenta y sesenta, se consideraba el barrio infravivienda. En un informe de la administración local sobre viviendas sin los mínimos de urbanización de 1952 se hace referencia, entre otras barriadas, a Árbol Gordo, diciendo lo siguiente: “(…) la vida se desarrolla en las peores condiciones higiénicas, indignas de una capital como la nuestra, teniendo como consecuencia que se han convertido en verdaderos focos de infección (…), por lo que el índice de mortalidad de las referidas barriadas es muy superior al de las demás zonas de Sevilla (…)”.

A partir de la década de los setenta se van obteniendo mejoras para el barrio. Hoy día es un barrio acondicionado, con una población muy mayor y que por su origen tiene ese aire de pueblo de los barrios de autoconstrucción sevillanos.