El nuevo proyecto de Ley de rehabilitación. ¿Se pretende volver a la época del boom inmobiliario?

El gobierno del Estado ha publicado recientemente un nuevo Proyecto de Ley de rehabilitación, regeneración y renovación urbanas. Es esta una medida muy demandada desde el perjudicado sector de la construcción y una de las pocas iniciativas dirigidas a la reactivación económica que ha realizado un gobierno centrado en las políticas de austeridad.

La promoción de la rehabilitación ha sido una estrategia utilizada en el pasado para promover o sostener el sector de la construcción en un contexto de crisis. El caso más reciente es el primer periodo de democracia liberal en la España posfranquista. En las década de los sesenta y setenta España había contado con un importante crecimiento económico, aún en el marco de recesión global propiciada por la conocida como crisis del petroleo. Contexto en el que se fragua la importante industria de la construcción española apoyada sobre el mercado de vivienda en propiedad y el turismo litoral. No obstante, desde finales de los setenta existe una desaceleración importante que coincide con el freno del crecimiento demográfico y de los procesos migratorios del campo a la ciudad. En este contexto, las políticas urbanas se dirigen en mayor medida a la rehabilitación de la ciudad construida, con especial atención a los enclaves históricos, completamente desinvertidos a principios de la década de los ochenta.

El fomento de la rehabilitación fue bastante exitoso a la hora de mantener la industria de la construcción y su mano de obra, algo que supuso una buena base para el posterior crecimiento de la misma en los dos ciclos inmobiliario-financieros que comienzan a partir de la entrada de España en la CEE en 1986. También es notablemente exitosa la rehabilitación conseguida en los centros históricos de las grandes ciudades españolas, ligadas a la potenciación de su función turístico-comercial y al aburguesamiento residencial de los mismos. La rehabilitación ha sido por lo tanto una parte importante de los sucesivos booms inmobiliarios entre 1987 y 1992 y entre 1997 y 2007.

La nueva ley pretende fomentar la rehabilitación y la renovación urbana operada por el mercado privado, tanto de la edificación como de los espacios públicos. Una intervención en la que tendría un papel importante la adaptación de la vieja edificación a los nuevos criterios de edificación sostenible y que recaería en cierta medida sobre los propietarios particulares y las comunidades de vecinos. Todo esto, implica un intento de restablecer uno de los elementos del anterior boom de la construcción, de forma similar a lo que hace la Ley de costas con la edificación de residencias para el turismo de sol y playa. Es obvio que para el actual gobierno resulta deseable un regreso al ciclo expansivo altamente especulativo que nos condujo a la actual depresión económica. Probablemente es deseable también para una parte importante de la población, que encuentra en esta posibilidad su principal esperanza de volver a la sociedad parcialmente opulenta que dejó atrás en 2007. No obstante existen serias dudas sobre la posibilidad de que esto sea factible.

En primer lugar, sigue existiendo un stock importante de vivienda vacías y sin vender, en diferentes modalidades y distribuidas por todo el territorio nacional. Ahora bien, el derribo de esas mismas viviendas puede ser una parte de la actividad constructora que se pretende fomentar, con el objetivo último de generar la escasez que permita al mercado volver a funcionar. En segundo lugar, existen serios obstáculos a una revitalización de la demanda, en la medida en que la demanda interior se ha visto y se va a seguir viendo seriamente castigada por la prolongación en el tiempo de elevadas tasas de desempleo, los recortes que afectan a los salarios indirectos y el saldo migratorio negativo. Asimismo, la demanda exterior encuentra sus limitaciones en la dimensión internacional de la crisis económica, que afecta inevitablemente a los clientes tradicionales (RU, Alemania y Francia), mientras que los nuevos mercados para el turismo y las segundas residencias (China o Rusia) por el momento no alcanzan a sustituir a los viejos. En tercer lugar, gran parte de la rehabilitación más rentable, en los enclaves históricos de las grandes ciudades, ya se ha llevado a cabo en los ciclos anteriores. Aunque todavía existan sectores degradados potencialmente atractivos para la inversión, estos siguen dependiendo de la existencia de una demanda. Así, la rehabilitación y adaptación a criterios de eficiencia ecológica afectaría en primer lugar a bolsas de infravivienda y comunidades de residentes en sectores urbanos afectados por cierta obsolescencia, graylands, que inevitablemente requerirían de importantes ayudas públicas que el gobierno está muy alejado de querer otorgar. Finalmente, el boom inmobiliario español, con sus desastrosas consecuencias por todos conocidas, se desarrolló en un contexto muy concreto y difícilmente repetible. Cualquier salida que pueda tener la crisis obliga a tomar otros caminos, sin que estos aseguren en absoluto el volver a la época de bonanza anterior.

La teoría de la solución espacial de Harvey

La mayor parte de la obra de David Harvey se ha dedicado a establecer las bases de lo que él denomina materialismo histórico-geográfico. En sus obras más conocidas, el autor señala la escasa atención que prestó Marx al espacio e intenta compensarlo, para lo que parte de sus textos originales y el método dialéctico. De las aportaciones realizadas por el autor en este sentido, una de las más conocidas es la teoría del ajuste o solución espacial a la crisis (spatial fix).

Aunque esta teoría se desarrolla fundamentalmente en su obra Limits to Capital, algunos elementos de la misma ya empiezan a intuirse en su obra anterior Urbanismo y Justicia Social (mucho más difundida en el ámbito hispanoparlante). De hecho la primera, en gran medida, se dedica a desarrollar aspectos de la teoría histórico-geografía introducidos en la segunda. En Urbanismo y Justicia Social, Harvey explica las ciudades en términos materialistas como una concentración geográfica de un producto social excedente, que en la sociedad capitalista sería el plusvalor. En las economías precapitalistas, la ciudad habría funcionado como un lugar de utilización de plus-producto a través de la arquitectura monumetal, siendo la versión moderna y capitalista la inversión de excedente en nuevos medios de producción y en la construcción de ciudad (en gran medida medio de producción), a menudo mediante un consumo de recursos despilfarrador y superfluo. Así, el proceso social del urbanismo requiere la articulación de una economía espacial suficientemente extensa como para facilitar la concentración geográfica del excedente (el puerto y su hinterland o la metrópolis y sus colonias, por ejemplo) lo que implica que la integración espacial de la economía y la evolución del urbanismo están inextricablemente relacionados.

En este punto Harvey utiliza a Lefebvre, para el cual la urbanización llega a dominar en el momento actual a la industrialización. El sociólogo francés realiza una distinción entre dos circuitos de circulación de plusvalor. Un primer circuito de actividad industrial y un segundo circuito de creación y extracción de plusvalor por la especulación con los derechos de propiedad y de los intereses procedentes de desembolsos anteriores en forma de inversiones de capital fijo. En su libro La revolución urbana Lefebvre afirmaba que la tendencia era a que el plusvalor formado y realizado en la especulación y mediante la construcción inmobiliaria superase al de la producción industrial. Es decir, el segundo circuito, formado por un conjunto de inversiones en capital fijo y construcción de ciudad, tiende a suplantar al principal.

El análisis del circuito secundario de circulación sería un elemento clave en la siguiente obra de Harvey, con un papel fundamental en el ajuste/arreglo/solución espacio-temporal. Aquí, de nuevo, el problema central es la tendencia a la crisis del capitalismo y el papel que podría jugar el circuito secundario de circulación y otras estrategias espaciales en prorrogarla. Según la teoría marxista el capitalismo tiende a generar crisis de sobreproducción en las cuales las posibilidades de inversión rentable se agotan, lo que conduce a una destrucción del capital existente mediante su devaluación o mediante la infrautilización de la mano de obra (desempleo). Frente a esto, las soluciones espaciales serían en principio dos, la reorganización espacial de un territorio o región económica y la exportación del capital y el trabajo sobrantes más allá de la región en la que se han generado. En el primer caso la solución pasa por inversiones a largo plazo en capital fijo e inmóvil (segundo circuito de acumulación) para facilitar la movilidad de otros capitales. Así, las inversiones en infraestructuras espaciales tienen la función de comprar tiempo, evitando la crisis de acumulación a un cierto plazo. Por supuesto, las infraestructuras de larga vida no devuelven su valor a la circulación hasta muchos años después, por lo que resulta en una estrategia dirigida por el Estado. Como afirmaba Topalov en La Urbanización Capitalista el capital privado no invierte en empresas que no incluyan condiciones de rentabilidad, lo que empuja a que el finaciamiento de las infraestructuras urbanas sea público o bien a que el Estado asegure las condiciones de rentabilidad. El segundo ajuste espacial haría referencia a una transformación externa que evita la destrucción de capital propia de la sobre-acumulación mediante la exportación de capital, mercancías y trabajo sobrante, al menos durante un periodo de tiempo, a otras regiones. Esto implica una expansión y reestructuración geográfica del mercado capitalista cuyo caso más notorio es el imperialismo de las potencias más desarrolladas con respecto a las economías periféricas. Harvey refiere también un ajuste temporal, que implicaría un desplazamiento temporal (hacia el futuro) de la crisis mediante el crédito y las financias. El crédito permite tanto las inversiones a largo plazo como la exportación de capital, mercancías y trabajo a zonas con falta del mismo.

Como se puede observar, el término ajuste (fix, que significa también fijar en inglés) se utiliza en dos sentidos. En primer lugar, en un sentido literal, como fijación durable del capital adoptando una forma física (capital fijo). En segundo lugar, un sentido metafórico, como solución temporal basada en estrategias espaciales que enfrentan las tendencias específicas a la crisis. Una crisis que solo puede evitarse por un tiempo, pudiendo ser el ajuste eventualmente un efecto engrandecedor de la misma, algo que hemos experimentado en la reciente crisis financiera de los países postindustriales. Las soluciones espaciales generan sus propios problemas.

En defensa de las asambleas de barrio (I): Las asambleas de base y el movimiento por la vivienda digna en Sevilla.

La creación de las asambleas de base del 15M en Sevilla

Se cumplen cerca de dos años tanto de las manifestaciones que originarían el 15M como del movimiento de descentralización a los barrios que generaría, en Sevilla como en otras ciudades, la estructura de asambleas de base en función de las cuales ha seguido respirando el movimiento desde entonces. Las razones para la descentralización fueron varias. Por un lado, las grandes asambleas, que reunían a centenares de personas en Las Setas (Plaza Mayor de Sevilla) durante el mes de mayo de 2011, eran en general poco operativas y se veía necesario organizarse en grupos menos numerosos. Por otro lado, el hecho de que las acampadas no pudieran sostenerse de forma indefinida, reclamaba una alternativa para mantener el movimiento y el espíritu de protesta vivos. Las asambleas de barrio, y su coordinación mediante portavoces, fue la solución que mejor encajaba con la autonomía innata del proceso y su aspiración de democracia radical, al mismo tiempo que ofrecía la oportunidad de trabajar con las problemáticas reales e inmediatas de la gente a partir de su realidad territorial. La Coordinadora de Barrios y Pueblos y las intercomisiones (coordinadoras de comisiones) de las cuales hoy solo está activa la de vivienda, fueron los principales espacios organizativos de rango superior de los que se dotó el movimiento. Esto sin olvidar las comisiones que se crearon en la acampada de “Las Setas” y que siguieron en funcionamiento en el nuevo contexto, estas son: comunicación y acción-extensión.

En las asambleas, cada una con su recorrido único, se han encontrado activistas que llevaban trabajando en los barrios o en cuestiones sociales durante la última década, jóvenes (y no tan jóvenes) incorporados a raíz de las manifestaciones masivas de mayo de 2011  y viejos militantes del periodo de La Transición, desencantados y reincorporados a la lucha en el nuevo contexto. En muchos nuevos y viejos activistas estaba la ambición de crear órganos que representase al conjunto de un barrio o un distrito. De esto ha quedado poco con el tiempo. La realidad es que las asambleas se han convertido en grupos militantes, mejor o peor coordinados, que no pretenden ser representativos del conjunto de la población. No obstante, esto no debe ser visto como un fracaso, sino como un baño de realidad ante unas aspiraciones para las cuales no se daban ni se dan las condiciones por el momento. Las asambleas han visto reducido su tamaño y algunas han desaparecido, pero otras se han consolidado, han encontrado dinámicas de trabajo productivas y han madurado. Por ejemplo, la implicación en las protestas contra los recortes vinculadas a una casuística concreta, la amenaza del cierre de la Residencia Pública para Mayores, ha sido la bandera de la asamblea de Montequinto, una de las más dinámicas del área metropolitana. Por su parte, Triana ha experimentado algunas iniciativas, como la creación de una asamblea local de parados, que deberían ser ejemplos a seguir para otras asambleas.

Estos son casos ejemplares de cómo las luchas y la actividad territorial se relacionan con las problemáticas más generales que acosan a la población actualmente a través de las asambleas de barrio. Asambleas que tienen la función de mediar entre el problema inmediato del individuo o de la comunidad y los discursos críticos más generales o abstractos. En este sentido, la potencia de la red de asambleas distribuida por los distintos barrios y pueblos de la corona metropolitana, a la hora de desarrollar campañas concretas, no debería pasar desapercibida para nadie. La fuerza del movimiento por la vivienda en Sevilla debería ser un ejemplo claro de esto.

Las asambleas de base y el movimiento por la vivienda en Sevilla

La existencia de una estructura de grupos militantes en los barrios y pueblos de la ciudad ha sido, sin lugar a dudas, un pilar fundamental que ha permitido generar un movimiento por la vivienda con una relevancia social inédita por décadas a nivel local. Estos grupos permitieron, en primer lugar, hace ya más de un año, la creación de la red de Puntos de Información de Vivienda y Encuentro (PIVEs) en toda la ciudad, de los cuales hoy existen 13, gestionados fundamentalmente por activistas de las diferentes asambleas de barrio voluntarios, algunos muy especializados (abogados y, en menor medida, trabajadores sociales). Estos PIVEs han sido la base para la creación de grupos de afectados por la vivienda y de Las Corralas, realojos colectivos en bloques de pisos vacíos propiedad de entidades financieras y de empresas constructoras, que son hoy el producto más reconocible pero no el único de la Intercomisión de vivienda del 15M. A su vez, el movimiento por la vivienda, ha sido un elemento fundamental que ha facilitado el crecimiento o la consolidación de varias asambleas. Algunas de ellas, especialmente las que podían parecer más débiles como Sur o San Pablo, han encontrado una labor y un sentido a su existencia, desarrollando un trabajo socialmente necesario en el barrio, que ha permitido generar conciencia política, que ha concedido legitimidad a las asambleas o las ha nutrido con nuevos activistas. En términos generales, esta línea de trabajo ha permitido llegar en mayor medida a las víctimas del sistema y a las clases populares, trascendiendo el carácter de clase media progresista que tenía el movimiento 15M en un primer momento.  Además, ha permitido que el trabajo en barrios de Sevilla se conecte claramente y empuje en la misma dirección que el de otros núcleos del área metropolitana, como Alcalá de Guadaira o Dos Hermanas.

Es indudable, que el trabajo en vivienda ha acabado fagocitando la actividad de una buena parte de las asambleas. El caso de Macarena, una de las asambleas más potentes y numerosas hace un año, es un ejemplo de esto. A raíz de la creación de la primera Corrala, La Utopía, y de la multiplicación de los realojos, el trabajo militante ha venido siendo absorbido por el necesario trabajo de apoyo a las iniciativas de este tipo, repercutiendo en una menor participación de este nodo en los espacios de coordinación y en la desaparición de la actividad no vinculada al problema de la vivienda. Por su lado, del PIVE de Centro ha surgido la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de Sevilla, con una actividad muy relevante en la actualidad, al mismo tiempo que los grupos de activistas de la zona han tenido que afrontar (en coordinación con otros barrios) la creación de tres corralas (dos de las cuales han sido desalojadas, lo cual no necesariamente reduce la demanda de esfuerzo militante), al tiempo que la asamblea de barrio pasaba a tener una existencia cuando menos errática. El caso opuesto podría ser el de la asamblea de Triana, la cual ha mantenido un trabajo constante en diversos frentes.

La cuestión fundamental aquí es la amenaza de caer en un trabajo asistencialista carente de cualquier orientación estratégica. La respuesta a esta amenaza creo que son las propias asambleas de barrio. La creación de grupos de afectados a partir de las oficinas de asesoría es una forma de evitar que las familias pasen por ellas, solucionen o no sus problemas y luego desaparezcan limitando estos instrumentos a la función que deberían cumplir (y no cumplen) los servicios sociales de la administración. No obstante, hay que considerar que ni los grupos de afectados que se han conformado en lugares como San Pablo o San Juan de Aznalfarache, ni las 10 Corralas creadas hasta el momento en la corona metropolitana, son espacios de militancia política. En estos espacios, la gente se autoorganiza colectivamente para solucionar carencias materiales muy concretas (fundamentalmente la vivienda), lo cual es un salto importante y valorable respecto de la forma habitual, individualista, aislada y sin esperanza, en la que muchas familias se enfrentan al drama de perder sus vivienda. No obstante, la situación actual demanda grupos, espacios de organización, donde nos cuestionemos la forma en que se gestionan los recursos en general (no solo la vivienda) y las formas en las que nos organizamos como sociedad. Estos espacios deben ser las asambleas de barrio (entendidas esencialmente como grupos militantes de base vinculados a un territorio concreto y coordinados entre sí). Los PIVEs, el apoyo a los grupos de afectados o el apoyo a las Corralas deben ser una labor de las mismas, una labor que las llene de legitimidad, que las convierta en referentes locales y que las nutra de nuevos activistas, procedentes de los grupos de afectados o de otros espacios. Si esto no es así, es posible que estemos errando en nuestro trabajo.

Una de las mayores potencias que tiene el movimiento por la vivienda en Sevilla frente al que se ha desarrollado en otros ámbitos, junto a la confluencia de activistas y organizaciones de diversa procedencia, ha sido el que se haya desarrollado a partir de una estructura de asambleas de barrio creada a partir del 15M. En otros ámbitos, el movimiento por la vivienda se ha desarrollado en torno a campañas-plataformas muy concretas, como Stop-Desahucios, u organizaciones sectoriales, como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, ambas fórmulas muy validas, con gran potencia y con un trabajo admirable a sus espaldas. No obstante, una organización de asambleas de barrio ofrece un abanico infinitamente más amplio de posibilidades, pudiendo ser la base de diversas realidades por construir, mientras que la campaña y la organización sectorial, por sí solas, son esencialmente posibilistas y tienen horizontes mucho más cercanos y evidentes, teniendo una utilidad esencialmente táctica. Por el contrario, las asambleas de barrio encierran muchas más posibilidades que están por explorar. Dicho de otro modo, el necesario movimiento transformador de base amplia que requiere el actual contexto de crisis social y política, si ha de ir a la raíz de los problemas y de romper con las formas en las que se ha desarrollado la política en desde el periodo conocido como La Transición, si realmente busca adoptar formas de democracia radical y romper con los paradigmas económicos que nos han llevado a la mísera actual, ha de partir de estas redes de asambleas de base o de una estructura muy parecida.

Asambleas de barrio y movimiento por la vivienda en Sevilla

Tanto el 15M como el movimiento por la vivienda se encuentran en un momento clave, tanto en Sevilla como en el resto del Estado. En los cerca de dos años de trayectoria de las asambleas de barrio del 15M, estas se han convertido en grupos militantes más o menos reducidos y más o menos coordinados. Al mismo tiempo, y en especial gracias a la lucha contra los desahucios, el movimiento ha alcanzado unos niveles importantes de reconocimiento y de madurez. Esto coincide con un contexto sociopolítico de crisis que supone, no solo el terrible sufrimiento de las clases populares, sino también un galopante proceso de deslegitimación de las principales instituciones políticas y económicas del Estado. Un movimiento transformador de base amplia es más necesario y posible que nunca en la ciudad y en consecuencia, en distintos foros, se están desarrollando o se van a desarrollar en los próximos meses discusiones en este sentido.

La siguiente compilación de textos refleja parte de los debates que se han venido teniendo en los dos últimos años y podrían ofrecer alguna pista sobre las lineas de trabajo que se podrían seguir en el caso de Sevilla:

1. El movimiento ¿estratégico? de descentralización en comités de barrio. Mayo de 2011. Ver artículo.

2. Ocupación y vivienda. Distopía y utopía. Mayo de 2012. Ver artículo.

3. Experiencias de autogestión en Argentina. Lecciones para el caso español. Ver artículo.

4. Un año de avances en la lucha por la vivienda en Sevilla. Septiembre de 2012. Ver artículo.

5. En defensa de las asambleas de barrio (I): Las asambleas de base y el movimiento por la vivienda digna en Sevilla. Ver artículo.

6. En defensa de las asambleas de barrio (II): Las asambleas de base y las alternativas políticas. Ver artículo.

7. El fetiche del Estado, el fetiche de lo local y el 15M. Ver artículo.

Un año de avances en la lucha por la vivienda en Sevilla

Hay varias razones por las cuales puede ser conveniente realizar una reflexión pública sobre las acciones llevadas a cabo durante un periodo de tiempo por un colectivo definido. En primer lugar, hacerlo facilita la reflexión de los propios interesados y de su entorno inmediato. También permite hacer propaganda de las acciones realizadas, contribuyendo a la legitimidad y el prestigio que se transforma en cierta capacidad de acción. Por último, y no menos importante, permite otorgar claves e ideas a otros grupos o redes o individuos, situados en otras geografías y con intereses comunes.

El pasado jueves 30 de Agosto cinco familias ocuparon un edificio en la calle Feria. Otro edificio residencial cuya empresa titular había quebrado sin poder vender ninguna de las viviendas. Otro edificio que había pasado a las manos de un banco, Bankia en concreto, destinataria del rescate con fondos públicos más escandaloso realizado hasta el momento. Las familias venían apoyadas por el 15 M local y, en concreto, por la denominada Intercomisión de Vivienda, en uno de cuyos grupos de trabajo se habían venido organizando en los últimos meses. Este espacio nació en 2011 para coordinar las distintas comisiones de vivienda que se habían formado en las asambleas de barrio, tras el proceso de descentralización que siguió a la toma de las plazas. Además de nuevos activistas, surgidos de las manifestaciones multitudinarias de mayo y junio, la intercomisión recogió parte de la experiencia en la lucha por la vivienda digna que se había desarrollado en la ciudad en la última década, gracias a algunos destacados activistas y a la colaboración con organizaciones como APDH, ADICAE o La Liga de Inquilinos. A un año de su constitución, es notable el avance conseguido en la organización de las víctimas de la actual crisis que asola el país y en concreto en la lucha por la vivienda.

El problema de la vivienda como clave

En el contexto de un conjunto de asambleas, herederas de las multitudinarias manifestaciones de 2011, que pretende canalizar y organizar el descontento ante la gestión política de la crisis y que además adopta un posicionamiento crítico sobre las causas estructurales que han conducido a la misma, el problema de la vivienda resulta un frente de batalla clave. Esto por varios motivos. En primer lugar, es indudable que la vivienda está en el núcleo de la crisis, en cierta medida de la crisis global y más aún del caso del Estado español. El modelo económico que se viene desmoronando como un castillo de naipes desde 2008, era un modelo basado en una sociedad del consumo fundamentado en la deuda y el dinero barato procedente del extranjero. En las últimas tres décadas, la economía productiva había ido dejando un espacio cada vez mayor a una economía progresivamente financiarizada y con un sector de la construcción totalmente sobredimensionado. La construcción de grandes infraestructuras pero, sobre todo, un especulativo mercado de la vivienda, proporcionaban una parte enorme de la riqueza y el trabajo, aún más en el ámbito andaluz. La ficción de unos precios que no paraban de crecer y que, supuestamente, incrementaban el patrimonio de sus propietarios, se sostenía sobre hipotecas a cincuenta años y sobre un stock de viviendas vacías que ha llegado a alcanzar los 3.5 millones. Aún en su periodo de auge, un sistema dual, que mientras excluía a una buena parte de la población, en especial los jóvenes, producía muchas más residencias de las que la demanda solvente hubiera sido capaz de absorber, si no fuese por la demencial especulación en la compra-venta de las mismas. La broma terminó y muchos se enriquecieron con ella, sin embargo los resultados han sido desastrosos para las clases populares.

En segundo lugar, la cuestión de la vivienda y la construcción, la burbuja generada en torno a ella y su reciente estallido, son un reflejo óptimo de la injusticia del sistema actual, diferenciando claramente quién sufre la crisis y quién se beneficia con ella. La tremenda destrucción de empleo padecida en el Estado español empezó por el sector de la construcción y ha seguido por el sector servicios, especialmente por aquellos trabajos de cualificación baja. De esta forma, por el momento, están siendo los trabajadores manuales y las clases populares las que en mayor medida están padeciendo la situación. Al paro se le une la merma de los subsidios y la desaparición del Estado  como garante del bienestar social, demasiado ocupado en rescatar bancos, y tiene como consecuencia más grave la pérdida de su vivienda por parte de decenas miles de familias al año desde 2009. Aquí, las familias humildes se ven arrojadas de sus casas, manteniendo sus deudas con agencias de crédito que están acumulando en la actualidad cantidades inmensas de suelo y edificaciones por precios irrisorios.

Por último, la ejecución de hipotecas, los desahucios o la imposibilidad de hacer frente a un alquiler son problemas que, si anteriormente afectaban a una parte reducida de la población, cada vez son más masivos. Este es un elemento fundamental de descontento, expresión directa de la precariedad con respecto a los ingresos que o bien no existen o son insuficientes para cubrir una necesidad tan básica como la de tener un techo. La inexistencia de un Estado social suficiente, ferozmente desmantelado en las últimas décadas de neoliberalismo, deja en la desesperación a miles de familias, al mismo tiempo que destruye la legitimidad del sistema económico y político. Es este un elemento fundamental, por tanto, de toma de conciencia social de quienes son los responsables de la crisis y de la necesidad de buscar soluciones en la acción colectiva y en la ayuda mutua.

La intercomisión de vivienda

En este marco se ha desarrollado la labor de la intercomisión de vivienda durante el último año. Uno de los trabajos clave que se realizó desde aquí fue la recogida de datos sobre las ejecuciones hipotecarias que se estaban produciendo en la ciudad. Hubo para ello que forzar a los funcionarios del Ayuntamiento a que cumplieran su obligación de publicar las subastas de viviendas y realizar un rastreo en las páginas web de las agencias inmobiliarias de los distintos bancos. Esta información se distribuía por barrios y se enviaba a las distintas asambleas de base. A partir de ahí se entraba en contacto con las familias. Frecuentemente, los afectados ni siquiera sabían que sus viviendas habían sido subastadas y que probablemente iban a ser desahuciados. El número de engaños y malas prácticas por parte de las oficinas de crédito era obsceno y la problemática de muchas familias dramática.

Ante esta situación, la respuesta lógica era la resistencia a los desalojos. Frente a la deslegitimación de un sistema depredador, especulativo y rabiosamente injusto, solo cabe la desobediencia. De esta manera, se empezó a apoyar a las familias que estaban dispuestas a desobedecer las órdenes judiciales de desahucio. El 1 de diciembre de 2011, de la noche a la mañana, se reclamó el apoyo para una familia del barrio de Torreblanca que iba a ser desposeída de su vivienda de autoconstrucción por el impago de 14.000 euros. Junto con un grupo de compañeros del 15M, la gente del barrio, exhortada por las asociaciones de vecinos de la zona, colapsó la calle donde debía ejecutarse el desalojo. Ante esto, la policía desestimó llevarlo a cabo ese día, contra la insistente voluntad de los funcionarios del juzgado. Quedó claro, por un lado, que en los barrios populares la gente estaba dispuesta a desobedecer, por otro, que la resistencia a cada desahucio, en aquel momento, no era suficiente por sí sola. Fueron varios los lanzamientos que se frenaron, sin embargo, todo el mundo era consciente de que la policía podía volverá a venir en cualquier momento, sin avisar y sin dar tiempo a que se organizara la resistencia. La gente de la calle también lo tenía claro: “si me echan de la casa, le pego la patá a otra vivienda del banco y me meto allí con mi familia”.

En marzo se presentó un informe de la Intercomisión en el que se exponía que eran miles los desalojos que estaban aconteciendo anualmente en Sevilla (decenas de miles en el Estado). En el mismo documento se hacía un mapeo en el que quedaba claro que las familias que estaban perdiendo sus viviendas se concentraban en los barrios obreros de la ciudad. Mientras que en el centro y en los sectores acomodados, los desahucios eran testimoniales, en algunos ámbitos de la periferia obrera, enclaves de inmigrantes y barrios de población obrera autóctona, el volumen de desahucios alcanzaba cotas enormes de dramatismo. Al mismo tiempo se anunció la creación de más de una decena de Puntos de Información de Vivienda y Encuentro (PIVE) repartidos por los distintos barrios de Sevilla y por algunos de los núcleos de su área metropolitana.

Durante los primeros meses de 2012 siguieron las resistencias a los desahucios y los piquetes en las oficinas bancarias responsables de los mismos, al tiempo que se fortalecían las relaciones con algunas entidades vecinales en los barrios. Ahora, gran parte del trabajo giraba en torno a los PIVES, soportados por las diferentes asambleas de base del 15M Sevilla y donde funcionaba al menos una asesoría conformada por un abogado y un activista. Mientras algunos PIVES no llegaron a funcionar por diversas razones, otros quedaron pronto desbordados por la avalancha de casos. Gente que perdía sus casas por no poder hacer frente a la hipoteca pero que tenía que seguir haciendo frente al pago de la misma, gente que iba a quedarse en la calle por no poder afrontar el alquiler, familias para las que la única opción era un alberge municipal también desbordado y un largo etcétera de situaciones desesperadas. Casi todos eran trabajadores manuales, muchos de la construcción, muchas madres solteras, todos en situación de desempleo, con prestaciones nimias y con la amenaza de quedar sin ningún tipo de ingreso. También empezaban a llegar familias que habían ocupado viviendas y era conocido que en los barrios obreros más afectados, la gente había empezado a ocupar las viviendas de los bancos. Esas viviendas que eran adquiridas en las subastas por una tercera parte del precio por el que la familia desahuciada había firmado su hipoteca. Las personas que ocupaban trataban de pasar desapercibidas, aunque la precariedad era tremenda cuando una mujer, con su hija de un año, tenía que ocupar sola y era acosada por la inmobiliaria del banco de turno y por la policía.

Las ocupaciones

Una de las zonas donde la comisión de vivienda estaba por completo desbordada era en Macarena y Macarena Norte, dos amplios distritos que abarcan el conjunto de barrios populares del sector más septentrional de Sevilla. A partir de su encuentro en el PIVE se comenzó a conformar un grupo de familias en situación crítica, amenazadas con quedarse en la calle. Un grupo en el que predominaban las mujeres y en el que existía una gran cantidad de niños de distintas edades. Familias sin ingresos a las que la administración no proporcionaba ninguna salida. De esta forma, en mayo, con la ayuda y apoyo de activistas, se ocupó un edificio de 32 viviendas en el mencionado distrito. Un edificio exento, sin estrenar, con la empresa constructora en quiebra y sin haber podido vender los pisos, situación que tanto se ha prodigado en los últimos años. La iniciativa fue denominada Corrala La Utopía y recogió pronto tanto el apoyo del conjunto del 15M de Sevilla como la hostilidad del gobierno conservador de la ciudad, que pronto gestionó el corte de la luz y el agua al edificio, en una situación de asedio que se prolonga hasta la actualidad.

A partir de aquí, la afluencia de personas pidiendo asesoramiento a los PIVE y a la propia Corrala se multiplicó. Comenzaron a llegar decenas de familias en situación igualmente desesperada, exponiendo que querían ocupar una vivienda. Otra consecuencia fue que la Junta de Andalucía se vio obligada a expresar un apoyo verbal a este tipo de acciones, por boca de la consejera de Fomento y Vivienda, que no ha llegado a materializarse en ningún momento hasta la fecha. En junio, hubo una concentración a las puertas del Parlamento andaluz, donde la intercomisión presentó sus propuestas en materia de vivienda, las que debería estar adoptando el gobierno autonómico. Desde allí, la gente se trasladó al centro de la ciudad, donde un grupo de afectados había ocupado otro conjunto de viviendas. Personas procedentes de otras ocupaciones o de los grupos formados en torno a los PIVE ayudaban a ocupar a estas nuevas familias. Los tabiques caían bajo los golpes de machota a plena luz del día y a escasos metros de la comisaría de policía nacional. Mujeres adultas con sus hijos bloqueaban la calle, vistiendo camisetas del 15m y gritando “un desalojo otra ocupación”. El resultado fue de cinco nuevas familias sin techo realojadas, de forma similar a las últimas cinco que ocuparon ahora en calle Feria un edificio recién bautizado como Corrala La Alegría.

Tras esta nueva ocupación, el movimiento por la vivienda en la ciudad se enfrenta a una situación de escalada de la crisis y la conflictividad, en la que cada vez más gente pierde sus trabajos y sus viviendas, mientras que la administración no muestra ningún interés en poner coto a esta situación o mantiene una actitud hostil hacia los afectados, caso del Ayuntamiento de Sevilla. Frente a esto, solo puede profundizarse en la organización de los afectados, fortalecer el movimiento y mantener la contundencia de las acciones y de las posturas. No es un avance que la gente sea desahuciada y que tenga que estar ocupando una vivienda en precario, amenazada por la policía, enfrentada a la administración y sin disponer ni si quiera de luz eléctrica en algunos casos. No obstante, estas circunstancias han sido creadas por el desastroso quiebre del modelo económico español, fomentado por sus políticos y del que se han beneficiado las elites sociales del Estado. El avance ha sido que esta desobediencia, obligada y cotidiana, de centenares de familias en la ciudad, ha adquirido una dimensión organizada y colectiva, descubriendo en la cooperación y el apoyo mutuo la capacidad de resolver problemas inmediatos. Los problemas que ha generado el mercado y que no afronta el Estado. A partir de aquí es fundamental profundizar en la organización, con el objetivo de hacer planteamientos más globales, partiendo de los problemas inmediatos de la gente, pero apuntando a sus causas y a sus culpables.

Experiencias de autogestión en Argentina. Lecciones para el caso español

Durante este verano he podido conocer algunas de las experiencias autogestivas argentinas más interesantes que comenzaron a florecer en el contexto de la crisis de 2001. Dejo las reflexiones que lo que he visto hasta ahora me han suscitado, pensando, por supuesto, en la forma en que puedan ser útiles para lo que actualmente sucede en el Estado español. Si bien es posible que incurra en errores y confusiones, propias de un gallego en Buenos Aires, espero al menos que estos textos sirvan para suscitar algún tipo de debate.

Entre 2000 y 2003 hubo una eclosión de las prácticas autogestivas y auto-organizadas de la población. Esto se debió a dos factores ineludibles para comprender lo sucedido: la evaporación del Estado y la disipación del sistema de mercado capitalista, en la medida en que las necesidades básicas de la población dejaron de ser cubiertas por estos agentes (volatilización de los ahorros, desvalorización del peso, desconcierto del sistema judicial, etcétera). A ambos se los culpabiliza tanto de generar la propia crisis como de una nefasta gestión posterior, dando lugar a una importante deslegitimación de cara tanto a las clases populares como a las clases medias. Coincidieron por lo tanto  las condiciones de necesidad material con la orfandad ideológica ante el desprestigio de los discursos anteriormente hegemónicos, escorados hacia el neoliberalismo.

El tinte ideológico que adoptaron las mencionadas formas autogestionadas fue claramente obrerista y lo que yo denominaría autonomista-asambleario. Este último atributo sería predominante, en apariencia, en algunas de las fórmulas más representativas de la auto-organización de masas como los piqueteros y las asambleas de barrio. Los piqueteros llegaron al “Argentinazo” con una cierta trayectoria en el cono urbano de Buenos Aires. Movimiento enfocado a la lucha contra el desempleo y enclavado en los sectores más humildes de la ciudad, puede ser asociado al empobrecimiento de las clases populares durante el periodo de gobierno neoliberal y desindustrialización, situación que se tornó extrema con la crisis. Tuvo muchísima difusión su táctica de cortes de ruta, algunos de los cuales acabaron en los enfrentamientos más sangrientos con la policía (y que profundizó en el desprestigio de la misma a ojos de la población) durante el periodo de crisis. Las asambleas de barrio fueron fruto directo de la crisis de 2000-2001, con mayor protagonismo de la capital federal y asociadas a menudo  a las clases medias afectadas por la quiebra del sistema bancario y el corralito. Es este, recordemos, el detonante que transforma en Argentina la crisis económica y social en crisis política. Por su parte, las fábricas tomadas adoptarían una identidad política en mayor medida obrerista, aunque las conexiones entre todas estas fórmulas fueron y son notables.

El predominio de las tendencias izquierdistas, en primer lugar, ha de ser entendido en un contexto de deslegitimación del neoliberalismo, impuesto en el ámbito geopolítico del cono sur por dictaduras militares y claramente hegemónico en los primeros gobiernos democráticos, algunos de ellos tutelados militarmente, por lo general responsabilizados de la crisis. El predominio de las tendencias autonomistas ha de entenderse en el contexto de apogeo del movimiento antiglobalización, cenit del reconocimiento internacional del neozapatismo y primeros pasos hacia la hegemonía política la izquierda nacionalista en Brasil y Venezuela. Esta emergencia de las políticas identitarias y de tipos autóctonos y particulares de consejismo y socialdemocracia también han de relacionarse con el declive que venía sufriendo desde los setenta la concepción táctico-estratégica del marxismo-leninismo.

Las formas autogestivas que emergen se dirigen a favorecer al autoorganización bajo criterios de democracia radical y a permitir el consumo colectivo y el acceso a la renta a través de formulas cooperativas. En los casos más relevantes los colectivos se apoyan en infraestructuras físicas dirigidas a favorecer la consecución de sus objetivos. Así, surgen centros sociales, algunos por ocupación de instalaciones abandonadas; mercadillos, mercados y redes de trueque (que en un primer momento se convierten en el único medio de distribución de recursos básicos para la población) y otras tácticas de consumo colectivo como compras y cocina colectiva; y  cooperativas de productores, que utilizan diversas tácticas, siendo relevantes las tomas de fábricas e instalaciones productivas abandonadas por propietarios capitalistas y el apoyo (posterior) en políticas concretas de fomento del cooperativismo y la economía social. Estas últimas serían especialmente relevantes a partir de la llegada de los Kirshner al poder, que desplegarían una estrategia de apoyo a las iniciativas autogestivas como socio comprador-empleador de las cooperativas, muchas surgidas a partir de los grupos piqueteros o de las asambleas de barrio, y expropiando fábricas bajo control obrero en algunos casos.

De entre los colectivos que han sobrevivido a la década posterior al Argentinazo, la toma o adquisición por cesión o alquiler de estructuras edilicias parece haber sido predominante, como soporte fundamental de su actividad. Las características más relevantes de estos espacios fueron en principio la toma (ocupación) y el reciclaje de instalaciones abandonadas de diverso origen. La toma se hizo posible en gran medida por la deslegitimación del sistema, que afectó también al complejo judicial-policial, algo que todavía es notorio en la sociedad argentina. Además, tanto la toma como el reciclaje partieron de un periodo anterior de superproducción de edificios y de desindustrialización y  abandono de estructuras fabriles. El reciclaje además fue de uso generalizado y obligado en el contexto dado. Aunque en un principio la ocupación fue una táctica muy frecuente, especialmente entre 2001 y 2003, a partir de la normalización político económica y la creación de nueva legitimidad, la mayor parte de iniciativas de este tipo van desapareciendo por una variedad de razones. Una buena parte de las instalaciones simplemente va dejando de tener sentido en la medida en que la situación económica mejora. En este mismo plano, las asambleas van desapareciendo progresivamente con la normalización y los gobiernos socialdemócratas, quedando pocas de ellas en funcionamiento. Esto tiende a asociarse con una vuelta a la normalidad de las clases medias, que recuperan su estatus acomodado con el nuevo auge económico. En relación a esto se produce la mutación de algunas iniciativas. Así, en casos muy relevantes, los mercados del trueque fueron dejando lugar a mercados de economía social, dirigidos fundamentalmente a un consumidor de clase media (artesanía, producción ecológica, etcétera). Por su parte, el movimiento piquetero ha mostrado ser más resistente y más conservador en cuanto a sus tácticas, apuntando este hecho a la extracción social humilde de sus bases. La alianza entre piquetes y asambleas fue una alianza entre clases populares y clases medias. La retirada de estas últimas a partir de 2004 mostró que existían intereses diversos. Mientras los piquetes eran fruto de la pobreza estructural de la región las segundas eran la expresión de una situación coyuntural.

En la actualidad, en general, los proyectos autogestionarios y cooperativos tienen una fuerte legitimidad y respaldo social, además de una notable coordinación. Diez años después, es destacable la imbricación conseguida entre cooperativas, fábricas tomadas, redes de distribución y estructuras de consumo colectivo, red en la que sigue teniendo un peso importante la alianza entre las clases populares y la clase media. Otra característica relevante es la clara situación de dependencia para con la administración pública en la que se han ido introduciendo prácticamente todos los proyectos. Algo que se ha ido fraguando a partir de la llegada de los Kirshner al poder.

Algunas lecciones para España

En cierta medida son sorprendentes las similitudes entre las asambleas de barrio en Argentina y España. Un dato a tener en cuenta a este respecto es que las asambleas, en su diversidad y complejidad, como los órganos estructurantes de la sociedad en que llegaron convertirse en el periodo álgido de crisis, han tendido a ser efímeras y a tener un carácter meramente coyuntural. Las asambleas, colectivos e iniciativas que llegaron a ser más potentes y que perduraron más lo hicieron en base a su transformación en proyectos que permitían la generación de renta o el consumo colectivo. Otro elemento claramente relacionado con el éxito de los colectivos es la vinculación al lugar, a un espacio determinado, centros sociales, mercados cubiertos, mercadillos al aire libre, talleres o fábricas, soporte de la actividad y georeferencia para la atracción de militantes y visitantes.

Las personas que he podido entrevistar coinciden en que el carácter efímero de las asambleas y la mayor solidez de los piqueteros está relacionada con sus componentes de clase. Las alianzas con las clases medias son efímeras por naturaleza, desaparecen a medida que pasa la crisis, aunque resultan imprescindibles para un impulso inicial, estallido que permita gestar iniciativas radicales. Claramente, la alternativa radical que se ofrece ante la deslegitimización del sistema debe proceder de los grupos más castigados por el mismo y no de grupos que tienen desencuentros puntuales pero que conservan en todo momento la esperanza de volver al estatus quo anterior (cuando hablo aquí de clases medias me refiero más a cierto tipo de burguesía asalariada o clases profesionales con elevados patrones de consumo que a lo que muchos en España entienden por clase media).

Por otro lado, es muy llamativo que un movimiento tan volcado sobre lo horizontal y lo autogestionario acabe aliándose con gobiernos fundamentalmente nacionalistas y reformistas, pero muy alejados de suponer una ruptura radical con el sistema anterior y totalmente dependientes de liderazgos fuertes. La cuestión es que este tipo de alternativas políticas crecen en Latinoamérica de forma paralela y parecen encajar bastante bien con movimientos de base sin aspiraciones sobre el poder político del Estado. Desde el punto de vista de las iniciativas de base, el sentido de esto parece encontrarse en que a partir de un determinado momento la movilización parece necesitar de algún tipo de alternativa política (en el sentido de poder territorial). Así, ante la falta de otras alternativas, la alianza con las instituciones existentes parece inevitable, concretada en algún tipo de grupo parlamentario reformista. En este sentido, en Argentina la situación era similar a la del Estado español, dado que no existían y siguen sin existir alternativas políticas de izquierda con posibilidades de recoger el descontento social, con lo que fueron movimientos dentro del peronismo más o menos progresista los que acabaron cubriendo ese espacio. Desde cierto punto de vista, la alianza que se ha producido entre los movimientos de base y los gobiernos de los Kirshner puede verse como fundamental a la hora de defender las iniciativas populares autogestivas a través de expropiaciones, subvenciones, cesiones de espacios o políticas de fomento de la economía social. Aunque fuese en plazos determinados, la alianza con organizaciones con presencia en las instituciones parece fundamental estratégicamente. Desde otro punto de vista, la alternativa política que toma el poder y que puede obtener las simpatías de las iniciativas de base resulta fundamental para restablecer la legitimidad del sistema y lleva en su seno la anulación de las iniciativas autogestivas y de la política de base no institucional. Esta contrariedad no tiene fácil solución. No parece que el movimiento haya ofrecido otras alternativas que permitieran la construcción social amplia fuera o más allá de las típicas instituciones liberales. Por el momento, no se han ofrecido soluciones al callejón sin salida del parlamentarismo de izquierdas, al menos desde Argentina.

Megaproyectos: especulación y otros espejismos

Recientemente ha acabado un ciclo económico fuertemente especulativo y fundamentado en la construcción. Desde la situación de crisis, desempleo e incertidumbre en la que ha dejado al país, parece un buen momento para echar la vista atrás y valorar la terrible devastación que ha dejado tras de sí la depredación de un sistema fundamentado en el cemento, la especulación y las obras faraónicas. Con el litoral, las cuencas fluviales y el territorio cubiertos de ladrillo, se diría que nos encontramos en un momento de parálisis de la economía en el que esta cuestión tiene menor relevancia o, al menos, actualidad. Sin embargo, también merece la pena y es necesario mirar hacia delante para intentar ver a donde nos dirigimos ahora.

En el contexto actual de estancamiento y con una previsible recesión a las puertas, el joven gobierno del Estado anuncia iniciativas tales como incentivos fiscales al mercado inmobiliario, recuperación de viejas ideas de trasvase entre cuencas, regadíos, modificación de la Ley de Costas para flexibilizar la actividad económica en este territorio tan machacado y otras medidas de corte similar. Pareciera que la única esperanza fuese  repetir el último ciclo hiperespeculativo, probablemente de forma aún más violenta, con regresiones en materia de protección ambiental que traen a colación un desarrollismo que parecía en parte superado.

De forma similar, las propuestas de carácter más progresista con respecto a la crisis, aquellas que conceden un mayor papel al Estado, parecen condenadas a reclamar una intervención del mismo en infraestructuras que revirtiera la actual espiral de destrucción de empleo y regresión de la demanda. Un tipo de políticas que hoy día supondrían más desarrollismo en un territorio donde  queda ya poco por construir.

Así, nos encontramos en una fase sustancialmente diferente en cuanto al debate sobre el carácter desarrollista y depredador del sistema, donde la influencia social de la crítica se hace difícil ante una población asustada y acosada por los efectos de la crisis. Ante esta situación, es más necesario que nunca revisar estas cuestiones, plantear los debates y construir y reconstruir un discurso crítico que necesita hacerse oír.

Las jornadas Stop Megaproyectos se realizaron entre el 23 de febrero y el 15 de marzo de 2012 en el hoy desalojado CSOA La Huelga. http://stopmegaproyectos.wordpress.com/

Sobre la deslegitimación del Estado y el antagonismo existente

El contexto actual es, sin duda, óptimo para el crecimiento de fuerzas antagonistas y para planteamientos radicales que unos años atrás contaban con muchas menos posibilidades de encontrar eco. Esta nueva situación viene dada, en gran medida, por la acelerada pérdida de legitimidad de las principales instituciones que rigen la vida política y económica y por el desprestigio y debilitamiento de los discursos hegemónicos respecto de cómo debe funcionar la sociedad.

El funcionamiento de una economía fundamentada en la acumulación, la propiedad y el egoísmo, más allá de juicios morales, ha encontrado su justificación en la proporción de niveles progresivamente altos de consumo a una buena parte de la ciudadanía y posibilidades de promoción social para las clases bajas. Sin embargo, el actual sistema encuentra cada vez más dificultades para mantener determinados estándares de vida, al tiempo que la idea de progreso se ha desmoronado y se acepta tácitamente una pauperización de la calidad de vida de las generaciones futuras. El hecho de que esta pauperización conviva con el actual sistema de privilegios conduce a una situación de ignominia, en la que se evidencia la acumulación por parte de las grandes instituciones económicas de recursos básicos mientras que cada vez más familias tienen dificultades para acceder a los mismos, siendo el caso de la vivienda paradigmático en este sentido. Es en momentos como este cuando las contradicciones e injusticias más flagrantes del sistema se hacen evidentes a ojos de la población, y el desprestigio de las instituciones financieras es en gran medida el desprestigio de un modelo económico que se ha fundamentado en ellas. Si este es el mejor mundo posible, nuestra imaginación debe encontrarse muy limitada.

La legitimidad del Estado y de las instituciones políticas en general está resultando igualmente dañada por los acontecimientos. Es notorio el desprestigio de las principales instituciones de la democracia. Al igual que sucede con la economía, la población en gran medida intuía la verdad enmascarada tras el fetiche de la democracia liberal, pero aceptaba su tremendo cinismo mientras mantuviera unos estándares de vida determinados. Los acontecimientos de los últimos años han desenmascarado el patético papel del parlamentarismo y su cada vez más limitado margen de maniobra. La falta de autonomía de los estados soberanos frente a los agentes económicos a escala global ha quedado en evidencia y la intervención de gobiernos, la sustitución de profesionales de la política por tecnócratas procedentes de organizaciones supranacionales, es el máximo ejemplo de esto. Además, dentro de su limitada capacidad de decisión real, el gobierno estatal se ha dedicado, por un lado a suprimir los principales elementos que se basaban en una cierta solidaridad de nuestro sistema socioeconómico (sanidad, educación y seguridad social). Al mismo tiempo, ha llevado a empeñar al conjunto del Estado y a sus contribuyentes para cubrir las pérdidas del sistema financiero. En este contexto, la población humilde de este país solo percibe ya al Estado cuando la policía nacional viene a desalojarla de sus casas. Inevitablemente esto genera una cierta desafección por el parlamentarismo que se puede traducir en abstención pero también en la irrupción de opciones radicales de izquierda y de derecha.

En este contexto, la acelerada depauperización de la vida ha empezado fundamentalmente por los estratos sociales más bajos. Estos se encuentran en una situación en la que el acceso al salario es complicada cuando no imposible y donde las instituciones públicas no cuentan con ningún tipo de política social que permita aliviar su situación. El ejemplo de la ocupación de viviendas no solo indica la falta de opciones y la necesidad de determinadas familias, indica también la desaparición del mercado y del Estado como medios para satisfacer necesidades básicas, lo que implica su desprestigio y la aparición de formas de acción directa y solidaridad grupal como alternativa. No obstante, y evidentemente, hasta que la crisis no afecte realmente a las clases medias, la crisis social no se tornará en crisis política, aunque nada induce pensar que esto no vaya a suceder relativamente pronto y el empeoramiento de la precariedad entre los estratos laborales más cualificados y el incremento de la polarización social son un hecho hoy día.

Es este un contexto ideal para el surgimiento de alternativas sociopolíticas. Por qué no, anticapitalistas y libertarias. Esto no quiere decir que el Estado liberal y el capitalismo vayan a saltar en pedazos por si solos o que la gente repentinamente vaya a empezar a hacer su vida de forma independiente. La realidad es que resulta difícil imaginar un panorama más desolador en cuanto a alternativas políticas al que vivimos en el Estado español. Esto no hace referencia solo al parlamentarismo, que también, sino a cualquier forma de alternativa política concretada en formas de organización social con una repercusión real en el conjunto de la sociedad.

Un nuevo escenario se ha ido abriendo paulatinamente en los últimos años de crisis estructural del capitalismo y es un escenario en el que, en contraposición con el anterior, se multiplican las posibilidades respecto del destino que puede tomar la sociedad en la que vivimos. No obstante, las oportunidades que se presentan actualmente en la arena política no van a durar siempre y las fuerzas opuestas al cambio siguen manteniendo sus posiciones. Esta no es una realidad que deba provocar desesperanza sino que debe hacernos comprender las tareas ineludibles que deben llevarse a cabo.

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE II)

De la crisis de los setenta surgiría un nuevo modelo para el capitalismo occidental y, paulatinamente, una nueva estructura geopolítica y geoeconómica. Así, una parte importante de los problemas de la rigidez del fordismo y de los crecientes costes de una fuerza de trabajo organizada fue la reconversión industrial, que fue en parte automatización, en parte deslocalización y en parte pura y simple desindustrialización durante las décadas de los setenta y ochenta. Por su parte, los grandes centros urbanos occidentales se irían especializando en una economía terciaria fundamentada en un sector financiero cada vez más determinante y sobredimensionado. Creo que un buen ejemplo de esto es el caso de Reino Unido. Aquí, mientras la industria naval y automovilística se desplazaba al sureste asiático y el norte industrial y minero de Gran Bretaña se hundía y su característica clase obrera se lumpenproletarizaba, el centro financiero de Londres no hacía sino crecer hasta convertirse en la base de la economía del Estado. El proyecto de renovación urbana de los docklands resulta paradigmático en este sentido, eliminando los históricos astilleros de Londres y su principal enclave industrial histórico para sustituirlo por un parque de oficinas, el nuevo centro financiero de Canary Wharf. Un nuevo modelo económico en el que se multiplicaban los directivos y profesionales bien pagados, pero también un proletariado del sector servicios sometido a una precariedad extrema, una sociedad cada vez más dualizada, término que empezó a popularizarse en este contexto.

Uno de las bases del nuevo modelo fue la desregulación del sistema financiero, que había estado rigurosamente controlado por el estado desde 1930. A partir de la crisis de 1973 la presión para la desregulación financiera ganó fuerza y para la segunda mitad de los ochenta era un hecho. La desregulación y la innovación financiera se convirtieron en ese momento en una condición de supervivencia para cualquier centro financiero mundial dentro de un sistema global altamente integrado, resultando además fundamental para incentivar el endeudamiento a través de formulas para la financiación de viviendas y créditos para el consumo, al mismo tiempo que crecían los nuevos mercados de acciones, divisas o futuros de deuda. La consecuencia ha sido una economía sometida a ciclos cortos cada vez más violentos y muy vinculados a los vaivenes del mercado inmobiliario. Así, el ciclo hiperespeculativo de la segunda mitad de los ochenta acabaría con el estallido de la burbuja inmobiliario financiera de EEUU, Reino Unido y Japón en 1990, que en este último país daría lugar a la que se conoce como década perdida. En España el estallido se prorrogó un poco más, gracias a los macreventos de 1992 que permitieron seguir canalizando inversiones especulativas en el mercado inmobiliario y creando oportunidades de inversión a través de la creación de las grandes infraestructuras que requerían eventos como la Exposición Universal o las Olimpiadas de Barcelona. Tras esto, un periodo de estancamiento y vuelta a empezar en 1997 y hasta el nuevo estallido, infinitamente más violento, 10 años después. De esta forma, la actual crisis encuentra su detonante precisamente en los disparatados productos financieros desarrollados para permitir que el endeudamiento familiar de los estadounidenses, contra toda razón, siguiera incrementándose. Un dato que evidencia la necesidad de seguir ampliando mercado y seguir firmando hipotecas para que los precios siguieran subiendo y no explotase la enorme burbuja de especulación y deuda que se había conformado en los tres lustros anteriores.

Quizás la interpretación de la crisis como una crisis esencialmente urbana y de la vivienda no sea válida para todos los países, pero al menos resulta evidente en los casos de algunas de las economías más importantes del mundo, como Reino Unido o EEUU, o de algunas de las economías que han sufrido el hundimiento más acelerado desde 2007 como Grecia, Irlanda o España. Actualmente, los países que están en una mejor situación son precisamente aquellos que han desarrollado una economía productiva en el contexto postfordista y que, en la última década, han llegado a desarrollar un cierto mercado interno. No obstante, los efectos sobre la economía mundial del hundimiento del consumo en los países occidentales no pasan desapercibidos para nadie. De poco sirve que ciertos países mantengan una poderosa economía productiva si sus principales clientes no pueden seguir comprándoles.

En definitiva, resulta evidente que los salarios indirectos que pagaba el Estado, y que lo hacían deficitario, y la seguridad y estabilidad laboral, fruto del poder de los sindicatos y de la negociación colectiva, han venido siendo sustituidos en occidente por créditos e hipotecas, por un terrible endeudamiento familiar que ha permitido hasta ahora el continuo incremento del consumo, los precios y las plusvalías. Así que, esta es, de nuevo, una crisis de los instrumentos dispuestos para evitar la crisis de sobreproducción. Y lo peor de todo es que dentro del discurso hegemónico no se atisba ninguna esperanza más allá de poder repetir en un futuro próximo otro violento ciclo especulativo que nos lleve a una crisis aún mayor. Visto esto, deberíamos estar pensando en cómo acabar con este sistema antes de que él acabe con nosotros.

Entrevista con David Harvey

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE I)

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE I)

En los últimos años he oído hablar de que la causa de la crisis es el sistema financiero, las hipotecas basura, la codicia de los mercados, la mala gestión de los políticos y las instituciones reguladoras, etcétera, etcétera. Probablemente todas esta tienen parte de razón, algunas bastante más que otras. Sin embargo, como decía hace algún tiempo David Harvey, parece que lo último que se les ha pasado por la cabeza a la mayor parte de economistas y/u opinadores profesionales es que la causa de la crisis sea el propio sistema, que se trate de una crisis estructural. También hace años, alguien preguntó en un grupo de discusión en el que participaba si la crisis que entonces empezaba a vislumbrarse era una típica crisis de producción. Entonces consideraba que sí, y es una opinión que sigo manteniendo.

La teoría clásica de la crisis

En la teoría marxista clásica las crisis capitalistas tienen su origen en empresas que no encuentran mercado para su producción, sobreproducción por lo tanto que tiende a coexistir con una situación de desempleo, que no es en conjunto sino capital y fuerza de trabajo (otro tipo de capital) que no encuentran oportunidades para ser invertidos y generar beneficios. Esto no quiere decir que no haya escasez. La sobreproducción implica excedentes de mercancías y las mercancías no se dirigen a cubrir las necesidades humanas sino la demanda solvente. Así, podemos encontrar un stock de mercancías, por ejemplo mercancía-vivienda, que no encuentra salida al mercado y por lo tanto se acumula sin ser utilizado. ¿A alguien le suena esto? En este país hay 3.5 millones de viviendas vacías y, sin embargo, en un contexto de destrucción de empleo, miles de familias encuentran problemas para solucionar una necesidad tan básica como es la de tener un techo.

La causa de que el sistema capitalista tienda a desembocar en este tipo de crisis es que, tras un periodo de expansión, la diferencia entre la capacidad de producción y la demanda solvente se hace cada vez más profunda, así que la demanda cae, los precios se estancan y bajan, caen las ganancias, las empresas quiebran y los trabajadores se quedan en el paro. Así que, para enfrentarse a la crisis o para evitarlas, hay que crear oportunidades donde invertir capital y mano de obra y/o incrementar la demanda solvente. Ambas cosas están íntimamente relacionadas, dado que si se destruyen puestos de trabajo, la demanda solvente se reduce y viceversa.

Así las cosas, diría que las últimas crisis del capitalismo global, desde la década de los setenta, han sido crisis de las soluciones para evitar la crisis de sobreproducción. Estas soluciones han sido, primero, la intervención del Estado sobre la economía y, segundo, la liberalización del sistema financiero y la creación de complejos sistemas de deuda. En ambos casos la cuestión de la vivienda y la urbanización en general han jugado un papel fundamental y esta última es una idea que tomo directamente de David Harvey.

La solución estatal

Vamos con la crisis de los setenta. Esta fue una crisis del sistema de regulación fordista-keynesiano, que se habría desarrollado a su vez como respuesta a la terrible crisis del 29 y a la depresión de los años 30 del siglo XX. El problema era alcanzar un conjunto de estrategias que pudieran estabilizar el capitalismo en las cuales la intervención del Estado, frente al liberalismo predominante con anterioridad, iba a jugar un papel crucial. Frente a la crisis de sobreproducción Keynes propugnaba la intromisión del Estado en la gestión de la relación entre las fuerzas de trabajo y acumulación del capital. El principal problema a solucionar era mantener el poder adquisitivo, distribuir salario y renta para conseguir un alto nivel de consumo y la salida de la crisis. Tras una crisis de la actividad en la que economía se estanca, la única forma de salir del circulo vicioso de “reducción del consumo=reducción de la producción=desempleo= reducción del consumo” es incrementar el consumo mediante la intervención del Estado en la economía.

En este periodo el Estado asumió varias obligaciones. En la media en que la producción en masa fordista (que ya venía desarrollándose antes de la crisis, pero que alcanza su madurez tras la IIGM) exigía fuertes inversiones en infraestructuras y necesitaba a su vez condiciones de demanda relativamente estables para ser rentable. Así, durante el período de posguerra el Estado trató de dominar los ciclos de los negocios por medio de una mezcla apropiada de políticas fiscales y monetarias. Estas políticas estaban dirigidas hacia aquellas áreas de inversión pública (transporte, servicios públicos, etc.) que eran vitales para el crecimiento de la producción y del consumo masivo, y que también garantizarían el pleno empleo. Los gobiernos también se dedicaron apuntalar fuertemente el salario indirecto a través de desembolsos destinados a la seguridad social, al cuidado de la salud, la educación, la vivienda y cuestiones semejantes. Además, el poder estatal afectaba, de manera directa o indirecta, los acuerdos salariales y los derechos de los trabajadores. Esta fue base para el prolongado boom de posguerra, en el que los países capitalistas avanzados alcanzaron fuertes tasas de crecimiento económico, se elevaron los niveles de vida y se frenaron las tendencias a la crisis.

Un elemento al que Harvey concede un gran peso en esta ola de expansión es el crecimiento urbano y, para el caso anglosajón, la suburbanización. El auge de los espacios residenciales suburbanos, se produce en EEUU y RU especialmente tras la IIGM. Este modelo de urbanización se basaba en la compra de viviendas en propiedad y la construcción de zonas residenciales de bajas densidades, dando lugar a un inmenso mercado del suelo y la vivienda, además del desarrollo de potentes sistemas de crédito a las familias. Además otros aspectos fundamentales de la misma era el automóvil privado como solución primordial al desplazamiento y la construcción de autopistas. Así que los crecientes capitales y la mano de obra eran absorbidos por la fábrica fordista, pero también por la construcción de grandes infraestructuras y por la construcción y reconstrucción de ciudad. En la Europa continental, la suburbanización tiene un peso menor y su desarrollo es más tardío, de hecho su verdadero auge comienza a partir de la década de los setenta. No obstante, el mismo papel que juegan los suburbios en el caso estadounidense, lo juegan los barrios funcionalistas promovidos por el sector público y la intensa renovación urbana de los centros urbanos, tan necesaria en una Europa castigada por la guerra.

No obstante, este modelo colapsaría en los años setenta, cuando empezaron a aflorar los problemas de rigidez de la industria de tipo fordista, basada en inversiones a largo plazo y a gran escala, que daba por supuesto el crecimiento estable del consumo. Surgieron también problemas de rigideces en los mercados de la fuerza de trabajo y todo intento de superar estas rigideces chocaba con la fuerza de los sindicatos y de la clase obrera organizada en general, poco dispuesta a ceder la estabilidad y el nivel de vida que había alcanzado en las décadas anteriores. En este contexto, la competencia de los nuevos países industrializados empezaba a hacer mella en la industria occidental. Además, las rigideces de los compromisos estatales también se agravaron cuando el gasto en salarios indirectos (seguridad social, pensiones, sanidad,…) creció por la presión de mantener una cierta legitimidad en el contexto de recesión. Ante esta situación, el único instrumento con capacidad de dar una respuesta flexible era la política monetaria, por su capacidad de imprimir moneda cuando hacía falta para mantener la estabilidad de la economía. Y de este modo comenzó la ola inflacionaria que pondría fin al boom de la posguerra cuyos hitos fundamentales para Harvey (ver Breve historia del neoliberalismo, editado por AKAL) fueron las quiebras de Reino Unido y de Nueva York.

¿Y si fuera una crisis de sobreproducción? (PARTE II)