¿Revitalización sin gentrificación? El caso de la Ciudad Vieja de Montevideo

Quiero volver sobre algunas cuestiones que se han esbozado en la entrada anterior (Montevideo. Ciudad Vieja, Ciudad Nueva). El caso de Montevideo plantea algunas cuestiones realmente interesantes a propósito de la recualificación de los centros históricos. De forma excepcional, el programa de cooperativas de vivienda parece ser una apuesta por la revitalización de la Ciudad Vieja, manteniendo la función residencial para las clases populares. Si este fuera el único vector de cambio podríamos estar hablando de una revitalización de un barrio histórico, céntrico y demandado, sin gentrificación. No obstante, este extremo es muy discutible.

En el pasado contexto de crecimiento económico y, sobretodo, de hegemonía neoliberal en la política urbana, pareció existir una aceptación tácita de que la recualificación y la renovación de zonas históricas degradadas de carácter popular implicaba su gentrificación, el desplazamiento de la población humilde y su sustitución por clases medias. Esto no ha sido algo exclusivo de Europa y EEUU. Las grandes ciudades de Latinoamérica han sufrido procesos semejantes. Si bien, en estas últimas, parece haber primado la tematización de los barrios históricos sobre el aburguesamiento de antiguos sectores populares. En mi opinión esto ha sucedido, más que por la falta de clases medias (que las hay), por la mayor parálisis que  provoca el miedo al delito y a los pobres en este ámbito geopolítico (probablemente con cierta razón). En cualquier caso, el resultado ha sido, en muchos casos, la transformación del típico barrio viejo en enclave comercial, parada en el recorrido turístico dispuesto para el consumo. En este sentido, es curioso que la revitalización haya pasado generalmente por la destrucción de toda vida y su sustitución por una simulación. El caso del Pelourinho quizás sea el más paradigmático de Sudamérica, aunque no el único. El caso de la Ciudad Vieja bien podría ser otro y sin embargo no lo es, al menos todavía o en el mismo grado que el primero. Todas las características que presentaban los barrios que han sufrido fuertes procesos de gentrificación en el mundo hispanoparlante concurren en el centro de Montevideo: es un sector histórico con una inmensa carga patrimonial y una fuerte identidad en el conjunto de la urbe; es un espacio residual, castigado, vaciado y reservado para un mejor contexto de intervención; el perfil predominante entre sus vecinos es el de una población humilde, en algunos casos marginal, con predominio de inquilinos y con no pocos ocupantes irregulares, fácilmente desplazables. Y sin embargo no se gentrifica. Pero si se renueva. Poco a poco. Bloque a bloque

Uruguay tiene una rica tradición de cooperativismo por ayuda mutua y propiedad colectiva. Son decenas de miles las familias que viven en este particular régimen, impensable para un europeo occidental, y que así han accedido a lo que ni el mercado ni el Estado les proporcionaban. A finales de los ochenta, vecinos de Ciudad Vieja empezaron a plantearse utilizar esta fórmula en el centro de la ciudad, reciclando edificios en lugar de construirlos ex- novo. Contaron con la colaboración y el empuje de técnicos con experiencia en construcción por ayuda mutua, que empezaban a ver la necesidad de volcarse en la rehabilitación de la ciudad consolidada. Contaron también con la voluntad política del gobierno municipal, primer gobierno de izquierdas tras la dictadura, a principios de la década de los noventa. Este dispuso parcelas y edificaciones de propiedad pública para desarrollar las cooperativas y en 1998 se terminó COVICIVI1. 32 viviendas bajo el lema del freno al desplazamiento de las clases populares y a la decadencia de la edificación y el patrimonio. Pronto, el gobierno estatal, en sus planes de vivienda, incluyó este tipo de intervenciones como línea de trabajo. Hoy son más de dos decenas las cooperativas de vivienda en Ciudad Vieja, terminadas, en construcción o en proyecto, y se expanden a otros barrios históricos degradados.

Esta cuestión viene a colación porque los edificios están siendo rehabilitados por población humilde. Inquilinos que vivían previamente en el barrio (al menos en las primeras cooperativas) y, casi en su totalidad, de extracción humilde, con gran peso de los oficios manuales. Con este tipo de proyecto, las clases populares no están siendo desplazadas para que la especulación haga su trabajo y tampoco están siendo realojados en una vivienda periférica. Están viviendo dignamente en el barrio y manteniendo este vivo y digno a su vez. Así, difícilmente la Ciudad Vieja podría transformarse en un parque temático o en un barrio burgués.

No obstante, COVICIVI también plantea dudas. En primer lugar, el sistema cooperativo no vale para los grupos más pobres. Vecinos antiguos y pobres o incluso marginales, no han podido integrarse en las cooperativas existentes por falta de ingresos, de capital cultural o de una mezcla de ambos. Estos han sido relocalizados en la periferia por la administración pública. Se ha dado el caso de cooperativas creadas con grupos vulnerables de la zona, incluidas prostitutas (COVIFU), que han fracasado por la insolvencia económica de los miembros. Respecto a esto, el hecho de que las viviendas ocupadas desalojadas vuelvan a ser reocupadas y deban ser tapiadas para evitarlo, o que los realojados en la periferia traten de regresar al barrio en situaciones de alojamiento precario, demuestra que hay una voluntad de permanencia por parte de grupos económica y socialmente marginales que no es satisfecha con la fórmula de las cooperativas. En segundo lugar, cabe la posibilidad de aburguesamiento de las cooperativas. El sistema de ayuda mutua es un obstáculo para las clases medias a la hora de entrar en el grupo inicial en este tipo de proyectos, pero pueden costear su ingreso en la medida en que surjan vacantes a posteriori (se han dado casos). También se están incrementando las cooperativas que no implican este modelo, es decir, que subcontratan la construcción. Esto, unido al incremento de los precios del suelo y de los costes de edificación para las cooperativas, podría conducir a un cierto aburguesamiento de los cooperativistas. En este sentido, en las cooperativas el tope máximo de ingresos es poco relevante, no hay una voluntad de utilizarlo para excluir grupos con mayor poder adquisitivo. Finalmente hay que considerar la posibilidad de estar focalizando casos con un peso relevante pero con una capacidad de expansión limitada mientras el resto del barrio sufre procesos radicalmente diferentes. Las dimensiones del proceso cooperativo en el centro, con los actuales precios del suelo, no son comparables a las que podría tener un mercado de la vivienda privada y libre dirigida a grupos con elevado poder adquisitivo en un futuro próximo.

Respecto de la gentrificación, la iniciativa de las cooperativas de vivienda en Ciudad Vieja parece tener una doble condición. Por un lado es una fórmula que, reproducida en dimensión suficiente, podría asegurar la existencia de un centro vivo y popular, independientemente de la revalorización del espacio o de la explotación de su potencial turístico. Por otro lado, puede ser vista como cabeza de puente de la inversión inmobiliaria y bisagra con las clases acomodadas, palanca de la revalorización generadora de expectativas sobre el barrio que quizás acabe contribuyendo a generar efectos contrarios a los que en principio se declaraban. La solución a este dilema no es sencilla. La crítica tampoco quita valor al caso, del que muchas administraciones podrían aprender. Quizás, incluso la propia administración de Montevideo podría aprender de sí misma. No hay nada más insulso y monótono que otro barrio histórico convertido en mausoleo o en zona de copas. La copia, el producto en serie, es lo más opuesto al espacio con identidad, historia y carácter. La transformación del segundo en lo primero, al largo plazo, ni siquiera beneficia los mezquinos intereses en base a los cuales opera el inversor privado. La administración debe afrontar no solo los posibles beneficios económicos inmediatos, también los riesgos que entraña la recualificación de Ciudad Vieja.

Montevideo. Ciudad Vieja, Ciudad Nueva

Visitar la Ciudad Vieja de Montevideo es un poco como hacer un viaje en el tiempo, pero sin saber muy bien a qué fecha se ha viajado. Las cafeterías parecen de los años veinte, la música de los cuarenta y los sombreros de los cincuenta. Los mayores suelen conservan la noble costumbre de cubrir la cabeza con boina o sombrero, esto, unido a la costumbre de llevar el termo con agua para el mate debajo del brazo, otorga un aspecto peculiar y enternecedor al paseante montevideano. En todas las librerías hay algo de complejo de Diógenes y los volúmenes antiguos se amontonan formando columnas que amenazan con enterrar al cliente despistado. En algunas cafeterías, todo es madera  y pareciese que en cualquier momento puedes encontrar a un reconocido escritor autóctono tras un periódico y una taza de café. La mayor pena es la costumbre de hacer sonar en los locales a cantautores españoles (hay un incomprensible amor por Sabina y Serrat) en lugar del tango. Esto no obstante, no es más que la visión romántica, fetichista y perfectamente justificable del  visitante europeo. Escarbando un poco en la superficie, aparecen otras caras.

La Ciudad Vieja es un espacio en proceso de cambio, donde conviven turistas con lumpen y conventillos con mansiones rehabilitadas. Un espacio sumamente desequilibrado, con un centro en el eje de Sarandi, que se funde con el centro comercial y financiero de la ciudad. Como si fueran las vertientes de una montaña, desde esta calle, la topografía social desciende hacia el sur, hacia el norte y hacia el oeste. Desciende menos hacia el sur, donde se encuentra el paseo marítimo, desde el cual la fachada urbana queda oculta por una primera línea de desafortunadas torres de pisos funcionalistas. No obstante es la zona más luminosa y socialmente más pudiente de Ciudad Vieja, que encuentra su contrapartida al norte, zona de viviendas colectivas en alquiler, profundamente degradada y estigmatizada. Aquí, de forma acorde con su carácter tradicionalmente ilícito, el puerto comercial y sus columnas contenedores la rodean ocultándola, al mismo tiempo que la privan de la vista del mar. Muchos de sus habitantes se dedican al reciclaje, muy visibles en todo el centro urbano, montados en carromatos tirados por mulas y parándose en cada esquina para rebuscar concienzudamente en los contenedores. Por último, hacia el oeste se extiende un amplio sector popular, con más viviendas familiares que colectivas y también con una edificación mayoritariamente necesitada de rehabilitación.

Retrotrayéndonos atrás en el tiempo, el importante carácter comercial de la zona se conforma en las primeras décadas del siglo XX, coincidiendo con la modernización del puerto y la expansión industrial a lo largo de la bahía de Montevideo. A la terciarización le habría seguido la huída de las clases acomodadas, interesadas en los ensanches que iban creciendo hacia el este, siguiendo la línea de costa. Como contrapartida, el perfil residencial se fue popularizando, proliferando los conventillos, las casas de inquilinato y las pensiones. En este tiempo, Ciudad Vieja debía ser una mezcla de barrio y city, marcada por su relación con el puerto. Un sector donde también habría habido mucho de bohemia y de prostitución, el “barrio chino” o “el bajo” típico de cualquier ciudad de estas dimensiones. De cualquier manera, el deterioro se aceleraría en los setenta y ochenta y se tiende a acusar  a la dictadura de un vaciamiento intencionado de clases populares. En este sentido sería fundamental, como en otros casos, la liberalización de los alquileres, a partir de 1974, dando lugar a la típica especulación y orgía de desahucios. Desplazados o huidos, el vaciamiento de las casas de inquilinato y la salida de las clases trabajadoras con más posibilidades tendría una nueva contrapartida, esta vez en la llegada de grupos cada vez con menos recursos, proliferando a partir de los setenta la ocupación de casas abandonadas. Fueron especialmente relevantes, por sus dimensiones, las ocupaciones colectivas de antiguos hoteles. La reconversión industrial acabaría de hacer el trabajo, con el despido de estibadores y el descenso del número de marineros, despareciendo gran parte de los bares populares y prostíbulos que habían caracterizado el sector norte. En la primera mitad de los noventa, el enclave se encontraba en el cénit de su degradación. La nueva Ciudad Vieja empezaría a fraguarse en estas mismas fechas, con la constitución del primer ayuntamiento no-neoliberal, preocupado por la explotación del potencial turístico del enclave y, aparentemente, también por las problemáticas sociales asociadas a las clases populares. ¿Es posible compaginar ambas cuestiones? Veámoslo.

La primera palanca dispuesta para la revitalización del sector fue la creación de cooperativas de vivienda mediante rehabilitación, apoyándose en la rica tradición que en este sentido tiene Uruguay. El discurso empleado en torno a la primera cooperativa de 32 familias, emplazada en el sector más tugurizado de toda Ciudad Vieja, anunciaba la intención de frenar la salida de población del barrio y el deterioro del patrimonio. Posteriormente, otras cooperativas irían albergando más vecinos, en principio procedentes del propio barrio y más delante de distintos puntos de la ciudad, pero con un perfil predominantemente humilde. Los proyectos han llegado al número de 25 en este diminuto centro histórico, muchos de ellos actualmente en construcción, resultando pintoresco para el extranjero ver mujeres maduras ataviadas con casco de albañil y cargando vigas para construír sus propias viviendas. Todo parece indicar que desde un primer momento las cooperativas generan un cierto contagio hacia la iniciativa privada, dando lugar a la masiva rehabilitación de edificios, fundamentalmente para usos comerciales y hoteleros. A partir de este momento se inicia una tremenda escalada de precios, que nunca fueron especialmente bajos por la permanente presencia de un buen núcleo de edificios de oficinas y comercios. También, se incrementarían los bares y pubs, muy localizados en los ejes centrales del sector, aunque la vida nocturna no sea la característica más destacable de la bella Montevideo. Finalmente, se habla de la instalación de artistas, galerías y talleres en torno al cambio de siglo, aunque no parece que hayan sobrevivido mucho tiempo a la presión especulativa sobre el suelo y no pude encontrar en mi visita vestigios de enclaves culturales. Al flujo de entrada de capital público y privado le correspondió uno de salida, especialmente del lumpen local, producto del desalojo de casas tomadas y de los populares hoteles ocupados. Una parte de estos sectores habría podido ser reubicado por la administración en localizaciones periféricas, pero otra parte se resiste a abandonar un centro urbano que ofrece muchas más posibilidades a la economía informal del reciclaje o del menudeo, por mucho las puertas y ventanas de los edificios sean tapiadas.

Hoy día, sigue siendo patente, en la mayor parte de la Ciudad Vieja, el predominio de vecinos de extracción humilde y es notoria la presencia del lumpen. Tascas y bares populares, ropa tendida, viviendas semiderruídas y aun así habitadas y viviendas rehabilitadas o de nueva planta en régimen cooperativo son una parte sustancial del paisaje. La otra parte es la protagonizada por comercios, oficinas y hoteles. Allí dominan los commuters de la city y los turistas brasileños, los edificios rehabilitados y las cafeterías caras. Una realidad en auge. ¿Es posible la convivencia de la ciudad vieja y la ciudad nueva? Pareciese que la ciudad turística estuviera creciendo a costa del barrio popular. En este sentido el Mercado del Puerto, es ejemplificante. La rehabilitación del mismo, sin duda necesaria, ha transformado los típicos puestos en típico centro comercial, con notorio predominio de restaurantes que sondean al turista (parrillas en su mayoría, por supuesto). Los escasos comercios no hosteleros se parecen peligrosamente a los que podrían encontrarse en cualquier aeropuerto europeo. La instalación, con una apabullante estructura de hierro y madera, tiene su propia geografía social, igual que el barrio. Así, apenas quedan, en puntos recónditos, periféricos, ocultos tras los grandes volúmenes de los restaurantes, algún puesto de empanadas y alguna tasca añeja con sus habituales parroquianos. Estos son los únicos comercios claramente dirigidos a la población local. El resto son trampas dispuestas para tomar el máximo dinero posible del turista (objetivo loable en cierta manera) ¿Puede ser esto lo que depara el destino al conjunto del barrio? Aunque pueda resultar pesimista diría que, si la crisis no lo remedia, la vieja Ciudad Vieja está abocada a desaparecer bajo el centro comercial. Mientras tanto podemos seguir paseando por calles que saben a historia y tomar un güisqui en Los Pingüinos.