Se cumplen veinte años de la Expo 92, un evento que supone el pistoletazo de salida para Sevilla en la nueva economía del conocimiento, la entrada en Europa, en el desarrollo, en el neoliberalismo, en la primera línea de ciudades desarrolladas, etcétera, etcétera. Con Curro vinieron innumerables promesas de crecimiento económico y abundancia, acompañados por un parque tecnológico y un notable despilfarro de dinero público.
Sin embargo, la realidad ha sido otra. Durante este tiempo se han deslocalizado las principales producciones históricas de la ciudad, como la loza o tabacalera, se ha finiquitado los astilleros y se ha dado un duro golpe al metal, mientras el Parque Tecnológico de la Cartuja –emblema de la economía de la innovación y el desarrollo y legado de la Expo- se llenaba de teloperadores eventuales. Se ha devorado el aljarafe con adosados y se ha llenado la ciudad de infraestructuras de dudosa utilidad (desde el Estadio Olímpico hasta la setas de la Encarnación), mientras el trabajo en la construcción y la hostelería se sobredimensionaba y en general el trabajo precario campaba a sus anchas.
La nueva economía, más que de la información y el conocimiento ha resultado ser de la especulación y de la pauperización de las condiciones laborales. Mientras ha habido abundancia de empleo (precario) y los sueldos en la obra eran altos la situación se sostenía, pero ahora que toca aguantar la resaca de la tremenda borrachera de ladrillo, ahora que llegan los lodos ¿Dónde está la Sevilla que nos prometieron? ¿Dónde está Curro? No pretendan que lo busquemos en China o en Brasil. Hay que volver a crearlo aquí, pero para eso hay que cambiar la economía de raíz, que no nos vuelvan a engañar con espejismos