Comentarios al borrador del nuevo decreto de Viviendas con Fines Turísticos de la Junta de Andalucía.

El decreto andaluz presupone la finalidad turística de lo que en realidad son alquileres residenciales de corta duración. En la práctica esto ha permitido una ultraliberalización del mercado de alquileres. Partiendo de que esto no se modifica, las nuevas propuestas regulatorias, que son en términos generales positivas a la hora de controlar el impacto negativo de la saturación de este tipo de uso comercial, casi que son lo de menos.

Actualmente se encuentra publicado el borrador y en proceso de alegaciones de la modificación del decreto de 2016 que regulaba (poco) las Viviendas con Fines Turísticos (VFT) en Andalucía (Decreto “de los establecimientos de apartamentos turísticos y de las viviendas con fines turísticos” de abril de 2022). Para empezar, el nuevo texto sigue manteniendo un error de fundamento heredado del decreto anterior, que es entender que los alquileres temporales son exclusivamente dedicados al turismo, desvirtuando el propio concepto de turismo. Esto ha implicado en la práctica su alienación de la ley de arrendamiento urbanos y su infrarregulación. Las características reales de las VFT es que son viviendas residenciales que prestan alojamiento por periodos muy cortos de tiempo. El decreto andaluz presupone la finalidad turística para cualquier alquiler continuado por un periodo inferior a dos meses y que sea publicitado de manera comercial. Este servicio es usado a menudo por turistas, pero también puede ser usado para cualquier otro tipo de desplazamiento: el más habitual de tipo laboral, que es teóricamente lo opuesto al viaje ocioso que supone el turismo. En la práctica esto ha permitido una ultraliberalización del mercado de alquileres que no sufre cambios. Partiendo de esto, las nuevas propuestas regulatorias, que son en términos generales positivas a la hora de controlar el impacto negativo de la saturación de VFTs, casi que son lo de menos.

El decreto regula de manera conjunta los Apartamentos Turísticos y las VFT, lo que parece lógico, ya que podría haber confusión entre uno y otro. La diferencia fundamental es que los AT no están en inmuebles residenciales, sino en instalaciones de usos turístico exclusivo, mientras las VFT se encuentran en instalaciones residenciales. Esta cuestión es clave, ya que implica que una VFT puede pasar fácilmente al alquiler convencional y viceversa, conectando ambos mercados y generando potencialmente problemas de suministro e inflación en el mercado de alquiler residencial, que es lo que se viene denunciando desde hace una década por parte de organizaciones vecinales. 

La propuesta se respalda bastante en otras regulaciones autonómicas que ya han pasado por recursos y por tribunales, lo que debería darle una mayor solidez. Para restringir el uso de las VFT expone tres razones imperiosas. La primera es la protección del medio ambiente, convivencia vecinal, propiedad urbana, seguridad pública y defensa de los consumidores. La segunda “facilitar la existencia de viviendas susceptibles de arrendamiento para residencia de los ciudadanos”. La tercera, la mejora de los derechos de los usuarios y calidad de la oferta. Todo ello respaldado por la normativa europea y la legislación española que regula las restricciones potenciales a la libertad de mercado. En definitiva, los dos primeros puntos, asumen los argumentos contra las VFTs de plataformas y asociaciones de vecinos, que son mencionadas expresamente en el texto. Curiosamente no hay ni una palabra sobre los intereses de la industria hotelera, que lleva presionando desde hace años y denunciando las VFT como una competencia desleal. El tercer punto es continuista con el decreto del 2016 y coherente con la legislación andaluza sobre turismo, orientando la regulación a incrementar la calidad del servicio.

La principal limitación que establecería el decreto a las VFT es el de que un individuo solo podrá destinar dos viviendas de su propiedad a VFT, con el objetivo explícito de evitar la especulación inmobiliaria que sustraiga inmuebles al mercado residencial y evitar que los grandes operadores se acojan a esta figura alojativa. Entiendo que los grandes operadores deberían entonces dirigirse a la figura de AT, que implica otro tipo de licencia y sobre todo un inmueble de uso íntegramente comercial. Además, el borrado introduce la figura de “empresa gestora de VFTs” (art. 28) lo que se adapta a la proliferación de facto de este tipo de profesionales o empresas intermediarias. El decreto ve como positivo esta profesionalización, que facilitaría la administración de las VFTs. Estas empresas pueden gestionar un número indefinido de VFTs, pero, consecuentemente con lo anterior, estarían sometidas a la limitación de explotar un máximo de dos viviendas por persona propietaria.

El otro elemento clave es que, de manera muy sucinta (Art. 26.4), respalda que los ayuntamientos establezcan limitaciones al número máximo de VFT por edificio o por sector. Los ayuntamientos ya tenían mucha responsabilidad previamente, lo que es consecuencia del carácter laxo de la regulación de 2016. Eran los ayuntamientos los que tenían que lidiar con la compatibilización de un mercado prácticamente libre de VFTs con sus competencias en cuanto a la asignación de usos y aprovechamientos del suelo. El decreto en este sentido lo que hace es seguir a las iniciativas que ya se han aprobado en Cádiz y Sevilla. El decreto respalda la posibilidad de que los ayuntamientos puedan regular a través de los PGOUs un máximo de VFT por edificio y un máximo de VFT por zonas. Esto apoya a la regulación más avanzada y atrevida, que es la de Cádiz, que establece una moratoria en su centro histórico por considerarla zona saturade de VFTs. Es positivo que la administración autonómica respalde estas normativas. Al mismo tiempo, parece insuficiente que se siga dejando al parecer de las administraciones locales, sin ninguna guía más. Si nos fijamos, las normativas más avanzadas son de ciudades que no son necesariamente las más saturadas. Málaga es la que tiene los indicadores de saturación más claros en su centro histórico según los propios informes de la Junta de Andalucía, mientras los datos en Granada son más alarmantes que en Cádiz. Así, en lugar de establecer unos límites a la conversión turística del parque residencial, la Junta deja esta cuestión al clima y equilibrio político en cada ciudad, lavándose las manos.

Otras cuestiones serían el incremento del número de requisitos de las VFT en cuanto a equipamientos, que se incrementa notablemente. También el hecho de que las viviendas que se alquilen completas como VFT deben tener una placa identificativa. Finalmente, el decreto actualiza los efectos sobre las VFT de otras normativas, como sería la capacidad de las comunidades de propietarios de rechazar la inclusión de VFTs en una edificación, si lo incluyen en sus estatutos (Real Decreto-ley 7/2019) y la imposibilidad de dedicar viviendas protegidas a esta actividad (Reglamento de Viviendas Protegidas de la Comunidad Autónoma de Andalucía).

En general el decreto parece que acepta la mayor parte de las críticas que se hacían a la regulación anterior (el propio borrador refiere como “laxo” el decreto de 2016). También se moderniza respecto de los cambios que ha habido en el mercado (profesionalización) y normativas municipales. El aspecto clave de la limitación de la propiedad a 2 viviendas parece bastante positivo, ya que al menos excluye que grandes propietarios e inversores se aprovechen de la figura de VFT. En la medida en que estos tengan que limitarse a las ATs, se establece algún tipo de cortafuegos entre el mercado del alquiler convencional y el alquiler turístico, evitando los problemas de suministro e inflación en las primeras. En cualquier caso, y si finalmente este borrador acaba pareciéndose al decreto final, su efecto dependerá mucho de la estructura del mercado, es decir, del grado de concentración de las VFTs. Si la mayoría de las viviendas pertenecen a pequeños propietarios, el efecto será evidentemente menor.

¿Gentrificación o barbarie?

gentrificacion-o-barbarie-iban-diaz-parraEditorial Atrapasueños, 2014

Ibán Díaz Parra

A cualquiera que viviese en la Alameda en la década de los noventa le costaría ubicarse en el barrio hoy día. El que la conociese en los ochenta, difícilmente la reconocería. Este territorio ha pasado, en poco mas de veinte años, de lupanar a enclave comercial y residencial de clase media. En el Estado español existen pocos casos de gentrificación tan vertiginosos como éste. Pero ¿a qué os referimos con gentrificación?

Este término alude al proceso de aburguesamiento de un espacio humano -comercios, viviendas y espacio público-, mediante la sustitución de la población de origen humilde que lo habitaba previamente. Es un fenómeno global, vinculado al enorme peso del capital financiero desde la década de los ochenta, que ha desembocado en dinámicas especulativas asociadas a los vaivenes del mercado inmobiliario.

La gentrificación también refleja el cambio en las políticas públicas urbanas, que abandonan su función social y se ponen al servicio de bancos e inmobiliarias para explotar el potencial de los barrios históricos degradados. Una estrategia que requiere convertir a las clases populares en enemigos a batir, mediante el abandono primero y la estigmatización después. Es el caso de la Alameda, donde la intervención se apoyó en un discurso que pretendía que solo se podía elegir entre la gentrificación o la barbarie.

Pedidos: Librería Atrapasueños

Montevideo. Ciudad Vieja, Ciudad Nueva

Visitar la Ciudad Vieja de Montevideo es un poco como hacer un viaje en el tiempo, pero sin saber muy bien a qué fecha se ha viajado. Las cafeterías parecen de los años veinte, la música de los cuarenta y los sombreros de los cincuenta. Los mayores suelen conservan la noble costumbre de cubrir la cabeza con boina o sombrero, esto, unido a la costumbre de llevar el termo con agua para el mate debajo del brazo, otorga un aspecto peculiar y enternecedor al paseante montevideano. En todas las librerías hay algo de complejo de Diógenes y los volúmenes antiguos se amontonan formando columnas que amenazan con enterrar al cliente despistado. En algunas cafeterías, todo es madera  y pareciese que en cualquier momento puedes encontrar a un reconocido escritor autóctono tras un periódico y una taza de café. La mayor pena es la costumbre de hacer sonar en los locales a cantautores españoles (hay un incomprensible amor por Sabina y Serrat) en lugar del tango. Esto no obstante, no es más que la visión romántica, fetichista y perfectamente justificable del  visitante europeo. Escarbando un poco en la superficie, aparecen otras caras.

La Ciudad Vieja es un espacio en proceso de cambio, donde conviven turistas con lumpen y conventillos con mansiones rehabilitadas. Un espacio sumamente desequilibrado, con un centro en el eje de Sarandi, que se funde con el centro comercial y financiero de la ciudad. Como si fueran las vertientes de una montaña, desde esta calle, la topografía social desciende hacia el sur, hacia el norte y hacia el oeste. Desciende menos hacia el sur, donde se encuentra el paseo marítimo, desde el cual la fachada urbana queda oculta por una primera línea de desafortunadas torres de pisos funcionalistas. No obstante es la zona más luminosa y socialmente más pudiente de Ciudad Vieja, que encuentra su contrapartida al norte, zona de viviendas colectivas en alquiler, profundamente degradada y estigmatizada. Aquí, de forma acorde con su carácter tradicionalmente ilícito, el puerto comercial y sus columnas contenedores la rodean ocultándola, al mismo tiempo que la privan de la vista del mar. Muchos de sus habitantes se dedican al reciclaje, muy visibles en todo el centro urbano, montados en carromatos tirados por mulas y parándose en cada esquina para rebuscar concienzudamente en los contenedores. Por último, hacia el oeste se extiende un amplio sector popular, con más viviendas familiares que colectivas y también con una edificación mayoritariamente necesitada de rehabilitación.

Retrotrayéndonos atrás en el tiempo, el importante carácter comercial de la zona se conforma en las primeras décadas del siglo XX, coincidiendo con la modernización del puerto y la expansión industrial a lo largo de la bahía de Montevideo. A la terciarización le habría seguido la huída de las clases acomodadas, interesadas en los ensanches que iban creciendo hacia el este, siguiendo la línea de costa. Como contrapartida, el perfil residencial se fue popularizando, proliferando los conventillos, las casas de inquilinato y las pensiones. En este tiempo, Ciudad Vieja debía ser una mezcla de barrio y city, marcada por su relación con el puerto. Un sector donde también habría habido mucho de bohemia y de prostitución, el “barrio chino” o “el bajo” típico de cualquier ciudad de estas dimensiones. De cualquier manera, el deterioro se aceleraría en los setenta y ochenta y se tiende a acusar  a la dictadura de un vaciamiento intencionado de clases populares. En este sentido sería fundamental, como en otros casos, la liberalización de los alquileres, a partir de 1974, dando lugar a la típica especulación y orgía de desahucios. Desplazados o huidos, el vaciamiento de las casas de inquilinato y la salida de las clases trabajadoras con más posibilidades tendría una nueva contrapartida, esta vez en la llegada de grupos cada vez con menos recursos, proliferando a partir de los setenta la ocupación de casas abandonadas. Fueron especialmente relevantes, por sus dimensiones, las ocupaciones colectivas de antiguos hoteles. La reconversión industrial acabaría de hacer el trabajo, con el despido de estibadores y el descenso del número de marineros, despareciendo gran parte de los bares populares y prostíbulos que habían caracterizado el sector norte. En la primera mitad de los noventa, el enclave se encontraba en el cénit de su degradación. La nueva Ciudad Vieja empezaría a fraguarse en estas mismas fechas, con la constitución del primer ayuntamiento no-neoliberal, preocupado por la explotación del potencial turístico del enclave y, aparentemente, también por las problemáticas sociales asociadas a las clases populares. ¿Es posible compaginar ambas cuestiones? Veámoslo.

La primera palanca dispuesta para la revitalización del sector fue la creación de cooperativas de vivienda mediante rehabilitación, apoyándose en la rica tradición que en este sentido tiene Uruguay. El discurso empleado en torno a la primera cooperativa de 32 familias, emplazada en el sector más tugurizado de toda Ciudad Vieja, anunciaba la intención de frenar la salida de población del barrio y el deterioro del patrimonio. Posteriormente, otras cooperativas irían albergando más vecinos, en principio procedentes del propio barrio y más delante de distintos puntos de la ciudad, pero con un perfil predominantemente humilde. Los proyectos han llegado al número de 25 en este diminuto centro histórico, muchos de ellos actualmente en construcción, resultando pintoresco para el extranjero ver mujeres maduras ataviadas con casco de albañil y cargando vigas para construír sus propias viviendas. Todo parece indicar que desde un primer momento las cooperativas generan un cierto contagio hacia la iniciativa privada, dando lugar a la masiva rehabilitación de edificios, fundamentalmente para usos comerciales y hoteleros. A partir de este momento se inicia una tremenda escalada de precios, que nunca fueron especialmente bajos por la permanente presencia de un buen núcleo de edificios de oficinas y comercios. También, se incrementarían los bares y pubs, muy localizados en los ejes centrales del sector, aunque la vida nocturna no sea la característica más destacable de la bella Montevideo. Finalmente, se habla de la instalación de artistas, galerías y talleres en torno al cambio de siglo, aunque no parece que hayan sobrevivido mucho tiempo a la presión especulativa sobre el suelo y no pude encontrar en mi visita vestigios de enclaves culturales. Al flujo de entrada de capital público y privado le correspondió uno de salida, especialmente del lumpen local, producto del desalojo de casas tomadas y de los populares hoteles ocupados. Una parte de estos sectores habría podido ser reubicado por la administración en localizaciones periféricas, pero otra parte se resiste a abandonar un centro urbano que ofrece muchas más posibilidades a la economía informal del reciclaje o del menudeo, por mucho las puertas y ventanas de los edificios sean tapiadas.

Hoy día, sigue siendo patente, en la mayor parte de la Ciudad Vieja, el predominio de vecinos de extracción humilde y es notoria la presencia del lumpen. Tascas y bares populares, ropa tendida, viviendas semiderruídas y aun así habitadas y viviendas rehabilitadas o de nueva planta en régimen cooperativo son una parte sustancial del paisaje. La otra parte es la protagonizada por comercios, oficinas y hoteles. Allí dominan los commuters de la city y los turistas brasileños, los edificios rehabilitados y las cafeterías caras. Una realidad en auge. ¿Es posible la convivencia de la ciudad vieja y la ciudad nueva? Pareciese que la ciudad turística estuviera creciendo a costa del barrio popular. En este sentido el Mercado del Puerto, es ejemplificante. La rehabilitación del mismo, sin duda necesaria, ha transformado los típicos puestos en típico centro comercial, con notorio predominio de restaurantes que sondean al turista (parrillas en su mayoría, por supuesto). Los escasos comercios no hosteleros se parecen peligrosamente a los que podrían encontrarse en cualquier aeropuerto europeo. La instalación, con una apabullante estructura de hierro y madera, tiene su propia geografía social, igual que el barrio. Así, apenas quedan, en puntos recónditos, periféricos, ocultos tras los grandes volúmenes de los restaurantes, algún puesto de empanadas y alguna tasca añeja con sus habituales parroquianos. Estos son los únicos comercios claramente dirigidos a la población local. El resto son trampas dispuestas para tomar el máximo dinero posible del turista (objetivo loable en cierta manera) ¿Puede ser esto lo que depara el destino al conjunto del barrio? Aunque pueda resultar pesimista diría que, si la crisis no lo remedia, la vieja Ciudad Vieja está abocada a desaparecer bajo el centro comercial. Mientras tanto podemos seguir paseando por calles que saben a historia y tomar un güisqui en Los Pingüinos.

La recualificación urbana de Buenos Aires (III): San Telmo

Más allá de la relevante operación de Puerto Madero, la transformación de Buenos Aires en una urbe terciaria post-fordista pasaba claramente por la “recuperación” de sus típicos enclaves históricos degradados. Viejos barrios obreros, progresivamente céntricos, que por su condición habían sido los menos afectados por la renovación urbana funcionalista y que, precisamente por ello, contaban con la mayor carga de patrimonio edilicio residencial de la ciudad. Así, en Buenos Aires, como en cualquier otra ciudad capitalista de sus dimensiones, las estrategias sobre este tipo de espacios se han dirigido, invariablemente, a su integración en los circuitos turístico-comerciales aprovechando su potencial simbólico y cultural. San Telmo es el mejor ejemplo de este tipo de enclave.

El cuadrante sur del centro está formado por un conjunto de arrabales que, desde finales del XIX, se han dedicado a acoger las oleadas de inmigrantes en viviendas colectivas de alquiler. Dicho esto, es evidente que se trata del típico espacio histórico decrépito, decadente pero con encanto, que existe o ha existido hasta su intervención reciente en todas las grandes ciudades occidentales. San Telmo, es la zona –parroquia– más próxima al centro y más conocida. Montserrat y Constitución son morfológicamente similares y contiguos, el primero quizás más anodino y transformado en su edificación y el segundo más decadente y degradado.

En realidad, en la primera mitad del XIX, San Telmo era un barrio residencial de la clase alta local o al menos contaba con una configuración social no segregada. No obstante, los importantes flujos migratorios en la segunda mitad del XIX y principios del XX, inmigrantes europeos, fundamentalmente españoles e italianos, cambiaron radicalmente el carácter del sector. La proximidad al viejo puerto de la ciudad y a sus espacios industriales (en torno al conocido como Riachuelo) parecen factores fundamentales en el mayor peso de la inmigración. Así, el entorno se densificó y empezaron a empeorar las condiciones de habitabilidad a medida que las familias se hacinaban en espacios cada vez más reducidos. La epidemia de fiebre amarilla, que acabó con un 8% de la población de la ciudad a finales del XIX, resultó determinante para el abandono del área por parte de la burguesía, que se lanzaría a colonizar el barrio norte, enclave burgués por excelencia de la ciudad desde entonces. Esta salida de población fue sobradamente cubierta por la entrada de nuevos inmigrantes, que habitualmente habitaban en piezas alquiladas en los conocidos como conventillos, similares a los patios y corrales de vecinos andaluces. Hasta un tercio de la población vivía en este tipo de vivienda a finales del XIX. También se densificarían las antiguas casas señoriales en torno a patios, subdivididas y rebautizadas como casas chorizo.

Los primeros descensos de población se empezarían a detectar en el censo de 1960, fruto del agotamiento de la migración transatlántica, de la que se había nutrido el vecindario hasta los años cuarenta. A pesar de esto, San Telmo seguía siendo uno de los barrios más densamente poblados de la capital en 1991. Aunque en esta década seguiría perdiendo población, ya el barrio había empezado a cambiar. En la década de los ochenta, y a partir de los planteamientos del gobierno militar, curiosamente bastante conservacionistas, el barrio se fue terciarizando y fueron suprimidas un importante número de viviendas para actividades ligadas a los servicios. Al mismo tiempo siguió el proceso de decadencia en la mayor parte del barrio, proliferando formulas habitacionales muy precarias, como los hoteles pensión y las casas tomadas (ocupadas). No obstante, especialmente a partir de la década de los noventa, la renovación urbana sería muy intensa, aunque frenada con la crisis a partir de 2000 y retomada tras 2004. También se han desarrollado políticas de promoción turística desde la administración y ciertas mejoras en el espacio público. El emplazamiento reciente del Museo de Arte Moderno en el corazón del barrio, por su parte, no es casual. Todo esto ha conducido a una fuerte revalorización del parque residencial y a una reducción de las viviendas destinadas a grupos con bajo poder adquisitivo, existiendo claros indicios de desplazamiento de población de extracción humilde (también lumpen) durante este periodo.

Hoy San Telmo tiene algo menos de originalidad estética que el Pelourinho pero más potencial del que se ha sabido extraer hasta el momento. A pesar de esto, se hacen notar la inversión y el poder de reclamo para turistas de este enclave histórico. Coexisten edificios rehabilitados (algunos con la colaboración de la Junta de Andalucía), edificios abandonados y edificios simplemente deteriorados que esconden en ocasiones viviendas comunales. Aquí se encuentran las últimas bolsas de pobreza de la zona. Familias muy humildes que a menudo tienen al otro lado del tabique a un turista o a un joven burgués local, pagando un alquiler desorbitado. Los carteles de inmobiliarias proliferan.  Por lo demás, grafitis, muchas tiendas de antigüedades y artesanía, un mercado de abasto glorioso y decadente, bares más o menos de diseño y bastante caros, alguna tasca con encanto, tiendas de proximidad y algún comercio de estética transgresora y, a primera vista, creíble (al menos más  que los del Soho bonaerense). En la calle, lumpen local envejecido mezclado con jóvenes autóctonos y extranjeros, con sobrerrepresentación de patrones estéticos alternativos. Los domingos proliferan las familias y los turistas al uso, atraídos por un rastro que es más mercadillo para el visitante que para el vecino, a pesar de lo cual no deja de ser un espacio agradable y que atrae a una gran diversidad de consumidores y paseantes. Quizás también atraiga jóvenes procedentes del norte burgués, futuros candidatos a adquirir una vivienda o a introducirse en un alquiler en el todavía abundante ejército de reserva de edificios residenciales.

Diría entonces que se trata de un caso obvio de gentrificación en un estado bastante avanzado, combinado con la creación de un enclave turístico-comercial. Al fin y al cabo, se trata de un barrio contiguo al centro comercial y financiero y cargado de simbolismo histórico. Esto, en las condiciones actuales, implica su progresiva transformación en un hábitat exclusivo de la burguesía bohemia. Y si el aburguesamiento no ha sido mayor hasta la fecha, opino que ha podido deberse a la falta de demanda. Hasta cierto punto, las clases medias bonaerenses siguen más cómodas en el norte, lo que opino ha de estar relacionado con la sensación de inseguridad que les provoca un sur todavía ajeno y amenazante.

 

La recualificación urbana de Buenos Aires (II): Puerto Madero

El centro comercial y financiero de Buenos Aires se estructura a través de un conjunto de grandes avenidas, paralelas y perpendiculares que jerarquizan el monótono trazado de cuadrícula de la ciudad. El espacio central está ocupado por la plaza de Mayo en la que confluyen dos diagonales y uno de los ejes de la grand croisse del ensanche bonaerense, la avenida de Mayo, cruzada por un extenso paseo tipo Castellana o Jardines Eliseos, avenida 9 de Julio. Alguna calle peatonal intensamente transitada rompe la monotonía de las grandes vías en damero. La arquitectura modernista, decó, noveau, neogótico, todos los órdenes y todos los motivos estéticos del típico ensanche europeo están presentes. También el colosalismo de las sedes bancarias y el inevitable palimptesto de épocas y estilos, notorio en la plaza de Mayor, donde el Cabildo supone el último vestigio de la arquitectura española colonial. Fuera de las avenidas principales, la decrepitud de algunos edificios insinúa una cierta decadencia de este centro, aunque la avenida Corrientes, con sus teatros y librerías, sea insistentemente transitada. En general, pareciese que no hay en la ciudad gente suficiente para llenar las numerosas y extensísimas avenidas.

Si el viejo centro denota un cierto declive, este tiene su correlato en la nueva área central generada a partir del redesarrollo de la dársena y antiguo puerto de la ciudad, producto estrella de la recualificación urbana local. El nuevo desarrollo encajona entre sus edificios y el centro urbano original un amplio parque de oficinas, combinado con hoteles y sedes de grandes empresas, que es el renovado centro financiero de la ciudad, dinamizado por la operación sobre el puerto. Un espacio que recuerda y mucho a la city londinense, contando incluso con una especie de Canary Warf y unos docklands. Estos últimos, forman ya parte de la gran operación de renovación urbana denominada Puerto Madero, producto de la remodelación del viejo puerto comercial, ahora desplazado al norte. Un espacio urbano que no aporta nada que no esté en las operaciones hermanas de los puertos de Londres o Dublín, siendo destacable su falta de originalidad. El reciclaje de los viejos puertos comerciales, almacenes, grúas y diques,  en paseos marítimos (o paseos de río), ofreciendo oportunidades al turismo y a la especulación inmobiliaria, parece haber sido la forma urbana más paradigmática en la que las grandes ciudades han plasmado su tránsito del capitalismo fordista al capitalismo financiero.

Tras una primera propuesta no ejecutada en tiempo de la dictadura militar, el proyecto de Puerto Madero se inicia en 1989. El marco es el de la administración neoliberal de Menem, de la desregulación económica, de la privatización de empresas y servicios públicos y de toda una serie de medidas monetarias que darían al traste con la economía algo más de una década después. La afluencia de inversión extranjera en estos años permitiría un ritmo de construcción de ciudad muy dinámico y especulativo, que afectaría a la estructura de la ciudad propiciando entre otras cosas la densificación, centralización y modernización del centro urbano. Su proyecto estrella, adoptó la forma de un plan estratégico y contó con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona, cuyo modelo parece haber pretendido imitarse en Buenos Aires durante las últimas dos décadas. El mecanismo principal fue la creación de una Corporación que se encargaría de privatizar los suelos públicos para una sucesión de proyectos privados de edificios de oficinas, comercios y viviendas de lujo en torno a la dársena, reconvertida de puerto comercial a puerto deportivo.

El nuevo barrio resultante se encuentra sobre una ínsula creada por el hombre a partir del relleno del mar,  fruto de un proyecto megalómano de finales del siglo XIX. De hecho, y paradójicamente, en la zona excluida de la operación, la isla artificial es hoy día un parque natural. Este particular emplazamiento confiere al a urbanización la propiedad de estar fuertemente segregada del resto de la ciudad. Las barreras que lo limitan hacia el oeste son varias y contundentes, de tal forma que entre el complejo y el viejo centro urbano se encuentran tres grandes avenidas de hasta diez carriles y el parque de oficinas ubicado entre las mismas. La propia dársena funciona en parte como foso tras el que se protegen las promociones residenciales. En la margen oeste de la dársena, una serie de viejas estructuras portuarias de factura típicamente inglesa, en ladrillo rojo y madera, ahora reconvertidos en oficinas y locales comerciales con una cantidad apabullante de restaurantes de lujo, conforman la primera fachada del barrio. Así, el barrio de lujo, el enclave de élite, se ve flanqueado por la naturaleza y el patrimonio, entre el parque natural y la arquitectura catalogada. La persistente presencia de la policía portuaria, encargada en exclusiva de la vigilancia del enclave, y las viejas grúas aumentan la impresión exótica e histórica. La explotación estética de equipamientos productivos, que nada tienen que ver con el consumo hedonista que abandera la nueva configuración del puerto, es otra obvia paradoja del proyecto.

Tras los docks y sus diques, se encuentran los edificios residenciales de lujo, algunos de ellos torres de gran altura, personalizados y con nombres petulantes, como el Aleph, Zencity o Madero Plaza. Junto a ellos, más edificios de oficinas, hoteles (incluido un Hilton) y museos privados (Museo Forabat y Faena Arts Center). También más restaurantes de lujo, con lo que queda claro que la cocina es uno de los grandes valedores del turismo aquí. Paseando por las calles, turistas brasileños y mejicanos, ejecutivos con trajes de diseño, adultos jóvenes haciendo jogging y, esporádicamente, niños con uniforme de colegio privado. Un buque insignia para la clase media-alta bonaerense. No obstante, a pesar de todo su lujo, por el momento, el nuevo barrio tiene que compartir espacio con la pequeña villa Rodrigo Bueno. Asentamiento ilegal enclavado entre el parque natural y el entorno a uno de los diques de Puerto Madero.

La recualificación urbana de Buenos Aires

Este es el primero de una serie de ensayos sobre la recualificación urbana reciente de Buenos Aires. Con este título me refiero a la intervención urbanística sobre piezas claves de la ciudad consolidada, obsoletas funcionalmente o con sus estructuras en declive por su antigüedad.  Actuaciones que en esta ciudad se han concentrado en el centro urbano y, especialmente, a partir de la década de los noventa del siglo XX. Este periodo se diferencia claramente del anterior funcionalismo-desarrollismo, muy característico del periodo que va desde el gobierno de Perón hasta la dictadura militar. En este, fue característica la mayor actividad constructiva en los frentes de expansión, la proliferación de asentamientos informales por las clases populares y la creación de grandes infraestructuras viarias. Especialmente relevantes habrían sido las grandes autopistas que legó el gobierno militar y que fraccionan el centro urbano de la ciudad impunemente. De estos últimos años del periodo, también es destacable la mayor atención que empieza a prestársele al centro de la ciudad, y son varios los procesos que en el interior del mismo se desencadenan.

En torno a 1980, todavía en un contexto de crisis estatal, la ciudad contaba con un centro urbano con claros signos de declive. Esto sería notorio en el sector residencial del casco histórico original de la ciudad, ubicado al sur (San Telmo-Montserrat), y en los extensos arrabales contiguos que alcanzan hasta el límite de la ciudad (Constitución, Boca y Barracas). También en parte de los barrios burgueses suburbanos e históricos del norte. Allí donde la renovación urbana funcionalista no había actuado de forma más contundente. Ante esta situación, con la dictadura se plantea lo que podría verse como un primer asalto a este centro urbano en decadencia. Los elementos fundamentales de esta estrategia serían diversos y actuarían en distintos ámbitos de la ciudad. En primer lugar, la liberalización de los alquileres (en 1979), que profundizaría en la indefensión de los inquilinos, generalmente los sectores más pobres de la población y muy vinculados al centro histórico. En segundo lugar, una importante política de desarrollo de autopistas urbanas, que permitiría la eliminación de bolsas de pobreza interiores vía desplazamiento masivo. Por último, la creación de una política activa sobre el sur del centro histórico y arrabales, mediante la promoción de la agregación de parcelas para promover la renovación urbana privada y una relevante ordenanza de protección, de un carácter sorprendentemente conservacionista, pero que se reformaría rápidamente en función de los intereses de los propietarios. La consecuencia primera y más relevante sería la aceleración del vaciamiento del sur histórico de la ciudad y su progresiva terciarizacion.

A posteriori, con la democracia, en los noventa, llegarían los gobiernos con un carácter más marcadamente neoliberal, en especial el de Menem. La desregulación económica y la privatización de servicios públicos vendría acompañada por un tremendo incremento de la inversión extranjera directa que iría dirigida en una buena parte al negocia de la creación de ciudad. Este capital se fue dirigiendo progresivamente a alimentar el negocio de la construcción, proliferando en este periodo los barrios cerrados, los centros comerciales, los hoteles, los restaurantes de lujo, etcétera. En general, los servicios suntuarios y la especulación inmobiliaria van ganando terreno a la economía productiva. En este marco, la puesta en valor del suculento centro urbano vendría liderada por el proyecto estrella de la administración en el que tendría mucha importancia este capital extranjero: Puerto Madero.

Barrios de Sevilla: LA CORZA

En los años veinte se presentó un proyecto municipal de casas “baratas y ultrabaratas” sobre la finca de Amate y unos terrenos propiedad de la Marquesa de La Corza, pensado para acoger a los chabolistas que afeaban la ciudad durante la Exposición Iberoamericana. El Patronato Municipal de Casas Baratas comenzaría a edificar el primer grupo de 60 viviendas baratas en la primera mitad de los años treinta sobre la huerta de La Corza, con una ubicación periférica y segregada de la ciudad por las vías del ferrocarril. Allí se realojaron en un principio hasta sesenta familias de obreros que vivían en las chozas de Amate. En los años treinta se pretenden obras para consolidar la barriada proporcionándole abastecimiento y desagüe y para reparar los desperfectos de la riada de 1936, no obstante todo queda paralizado por la guerra civil.

En 1945, se retoma la construcción de viviendas, proceso apremiado por la explosión del polvorín del Cerro del Águila, que deja a un gran número de familias sin vivienda. A partir de estos años se empieza a dignificar el barrio con obras de alcantarillado, abastecimiento y pavimentación. Aún así, todavía a finales de los años sesenta los vecinos reclamaban un alumbrado y una pavimentación digna.

Fue uno de los sectores más afectados por la riada de 1961. Tras este suceso la barriada quedó muy deteriorada. Unas 300 familias fueron desplazadas hacia el vecino barrio de las Huertas en 1980 y su hueco fue ocupado por desahuciados del centro histórico y de Triana una vez rehabilitadas las viviendas.

En 1982 el Ayuntamiento planteó la compraventa de los pisos, dejando abierta la posibilidad de canjear la vivienda por un piso de los Pajaritos para quien no pudiese pagarla. La asociación de vecinos denunció que el 80 % de los vecinos no podían comprar la vivienda e iniciaron una campaña de protestas cortando cada día la carretera Carmona hasta que la Junta de Andalucía (EPSA) adquirió las casas y las cedió a los vecinos en régimen de alquiler.

En la década de los ochenta se realiza la reforma que le da su aspecto actual, un proyecto que tuvo por objetivo la permanencia de la población. También se completa la supresión del ramal del ferrocarril que mejora su accesibilidad. A pesar de su proximidad a Santa Justa, sigue siendo un barrio obrero y humilde, al mismo tiempo que muy digno.

Barrios de Sevilla: SAN JOSÉ OBRERO

Hasta la segunda mitad de los cincuenta, el entorno de Santa Justa estaba todavía dominado por huertas y fábricas, junto a algunos barrios de autoconstrucción como El Fontanal y Árbol Gordo. A partir de estas fechas, la principal novedad es la construcción de la barriada de San José Obrero por parte del Instituto Nacional de la Vivienda en 1958, primera iniciativa de vivienda pública en bloques de pisos de la zona. Algunos años después, en torno a 1961, se construirían en similar estilo las edificaciones sobre la calle Filpo Rojas y Santo Domingo Sabio.

Junto a los cuatro grandes bloques que formaban la barriada se construyó la Iglesia de San José Obrero que quedaría abierta al culto en 1958 y que contaría con un colegio anexo, única instalación de este tipo hasta la década de los ochenta, con la construcción del colegio Al Andalus y el Instituto Antonio Machado. Otra instalación que acompañaría el conjunto sería el alberge municipal junto a la iglesia, hoy desaparecido.

Uno de los hechos más relevantes que aconteció en esta barriada en sus primeros años de vida, fue la inundación sufrida en el contexto de la riada provocada por el desbordamiento del Tamarguillo en noviembre de 1961. El acontecimiento fue especialmente grave en esta zona por hallarse la barriada construida sobre el cauce original del arroyo Tagarete, llegando el agua hasta la primera planta de los bloques de pisos y permaneciendo los vecinos atrapados durante varios días en sus viviendas.

Barrios de Sevilla: EL FONTANAL

Convento de la TrinidadEl barrio del Fontanal es quizás el barrio más antiguo e idiosincrático del entorno de Santa Justa. Procede de una parcelación de suelo rústico sobre la huerta de igual nombre que se va colmatando de viviendas en las primeras décadas del siglo XX. Al contrario que otros barrios de su época se trata de una parcelación de carácter legal, donde el propietario fue vendiendo pequeñas parcelas de suelo a familias de inmigrantes procedentes del campo que se construían sus propias viviendas. Tras la venta, la propiedad se desentendió de la urbanización (pavimentación, saneamiento, etcétera) y en la década de los treinta se producen protestas por parte de los vecinos hasta que la administración local se hace cargo. Entre estas fechas y 1945 se completa la pavimentación, la numeración y la rotulación de las seis calles de esta pequeña barriada de 200 parcelas.

El barrio nace arropado fundamentalmente por dos elementos. Por un lado el viejo convento de la Santísima Trinidad, que desde finales del siglo XIX pasa a ser templo y colegio salesiano, función que mantiene en la actualidad. Por otro lado la carretera Carmona, que desde finales del siglo XIX se configura como un eje industrial de gran importancia.

La zona residencia se consolida de forma paralela a la proliferación de establecimientos fabriles que encajonaban el barrio y convertían muchas de sus calles en callejones sin salida. Fábricas y grandes almacenes de corcho y aceitunas dominaban el paisaje en la primera mitad del siglo XX. De este pasado queda la emblemática chimenea de la fábrica de vidrio La Trinidad, que puede contemplarse desde el propio barrio, o la hermosa fachada modernista de la fábrica de sombreros sobre Arroyo, hoy edificios residenciales.